El autor de El mundo de Sofía, Jostein Gaarder, anima a cuidar el planeta en su nueva fábula ecologista, La Tierra de Ana
Fragmentos de la plataforma Wilkins de la Antártida, que se resquebró en 2009 por el deshielo. /Gareth Pearson./elpais.com |
Tres inviernos seguidos son ya de por sí desagradables. Si luego
desaparecen las estrellas y se caen las montañas, el panorama se vuelve,
cuando menos, preocupante. Y si esa tierra agonizante acoge y sufre la
batalla final entre los dioses entonces el epílogo inevitable es la
desaparición del planeta. Así sería el Ragnarok, el fin del mundo, según
la mitología nórdica. Y todo pese a que los seres divinos sabrían
perfectamente de antes detalles, destino y conclusiones de la guerra.
Pero nada, aun así combatirían a muerte, excavándose – y excavándonos-
la tumba.
Seguramente el calentamiento global y sus peligros no sean comparables con este trágico escenario. Pero en su último libro Jostein Gaarder
(Oslo, 1952) sí cuela al Ragnarok, entre otras decenas de alarmas sobre
el destino del planeta. “No creo en algo tan repentino, pero podemos
llegar a un punto de no retorno”, advierte por teléfono el autor
noruego, cuya nueva fábula didascálica y en defensa del medioambiente se
titula La Tierra de Ana (Siruela).
En el fondo, guerra mitológica y deterioro de la Tierra en algo se
parecen: los humanos también conocemos de sobra las consecuencias
finales de nuestras acciones. Conferencias, expertos y documentales
llevan años avisando sobre el deshielo de glaciares, la subida de la
temperatura y demás amenazas. “Cuando realmente experimentemos que las
cosas están cambiando será demasiado tarde. Pero no creo que seremos tan
estúpidos como para dejarlo ocurrir”, defiende Gaarder.
Por si acaso lo fuéramos, de todos modos, está La Tierra de Ana,
historia de una adolescente concienciada y aterrada por el futuro del
medioambiente, hasta el punto de afirmar que lo que de verdad le da
miedo en la vida es “el calentamiento global”. Más aún ya que, en sus
fantasías, Ana se encuentra con Nova, su tataranieta que vive en un
mundo donde apenas quedan animales, flores y esperanzas.
A los sueños y vivencias de la joven, Gaarnder va añadiendo datos,
explicaciones de conceptos como la retroalimentación positiva y ejemplos
del asesinato cotidiano del ahorro energético. “Un estadounidense
consume anualmente 25 barriles de petróleo lo que, si tuviera que ser
sustituido por horas de trabajo físico, significaría que cuenta en todo
momento con 150 esclavos de energía”, se indigna el escritor.
De los bofetones que cada despegue de un avión inflige a la atmósfera
al peligro de la extinción de demasiadas especies, el autor noruego
busca reanimar al cadáver del planeta a fuerza de avisos y alertas:
“Estoy preocupado pero no pesimista. Si lo eres, rechazas tus
responsabilidades. Hacen falta, en cambio, trabajo y atención. Tienes
que hacer algo si quieres obtener lo que esperas”.
Más que apagar las luces y reciclar la basura, Gaarder cree que ese
“algo” depende sobre todo de los políticos. A sus lectores el escritor
no pide que dejen de tomar los aviones pero sí, por lo menos, que no
voten a los líderes que descuiden el planeta. Y que, después de La Tierra de Ana,
se hagan más preguntas y lean más libros. En concreto, Gaarder
recomienda la obra del periodista estadounidense Bill McKibben, último
ganador del premio de la Fundación Sofía. El organismo fue creado
precisamente por Gaarder y su esposa en 1997 para galardonar cada año a
un destacado defensor del medioambiente con 100.000 dólares (unos 74.000
euros).
Ese río de dinero procedía, al menos al principio, del océano de ventas que cubrió El mundo de Sofía, guía sencilla y novelada de la filosofía con la que Gaarder arrasó en todo el planeta. Con ella, La Tierra de Ana
comparte estilo, objetivos y también las críticas de excesiva
simplificación. “Si quieres ir de París a Roma y solo te llevo hasta
Milán no deberías quejarte”, responde metafóricamente Gaarder. Y añade: “El mundo de Sofía contestaba a qué es el mundo. La Tierra de Ana,
en cambio, se centra en aspectos prácticos. La más importante pregunta
filosófica hoy para los humanos sería qué podemos hacer para proteger la
vida”.
Sea como fuere, el autor ha tardado en llevarse bien con su obra más famosa: “Cuando El mundo de Sofía
se convirtió en un superventas pensé que no era mi libro favorito. Pero
ahora he llegado a asumir que es exitoso, aunque no lo decidí yo”. Peor
se lleva Gaarder con su ópera prima, desconocida hasta ahora y quizás
para siempre. La escribió con 20 años y jamás volvió a leerla: “No la
tengo ni siquiera guardada en un archivo digital. Solo hay un
manuscrito: a veces dudo entre recuperarlo o prenderle fuego. Aunque
hasta ahora aun no lo he quemado”. Será su pasión por todo lo que está
en peligro de extinción.