lunes, 25 de noviembre de 2013

Universidad Distrital restauró matadero y ahora es biblioteca pública

La deteriorada construcción de la aduanilla de Paiba cambió su cara y se volvió un centro cultural

El Matadero Municipal antiguo ahora es una soñada biblioteca pública./eltiempo.com

El hilo de sangre salió de la cabeza de un toro vigoroso que colgaba de un gancho metálico. Atravesó el matadero mientras se iba juntando con delgados riachuelos escarlatas que caían de las testas de reses menos corpulentas.
El gran río siguió un camino recto, descendió por el canal de los desechos. Luego dobló a izquierda y derecha para desembocar finalmente en una urna gigantesca. De allí, de esa vasija, salían los espesos vasos rojos que los bogotanos de 1926 bebían como si se tratara de un escaso vino del mediterráneo.
“Pura vitamina. La sangre de toro es para los machos. Potencia y salud. Véame”, relata un anciano más bien enfermizo que ha vivido toda su vida cerca del antiguo matadero municipal aduanilla de Paiba, en la localidad de Puente Aranda.
Hace dos años, las ruinas de este matadero que cerró sus puertas definitivamente en el año 1978 por problemas de salubridad pública comenzaron a transformarse en el centro cultural de la Universidad Distrital.
Noé González, supervisor de la obra, recorre los pasillos contando la historia de la restauración del viejo matadero que ahora es también la biblioteca pública Francisco José de Caldas. El contraste es brusco, como del infierno al paraíso. Los escenarios se superponen en su relato, pasado y presente articulan un juego improbable.
En una sala oscura donde antes los hombres de sombrero, los matarifes, desollaban animales sistemáticamente, ahora hay un espacio luminoso repleto de libros y auditorios.
“La sala donde se lavaban las tripas es una sala dedicada a la música. Y la plataforma desde donde se observaba el ganado criollo que sería sacrificado será en unos meses un observatorio astronómico”, cuenta Noé.
La alcaldía de Lucho Garzón, hace unos años, se tomó el sitio para reubicar a los desterrados de El Cartucho. Entre el humo de las pipas que se rellenaban con el polvo del ladrillo raspado de las paredes y la mierda de las palomas que invadieron la oscuridad de las aulas, el matadero se fue deteriorando, consumiendo en la podredumbre.
La nueva estructura, que tuvo un costo de 28.000 millones de pesos, conserva los rasgos esenciales de su pasado industrial. Los techos de hierro, traídos de Estados Unidos en 1926 para sostener las tejas, son los mismos. La fachada es idéntica. La chimenea que soltaba el humo denso de las pezuñas que se cocinaban en su interior se mantiene erguida como el símbolo del lugar.
El trabajo de reconstrucción fue cuidadoso. La intervención fue, en lo posible, mínima. La parte administrativa del matadero es hoy también la del centro cultural. Los muros y el esqueleto de la edificación fueron reforzados para que cumplieran con las normas del código de sismorresistencia.
Los sistemas de ventilación se aprovecharon para mantener el flujo de aire. La abertura del techo fue transformada en una suerte de solar por donde entra una luz natural suficiente para mantener el espacio iluminado por completo.
El rojo de la decoración es atrevido pero es una apuesta válida teniendo en cuenta la historia del lugar. La construcción, que está ubicada en una zona estratégica (calle 13 con carrera 32) para el futuro de la ciudad, ha ido cambiando el barrio.
La recuperación de la manzana es notable. Las hogueras de los indigentes desaparecieron. La restauración dejó en los vecinos una sensación de seguridad.
El centro cultural será inaugurado el próximo martes. El diseño fue reconocido hace apenas unos días con el premio Fiabci en la categoría renovación, galardón que le otorgó la Federación Internacional de Profesiones Inmobiliarias.