Una muestra rescata la figura de Henri Labrouste, un ingeniero-arquitecto proto-modernista, pionero de la construcción en hierro
Bibliothèque Ste-Geneviève, París. 9 cúpulas están suspendidas sobre delgadas columnas de hierro a más de 10 metros./Revista Ñ |
"Henri Labrouste: Estructura sacada a la luz" en el Museo de Arte
Moderno de Nueva York es elegante y adusta, como la obra de Labrouste.
El nombre tal vez no le resulte familiar, pero no deje que eso le impida
ir a ver la muestra. Es fantástica.
Labrouste murió en 1875, a
los 74 años, dejando dos de los mayores edificios del siglo XIX, la
Bibliothèque Ste.-Geneviève y la Bibliothèque Nationale, milagros de la
construcción en piedra, hierro y vidrio en París.
Hay toques
maravillosos, como las mesas de dibujo realizadas siguiendo los diseños
de muebles de Labrouste en Ste.-Geneviève, donde están desplegados los
dibujos. Son ideales para estudiar trabajos en papel. Los dibujos de la
sala inicial sirven para recordar cómo solía ser el gran oficio del
dibujo. Lamento que no veamos los de otros edificios además de las
bibliotecas.
Labrouste diseñó residencias privadas en distintos
estilos tradicionales. La inferencia de su ausencia --que, obligado a
ganarse la vida, tuvo que tomar encargos convencionales-- desmentiría su
reputación de intransigente. Un hombre serio y orgulloso que no se
doblegaba ante nadie.
El que vemos en el Modern es en gran
medida el Labrouste que el crítico Sigfried Giedion identificó durante
buena parte del siglo pasado como un ingeniero-arquitecto
proto-modernista, un pionero de la construcción en hierro.
Aunque
eso continúa vigente, Labrouste resulta como mínimo igualmente
interesante en la actualidad por la complejidad de su pensamiento. En
nuestra época de arquitectos-estrella él constituye un caso instructivo
por su voluntad de no hacer concesiones y su estética híbrida y poco
ortodoxa, que alió industria y clasicismo.
La sobriedad del
exterior de Ste.-Geneviève proviene del minimalismo de su diseño:
repisas continuas recorren la longitud de la larga fachada en la cornisa
y entre los dos pisos, con simples coronas de piedra aparentemente
colgadas de la repisa inferior sobre círculos o pomos de hierro.
Ventanas de medio punto sin adornos marcan las únicas interrupciones en
la pared de la planta baja, salvo por la puerta del frente.
El
piso superior de la fachada, anunciando la arquitectura de la sala de
lectura que alberga, presenta una galería poco profunda de arcos que
contienen una grilla de placas con las inscripciones de los nombres de
810 escritores. Están enumerados en hileras debajo de las grandes
ventanas-luneta, los triforios de la sala de lectura.
Tal como
los que se ven entre las coronas de abajo, los círculos que hay en los
espacios entre las ventanas son remaches y sostienen tirantes para los
entramados del piso y las bóvedas de la estructura de hierro en el
interior.
Efectivamente, Labrouste, convierte el esqueleto estructural del
edificio en su motivo decorativo. Después
de Ste.-Geneviève, Labrouste trabajó durante los últimos 21 años de su
vida en la Bibliothèque Nationale, con su sala de lectura cuadrada que
es como una colmena bañada de luz con nueve cúpulas suspendidas sobre un
bosque de delgadas columnas de hierro de 10 metros de alto. Allí donde
las ventanas no perforan las paredes superiores, paisajes pintados
reflexionan sobre el tema pastoral, con la bóveda de hierro de las
estanterías de libros, también bajo la luz natural, visible a los
lectores a través de una elevada pared de vidrio y separada por una
arcada monumental. Labrouste dedicó la mayor parte de su vida activa,
con un salario gubernamental, a obras de arquitectura pública.
Trascendió
los materiales para llegar a edificios funcionales de una delicadeza
etérea. Nada era demasiado insignificante para su atención.
Después de 12 años, Ste.-Geneviève entró en el presupuesto.
Labrouste
dio la noticia al ministro de turno y obtuvo autorización para cambiar
la puerta de entrada en hierro fundido por una de bronce. Un
perfeccionista hasta el más mínimo detalle.