Proyecto de fomento a lectura y bibliotecas, que le mereció a Bogotá ser Capital Mundial del Libro
Un niño en la ceremonia del 23 de abril de 2007, en que Bogotá fue
declarada como Capital Mundial del Libro./Mauricio Dueñas./eltiempo.com
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Suelen rememorar historiadores como Thompson y filósofos como
Rancière el caso del obrero inglés o francés del siglo XIX que no solo
exigía un aumento salarial sino que luchaba por tiempo libre para leer,
para hacer poesía y compartir.
Leer no para ser “mejor ciudadano” o para “ilustrarse”. Simplemente
leer, pero produciendo sus propias lecturas, es decir asumiendo la
libertad de leer lo que se quiere leer. Leer a Balzac o a Victor Hugo,
lo hacían no por hacerse ‘cultos’ o ser ‘incluidos’ en una cultura
‘letrada’, sino porque la lectura significaba un espacio nuevo, un
espacio propio en el que se es soberano y se deciden los caminos. Este
es el aspecto político de la lectura.
No se trataba de lecturas individuales, se trataba de lecturas
colectivas y nocturnas. Se leía afirmando el deseo de no ser considerado
solo como un homo aeconomicus y se rechazaba de plano una división
social del trabajo (de la vida) en la que unos deben leer solo lo que
necesitan para su oficio y para ser “mejores ciudadanos” y otros leen
por el placer de leer. Aquellos obreros cuestionaron el orden de lo
sensible y se negaron a ser instrumentalizados y a ser solo
destinatarios pasivos.
‘Libro al Viento’, un proyecto derivado de la política de fomento a
la lectura y a las bibliotecas que le mereció a Bogotá, entre otros
programas, ser Capital Mundial del Libro en 2007, cuenta con
antecedentes en una serie de colecciones y bibliotecas que editaron el
Ministerio de Educación, la Biblioteca Nacional y Colcultura. Si bien
encontramos similitudes, es interesante conocer cómo se demarca este
último proyecto. En 1927, Luis López de Mesa se refería a la Biblioteca
Aldeana como un “núcleo de iniciación” a las “obras fundamentales de la
cultura humana”.
Una selección de literatura nacional y universal a través de la cual
“el espíritu humano ha dejado huellas ideales”. Cerca de 200 títulos de
literatura y cartillas sobre asuntos de salud y cultura cívica,
conformaron este proyecto de modernización distribuido a través de los
municipios del país. Luego, a mediados de los años setenta, el poeta
Jorge Rojas, al frente de Colcultura, inició la Biblioteca Básica
Colombiana en la que se recogieron memorables textos de Álvaro Mutis,
Hernando Téllez y Ernesto Volkening, entre otros.
La colección ‘Libro al Viento’, fundada por Ana Roda, cuyos
ejemplares caben en un bolsillo, comporta excepcionalmente autores
contemporáneos y está destinada a pasar gratis de mano en mano, buscando
con ello no constituirse en una competencia para las editoriales
independientes. Con 8 títulos al año en tirajes de 20 mil ejemplares en
promedio, la colección inició con la publicación de Antígona. Es el
sueño de una ciudad que recrea la vida apoyado por esos volúmenes
–semillas de literatura en movimiento–. Como otros componentes de la
política, se han desarrollado espacios alternativos para la lectura en
las plazas de mercado, los parques, las istaciones de TrasMilenio y los
hospitales. Espacios que al sumarse a las bibliotecas escolares y
públicas, están resignificando la literatura como un mundo de lo posible
y no como un museo para ‘ilustrados’.
‘Libro al Viento’, y en general la política de fomento a la lectura
en Bogotá, es una invitación a repensar el papel de la lectura y la
escritura en la vida cotidiana, más allá de una simple
instrumentalización de la literacy (alfabetización / culturización) como
funciones sociales modernas.
Para celebrar los 10 años de ‘Libro al Viento’ se publicarán en
diferentes soportes 12 títulos en 2014, se reeditarán números
especiales, se analizarán y debatirán los criterios que hoy, en el
contexto de la cultura digital y de la interactividad, configuran la
colección. Y, desde 2013, ya se han desarrollado los talleres de
escritura creativa en todas las localidades y la Biblored. Estas
acciones apuntan a potenciar los espacios de encuentro entre
escritores-lectores, no solamente como escritores que les hablan a
lectores, sino enfatizando la acción en las diferentes fases de los
procesos creativos. Rompiendo el exceso de solipsismo de las
bellas-letras, se multiplican hoy los espacios colectivos (laboratorios)
donde aprenden unos de otros, se movilizan nuevas visiones de la
literatura y es posible ampliar los horizontes creativos haciendo eco a
la petición de Roland Barthes, para quien el gran reto es hacer del
lector un escritor. “El día en que se llegue a hacer del lector un
escritor virtual o potencial, todos los problemas de legibilidad
desaparecerán... toda una transformación está por hacer”.
CLARISA RUIZSecretaria de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.