martes, 19 de noviembre de 2013

¿Hay una literatura de mujer?

 Cuatro preguntas y cinco propuestas

Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013./elpais.com
¿Hay un estilo literario de mujer?
Esta es la pregunta que nos reunió recientemente en el Instituto Cervantes de Toulouse, y la suerte quiso que el debate coincidiera con la concesión del Nobel a Alice Munro. La candiense no es solo una gigante de las letras. Mal que nos pese el eterno debate sobre el género, reconozcámoslo, es también una gigante del universo de la mujer, y este premio es una fiesta para los que creemos que la mujer está infrarrepresentada en galardones, cargos e instituciones. Elvira Lindo recuerda que la hija de la Nobel, Sheila, cuenta en Vida de madre e hijas. Creciendo con Alice Munro que cuando ella y sus hermanas entraban en el cuarto de la plancha, donde ella solía escribir, su madre retiraba su cuaderno para dar a entender que hacía algo tan prosaico como la lista de la compra. Que ellas eran prioridad.  Rosa Montero aporta una reflexión interesante con la que coincido: "Cuando un escritor hace una novela protagonizada por un hombre se considera que está hablando del género humano, pero cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, se considera que está escribiendo sobre las mujeres. No es así. Todos, escritora o escritores, hablamos sobre el género humano". Y la muerte de Doris Lessing alienta de nuevo el debate.
Pero en el intenso y divertido debate de Toulouse, dentro del Festival Polars du Sud, la escritora Reyes Calderón, Georges Tyras (catedrático en Grenoble y traductor de Vázquez Montalbán) y quien suscribe hablábamos de novela negra, y en ella hay que reconocer que el factor hombre/mujer es mucho, mucho más acusado, especialmente en lo que se refiere al universo que retrata.Pero vamos por partes. Primero haremos un test. Después, cinco propuestas para la reflexión.
Primera pregunta. ¿Hay un estilo en la literatura de mujer? En una escala de 0 a 10, pongamos un 6. Es decir, sí, pero muy poroso, elástico, tanto como la clase social, la procedencia o la edad. La sensibilidad que exhala Tana French o Kathy Reichs tiene elementos distintos a los de Connelly, Connolly o Black.
Segunda pregunta. ¿Hay un impulso especial por ser mujer? En una escala de 0 a 10, pongamos un 8. Es decir: creo que, sin duda, sí. Estoy tan segura de que la motivación que te empuja a escribir está redoblada por el hecho de ser mujer como de que esto se trata de una convicción, de que no lo puedo demostrar.
Tercera pregunta. ¿Hay una calidad especial en la literatura de mujer? En esa escala de 0 a 10, pondremos un 0. Evidentemente no hay una relación.
¿Hay una mirada de mujer? Sí. Esta respuesta marca un 10. Vamos a explicarnos. Debo reconocer que me animé a escribir novela negra, entre otras razones, espoleada y cabreada por lecturas masculinas que me alentaron a buscar, reflejar y disfrutar de mi universo en negro, diferente al que describe la mayoría de los hombres, y que creo más actual, más real, de mujeres capaces de sacar brillo a su cerebro más allá de su habilidad para despertar con sus escotes los deseos acuciantes de investigadores maduros con la copa entre las manos. Me pasó igual que con la comida. Paladeo la pasta con erizos de Montalbano y las cervezas y -no tanto- los fish and chips de Tana French en Dublín, pero aprecié desarrollar una trama entre platos de boquerones y tortilla de patatas. Mi mundo no es Sicilia ni Dublín, como tampoco lo es el de los hombres misóginos o solitarios. Adoro a Camilleri y su Montalbano, adoro a Vázquez Montalbán y su Carvallo, adoro a Connelly, a Black y muchos otros. Y sin embargo me “harté” de leer cómo babeaban ante mujeres sinuosas de pechos abultados con inteligencia escasa o, con algo de suerte, casual. 
Intentar contar el nuevo universo en el que muchas mujeres toman cada día decisiones, a veces entre jefes y compañeros que siguen observándolas con desdén, era demasiado tentador.
He intentado definir una lista provisional y apresurada de las características de la literatura de mujer. Con dudas. No significa que los hombres no las compartan, solo simplemente que en las mujeres, sean autoras o protagonistas, son más abundantes. A veces, como simples herramientas más conscientes. No son verdades. Son propuestas para la reflexión.
1. Empatía con otras vidas. Tana French en Faithfull Place inyecta una trama en una saga familiar en la que el lector acaba sintiendo compasión por casi todos sus miembros, desde el detective Frank a su madre descuidada y también víctima, o por cada uno de sus hermanos, los buenos, los malos y los peores. No hay bien y mal absoluto en ninguno de ellos. Solo hay reacciones distintas, algunas tipificadas en el Código penal, pero casi todas comprensibles en una vida miserable sin una oportunidad. El alcoholismo, el abuso, el maltrato, el amor, el desamor y la traición provocan altas dosis de comprensión de la actuación de cada personaje hasta la desazón.
2- Frescura. El desparpajo de la antropóloga Brennan moviéndose entre los miembros y restos humanos desperdigados de un vuelo estrellado en Canadá o entre las ruinas sospechosas de un lugar abandonado quita el hipo. Puede que sufra, pero el desaliento se lo guarda dentro como todo aquel que ha luchado por llegar a una meta antes vedada.
3. Mirada distinta, distinta sensibilidad. Un personaje de Alice Munro (recuerda de nuevo Elvira Lindo) dice que cuando un hombre sale de su habitación, todo lo ocurrido queda ahí. Cuando sale una mujer, lo ocurrido sale con ella. Es un gran recurso por parte de la Nobel de Literatura ponerlo en boca de uno de los personajes, porque simplificar es errar. Pero el universo complejo y generalmente silencioso de la mujer, la relación de ideas que teje en su mente, la preocupación por no gustar, por no encajar, por no triunfar, por no valer, por no elegir, posiblemente le ha dado herramientas para captar las razones de la debilidad.
4. La vulnerabilidad queda acentuada. Hay un personaje femenino elaborado con un acierto y valentía que han sido claves para su éxito comercial, independientemente del género: Lisbeth Salander. La pequeña sueca flaca y maltratada, architatuada, cargada de piercings, bisexual, residente en los recovecos más marginales de la sociedad en el país del bienestar fue el contraste que sirvió a Stieg Larsson para forjar una nueva imagen de ese país. He ahí un personaje que permanecerá. Triste, seria, golpeada, y sin embargo imbatible. La vulnerabilidad sufrida le ha hecho extremar sus dotes para salir del fango. El investigador de las novelas policiacas siempre tiene heridas viejas, graves puntos de vulnerabilidad nunca del todo superados. Cuando se trata de una mujer, todo eso es aún más fácil. La propia talla física menor y la debilidad serán fortalezas si están bien tratadas.
5. El machismo como blanco de la risa, de la ira, o como acicate. Las investigadoras, o las investigadoras que me gustan, suelen tener una ventaja sobre sus compañeros: no pierden el tiempo alardeando de su vida sexual.
La primera vez que un periódico se ocupó de Alice Munro, en 1961, el periodista tituló la entrevista: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”. Era The Vancouver Sun. Lo más probable es que la entrevista la hiciera un hombre y que hoy, 50 años después, la hiciera una mujer. ¿Y cuál sería el título hoy? No nos atreveríamos, pero “periodista/economista/escritora encuentra tiempo para ser madre”. Porque la verdadera heroicidad, tengámoslo claro, sigue siendo conciliar.