De la realidad y la fantasía II
Los generosos
Voltaire
Llegó el tiempo en que se celebraba una gran fiesta, que
acaecía cada cinco años. Era costumbre en Babilonia proclamar solemnemente al
cabo de cinco años al ciudadano que hubiera cumplido la acción más generosa.
Los grandes y los magos constituían el jurado. El primer sátrapa, a cuyo cargo
estaba el cuidado de la ciudad, exponía las más hermosas acciones ocurridas
bajo su gobierno. Se votaba oralmente; el rey pronunciaba el juicio. Acudía la
gente para esta solemnidad desde los extremos de la tierra. El vencedor recibía
de manos del monarca una copa de oro adornada de pedrerías y el rey le decía
estas palabras: “Recibid este premio a la generosidad, y ojalá los dioses
puedan concederme muchos súbditos que se os parezcan”.
Llegado el día memorable, el rey apareció en el trono
rodeado por los grandes, los magos, y diputados de todas las naciones que
venían a esta justa, donde la gloria no se adquiría por la ligereza de los
caballos, ni por la fuerza del cuerpo, sino por la virtud. El primer sátrapa
expuso en alta voz las acciones que podrían hacer dignos a sus autores del
premio inestimable.
Presentó primero a un juez que, habiendo hecho perder un
juicio considerable a un ciudadano por una equivocación de la cual no era
siquiera responsable, le había entregado toda su fortuna, que cubría el valor
de lo que el otro había perdido.
Presentó luego a un joven que, perdidamente enamorado de
una joven con la cual se iba a casar, no sólo se la cedió a un amigo que se
moría de amor por ella, sino que pagó además la dote al ceder a la niña. Luego
hizo comparecer a un soldado que en la guerra de Hircania, había dado mayor
ejemplo aún de generosidad. Soldados enemigos le reptaban a su amada, y él la
defendía contra ellos: vinieron a decirle que otros hircanos raptaban a su
madre, a algunos pasos de allí; abandonó llorando a su amada, y corrió a
liberar a su madre; volvió luego hacia aquella que amaba, y la encontró
expirante. Quiso matarse, pero la madre le hizo presente que era él su único
apoyo, y tuvo entonces la valentía de aguantar la vida.
Los jueces se inclinaban por el soldado. El rey tomó la
palabra y dijo: “Esta acción y las de los demás son bellas; pero no me
sorprenden: ayer Zadig realizó una que me ha asombrado. Habíale yo quitado mi
confianza desde hacía unos días a mi ministro y favorito Coreb. Me quejaba de
él con gran enojo, y todos mis cortesanos me aseguraban que era todavía
excesiva mi bondad para con él; rivalizaban todos en hablarme mal de Coreb.
Pregunté a Zadig su opinión, y se atrevió a hablarme bien de él. Confieso que
he visto, en todas nuestras historias, algunos casos en que se haya pagado un
error con una fortuna, en que se haya cedido a otro la novia, en que se haya
preferido la madre a la bien amada; pero no he leído nunca que un cortesano
haya hablado favorablemente de un ministro en desgracia, contra quien su
soberano se halla irritado. Doy pues, veinte mil monedas de oro a cada uno de
ellos cuyas generosas acciones acaban de sernos relatadas, pero otorgo la copa
a Zadig.
—Sire —respondió éste—, sólo vuestra Majestad merece la
copa; vos habéis cumplido la acción más inaudita, ya que, siendo rey, no os
habéis enojado contra vuestro esclavo cuando éste se atrevió a contrariar la
pasión que os dominaba.
Todos admiraron al rey y a Zadig.
Todos admiraron al rey y a Zadig.
Scherezada
José Luis Zárate Herrera
—Scherezada —exclamó indignado el sultán— estoy dudando de que seas pura.
¡Explícate!
Y ella no tuvo más remedio que empezar a contarle un cuento…
A mis zapatos
Beatriz Álvarez K.
Y yo contemplaba cuidadosamente mis zapatos como si estos
hubiesen desarrollado un afecto especial para mí, como si de noche, a falta de
mis pies, se sintieran fríos y solos. No sé cuántas veces, bajo el efecto
estridente de la hora de comer, me he mofado de sus suelas grises, pobrecillas,
que han conocido la humillación constante de la ciudad. Y pensar que parecen
inexpertos, quizá insignificantes: recién nacidos en día de lluvia… Al día
siguiente son espejos y otro más y son alondras. Y sin embargo son siempre mis
zapatos, saludándome en la piecera de los días, reconociéndome paso a paso,
lamiéndome los pies, fieles cachorros apátridas y huérfanos. Ahora se inclinan
sobre mí, acariciándome, pidiéndome un poco más de cariño, ahora lanzan
pequeños gemidos rítmicos. Las agujetas son sus lenguas o sus brazos que se
aferran a la seguridad de Yocaminando o de Yoparada o Yocontemplándolos, una
mañana de niebla como hoy. Y ellos me sonríen temerosos desde su estante
indescifrable. En más de alguna ocasión ha habido quien los evoque como
esclavos a ras del piso, como pobres… como los que lloran paso a paso de la
vida. Pero son mis zapatos. Y me lamen los pies.
Praxis
José Barrales V.
Se desperdicia mucha fuerza vital cuando dejamos a los
sonámbulos realizar sus actividades sin perseguir una finalidad constructiva.
Por eso en la población de Sigmunda se estableció el Instituto Programador para alimentar de trabajadores nocturnos al Centro de Producción, el cual los aprovecha sin otro gasto que el de un hipnotizador que mantiene dormidos y activos a esos sonámbulos amaestrados.
Por eso en la población de Sigmunda se estableció el Instituto Programador para alimentar de trabajadores nocturnos al Centro de Producción, el cual los aprovecha sin otro gasto que el de un hipnotizador que mantiene dormidos y activos a esos sonámbulos amaestrados.
El otro lado
Alejandro Aura
Un día el rey llamó a unos muchachos de por aquí y
les dijo “Se me van volados hasta el otro lado y vienen y me dicen qué hay”
Unos se fueron en bicicleta, otros en patines y otros en avalancha, otros se fueron nomás volando.
Unos se fueron en bicicleta, otros en patines y otros en avalancha, otros se fueron nomás volando.
Algunos llegaron pronto al otro lado y otros se tardaron
años, así que llegaron viejecitos, pero los primeros para no aburrirse
esperaron a los demás haciendo cuentas y tejas de barro.
Ya que se fijaron bien en todo regresaron y le
dijeron al rey: “Del otro lado es todo igual pero al revés”.
Quién sabe por qué se les ocurrió decir eso, pero
todos dijeron lo mismo.
“Yo quiero ir”, dijo el rey, “cárguenme”. Y lo
llevaron.
Pero cuando pasaron al otro lado, el rey tuvo que
cargar a todos y eso no le gustó, entonces quiso que lo regresaran, pero como
todo era al revés, se lo llevaron al otro lado del otro lado.
Y así siguieron hasta que se acabaron todos.