ALMA SALVADOREÑA
¡Hora
de angustia! El firmamento
cobija
un mundo que se desploma;
se
oye un ruido sordo y violento
de
valle en valle, de loma en loma.
el
negro carro del infortunio
choca
en el monte, choca en la peña;
y
en la sombría noche de junio
solloza
el alma salvadoreña…
En
la penumbra se hunde y se espina,
como
en las ondas de un océano,
la
valerosa ciudad latina,
gloria
y orgullo del genio humano.
se
bambolean choza y palacio;
cruje
una torre, se abate un muro,
y
en un lamento sube al espacio
por
entre nubes de polvo oscuro…
¡Hora
de angustia! Un fuego interno,
un
trueno vasto y un humo hediondo
-vivo
trasunto de rojo inferno-
surgen
del fondo, surgen del fondo…
y
el ígneo río se desparrama,
incendia
el bosque, refluye al llano;
más
no es un río- tal como bruma-,
es
el remedo de un mar lejano…
inútilmente
su frente humilla
y
clama el hombre, tal vez Dios sueña,
y
esto es acaso su pesadilla
que
oprime el alma salvadoreña.
¡Hora
de angustias! La luz temprana
de
un triste día dora la cumbre:
¡No!
Que no venga la luz ufana
porque
la triste verdad no alumbre.
Áridos
campos, selvas ardientes
que
agosta el vaho de lo profundo;
tétricas
nubes, rojo profundo;
que
empaña el cielo, que anega el mundo.
y
en un ancho cerco de horror y muerte
-¡Oh
fraternales almas latinas!-
la
ciudad bella, la ciudad fuerte,
yace
en escombros, está en ruinas…
Pero…
¿Qué es esto? Bajo el muro
que
al cataclismo rodó impotente,
se
oyen las notas de un canto puro
que
sube al cielo serenamente,
y
un golpe firme – firme aunque blando-
mueve
las ruinas amontonadas,
y
de un seno surge cantando
vivaz
alondra de alas doradas,
alondra
altiva que deja el suelo,
que
rasga el éter, que canta y sueña
-símbolo
noble de un gran anhelo-
esto
es el alma salvadoreña…
No
la aprisionan despojos ruines,
no
la sepultan ceniza y lava:
para
eternales y excelsos fines
ella
persiste serena y brava.
Se
alisa ahora la leve pluma;
y
aun temblorosa y aun arrecida
burla
a la muerte con gracia suma,
con
gracia suma canta la vida.
¡Oh
vigorosas armas latinas
que
el infortunio jamás domeña!
¡Aun
entre escombros y aun entre ruinas,
es
grande el alma salvadoreña!
Ricardo
Arenales
San Salvador, junio, 1917.