El escritor español José Ovejero gana el galardón con una historia de azar, soledad y misterio. La convocatoria literaria bate su récord de originales recibidos: 802
José Ovejero conversa por videoconferencia con el jurado: Antonio Ramírez, Xavier Velasco, Annie Morvan, J. M. Pozuelo Yvancos, Jordi Puntí y Manuel Rivas. / Gorka Lejarcegi./elpais.com |
José Ovejero, flamante ganador del Alfaguara 2013./alfaguara.com |
Si la simpática ocurrencia de uno de los miembros del jurado
consistente en despertar a José Ovejero a las cinco de la mañana en
Pensilvania para mentirle diciéndole que había quedado finalista del
Alfaguara hubiera tenido éxito, es de suponer que el interfecto habría
jurado lo que no está en los escritos. Pero no fue así. Ninguna de las
dos cosas fueron así. Ni la jugarreta prosperó ni Ovejero había quedado
finalista. El narrador, poeta, cuentista y ensayista (Madrid, 1958)
había ganado el Premio Alfaguara de Novela en su XVI edición gracias a La invención del amor,
una inquietante historia de triángulos amorosos entreverados de esa
pegajosa zozobra que proyectan las crisis pasajeras, y no digamos las
que deciden quedarse.
Así que el ganador se alegró, se levantó, se tomó el día libre allá
en Pennsylvania y añadió otra muesca a un curriculum que ya sumaba otras
recompensas de fuste, como el Anagrama de Ensayo (La ética de la crueldad), el Primavera de Novela (Las vidas ajenas), el ramón Gómez de la Serna (La comedia salvaje) o el Grandes Viajeros (China para hipocondríacos).
La invención del amor, que había sido presentada bajo el título inicial de Triángulo imperfecto y firmada con el seudónimo Doppelgänger,
sacó la cabeza por encima de otros 801 originales llegados de las
cuatro esquinas del ancho mundo que habla y escribe en español. Es el
récord en los 16 años del Premio Alfaguara. No en vano, el presentador
del acto celebrado ayer en un hotel de Madrid, el periodista Toni
Garrido, se preguntó entre las risas del comedor: “Esto quiere decir o
que la gente tiene cada vez más tiempo para escribir, o que cada vez hay
más gente que cree que puede ganarse la vida con la literatura... no sé
qué me preocupa más”.
De esas 802 novelas aspirantes al premio, 342 llegaron desde España,
133 desde México, 99 desde Argentina, 61 desde Colombia, 34 desde
Estados Unidos, 28 desde Chile, 23 desde Venezuela, 19 desde Ecuador, 18
desde Perú, nueve desde Guatemala, nueve desde Honduras, ocho desde
Costa Rica, ocho desde Panamá, ocho desde Nicaragua, ocho desde Bolivia,
siete desde El Salvador, siete desde Uruguay, cuatro desde Paraguay y
dos desde Puerto Rico.
¿Qué es La invención del amor? Una historia de azares,
zozobras, amores peligrosos y quiebras individuales y colectivas
ambientada en el popular barrio madrileño de Tirso de Molina, que no es
otro que el del autor cuando se encuentra en su ciudad natal. ¿Zozobras?
Sí, y tiene su explicación: en su acta, los miembros del jurado
presidido por Manuel Rivas (José María Pozuelo Yvancos, Annie Morvan,
Jordi Puntí, Xavier Velasco, Antonio Ramírez y Pilar Reyes, con voz pero
sin voto) evitaron huir de la palabra crisis como alma que lleva el
diablo y, como explicó ayer el propio Pozuelo Yvancos, prefirieron poner
zozobra: “Sí, evitamos lo de crisis cuando escribimos el acta;
pensamos que la literatura tenía que decirla de otra manera, así que al
final pusimos zozobra”.
De nuevo: ¿qué es La invención del amor, más allá de una
novela que inyectará en la cuenta corriente de su autor 130.000 euros,
que pondrá en una estantería de su casa una escultura de Martín Chirino y
que será editada y distribuida de forma simultánea en 19 países de
habla hispana con 400 millones de lectores como objetivo potencial? En
palabras del hombre del día, “un relato de estructura sencilla y lineal,
narrada en primera persona y sin grandes saltos ni alardes... de hecho,
no era una novela como para presentar a un gran premio, no pretendía
ser deslumbrante”.
Heredero confeso del boom latinoamericano, hijo putativo de Cortázar,
García Márquez, Borges, Rulfo, Mujica Lainez y Luis Martín Santos y
seguidor ferviente de Coetzee, Philip Roth y Don DeLillo, José Ovejero
ha echado mano del poder de la imaginación para trastocar la realidad y
reinventar las posibilidades del amor, a través de triángulos
peligrosos, antídotos contra lo acomodaticio, huida de la evidencia.