El catedrático portugués recogió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el Palacio Real de Madrid
El escritor portugués Nuno Júdice posa en un parque de Lisboa, Portugal, el 18 de noviembre del 2013. /Francisco Seco/elpais.com |
Nuno Júdice nació en 1949 en Mexilhoeira Grande, en el Algarve, y se
aficionó a la poesía, antes de leer, oyendo a los actores portugueses
recitar en la radio en su pueblo en los cincuenta. Después saqueó la
biblioteca familiar y más tarde descubrió con asombro el verso libre de
Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Pessoa. De ahí no salió.
Publicó su primer libro de poesía, A Noção de Poema,en 1972.
Desde entonces ha escrito, a un ritmo constante y espectacular, más de
30 volúmenes poéticos, una decena de novelas, otra de ensayos y cuatro
obras de teatro. Concibe el escribir como un trabajo y cada tarde,
cuando ha terminado las clases de Literatura en la universidad y los
artículos que le dan de comer, se sienta a una mesa silenciosa de su
casa de Lisboa y se pone a trabajar, solo, feliz. Habla poco, siempre en
voz baja. Es tímido. Hoy recibe el Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana.
¿Es difícil ser poeta y catedrático de Literatura?
Hay países en los que esa coexistencia es
difícil, como en Francia, donde los poetas universitarios, por así
decir, no son vistos como “auténticos”. En Portugal, curiosamente, los
grandes del XX fueron profesores de Literatura, como Jorge de Sena. A mí
me obliga a convivir con la literatura. Aunque muchas veces evito
enseñar poesía a fin de no tener que desarmar los poemas en clase para
verles las costuras.
¿Es verdad que Portugal es tierra de grandes poetas y no tan grandes novelistas?
Eso procede, por un lado, de que hasta hace pocos
años, solo Luís de Camões y Pessoa, dos poetas, habían salvado las
fronteras. Solo Saramago lo ha vuelto a hacer recientemente. Y también
de la idea romántica de que la poesía y la saudade caracterizan nuestra
identidad.
Hay quien añade a esa esencia portuguesa la resignación.
Tiene que ver con dos hechos históricos: la
Inquisición, que duró tres siglos, y la dictadura, que duró 50 años.
Ambos marcaron negativamente la creatividad. Aunque creo que las
generaciones más jóvenes se comportan de un modo diferente.
Pero usted ha dicho que los portugueses han sido muy tolerantes con esta crisis…
Aludía a esa resignación, pero también al hecho
de que Europa ha sido durante muchos años el sueño portugués y ahora nos
es difícil liberarnos de esa utopía.
¿Y qué debe hacer la literatura frente a todo esto?
La literatura portuguesa siempre tuvo que ver con
la evolución social del país. Se echa de menos eso. La literatura es la
mejor manera de que perduren determinados hechos.
Pero los periódicos se encargan de consignarlos.
Sí, pero la literatura da una visión personal, subjetiva. Problematiza un acontecimiento, va más allá del registro documental.
¿Y la poesía? ¿Cómo influye esta realidad apabullante que se vive hoy en Portugal?
Yo crecí con la dictadura. Y existió, antes de mi
generación, una poesía militante, muy política. Nosotros reaccionamos
contra eso. Pensábamos que una poesía que nacía en una circunstancia
política perdería el sentido una vez desaparecida. Por eso mi poesía,
siempre ha tratado de ser algo más universal. Aunque, bueno, es evidente
que la realidad tiene que pasar por ahí. Pero siempre busco que el
poema trascienda ese puro hecho que lo inspiró.
¿Y por qué tantos poemas sobre la poesía misma?
Eso siempre ha estado en mí. Por lo menos hasta
el final de los años ochenta. Después mudé algo. Pero siempre me he
interrogado sobre qué es un poema, entendiendo como poema ese objeto
vivo que perdura en la mente del lector. La poesía que muere una vez
leída, esa poesía seca, formal, es un objeto interesante, pero no pasa
de eso. El poema tiene que dirigirse al lector como algo esencial y
transformarlo, hacerle ver las cosas de otra forma.
¿Cómo decide escribir poesía o novela?
Por lo general escribo siempre poesía. Es mi
actividad más constante. La novela necesita una historia, un punto de
partida con el que seguir. Y, por ejemplo, ahora no tengo ninguno. La
novela no es en mí algo natural. En el fondo, en mis novelas hablo de
cosas que conozco, son una suerte de memoria ficcionada, de diario
novelesco.
¿Cómo consigue escribir tantos libros de poesía?
Me obligo a escribir todos los días, como un
oficinista. Escribir es mi vida. Me gusta hacerlo, no vivo de eso, pero
es mi manera de ser.