La narradora estadounidense Siri Hustvedt ofrece textos diversos y emotivos sobre la vida personal, el mundo visual y la filosofía
HUSTVEDT. Publicó tempranamente un libro de poemas, pero luego se dedicó exclusivamente al ensayo y la narrativa./revista Ñ |
El ensayo es un género reflexivo y ecléctico, que cada escritor
adapta a sus propios objetivos. Siri Hustvedt lo explica con claridad en
sus “Notas de la autora”, escritas después de releer los ensayos…, es
decir a posteriori, como escribo yo esta crítica. En esas Notas,
defiende y justifica el uso de la primera persona y por esa razón, yo la
uso en esta reseña.
La colección está dedicada a la pregunta
“¿qué nos hace humanos?”. Para responderla, Hustvedt adopta un enfoque
multidisciplinario que, según dice, proviene del hecho de que no pasó
por la mirada restrictiva de las academias. De todos modos, recurre
sobre todo a fuentes de la psicología, la neurociencia, siempre estudios
sobre percepción, memoria, emoción y lenguaje. Hay textos más orales
(conferencias) y otros más claramente escritos y el público al que se
dirige es muy general a veces y otras, más profesional y específico
(sobre todo en la sección “Mirar”).
La división en tres partes
–“Vivir”, con textos en los que pesa más la anécdota personal; “Pensar”,
sobre temáticas más generales y filosóficas; y “Mirar”, alrededor de
lo visual— es una guía bien construida pero, en el fondo, algo
arbitraria. “Mirar” es claramente una unidad pero las dos primeras
podrían ser una sola o varias más. Esa resistencia a la clasificación
está en línea con el pensamiento de Hustvedt, que rechaza la
fragmentación y el binarismo típicos de Occidente.
El pensamiento
de la autora estadounidense es complejo, capaz de partir de reacciones
personales (“esto me irritó”, “aquello me conmocionó”) y llegar a
análisis generales sobre el pensamiento humano, y entre esos dos
extremos, apelar tanto a anécdotas personales como a fuentes eruditas
(Sontag, Baudrillard, Freud).
Hustvedt desafía el pensamiento
postestructuralista según el cual la realidad ha dejado de existir,
reemplazada por el simulacro de la imagen. Al contrario, afirma que esa
idea es resultado del placer intelectual de llevar un razonamiento hasta
las últimas consecuencias, un ejercicio “excesivo”, alarmista y
“divertido” pero solamente eso. “Sigue habiendo una diferencia entre la
vida que vivimos y las imágenes mecánicas de esa vida que vivimos”,
dice. La recepción positiva o negativa de esta base filosófica está
relacionada, claro, con las convicciones de cada lector: a mí, el
párrafo en que ella declara que tiene en la “la realidad de mi mundo
sensorial inmediato” una fe “que no tengo cuando veo una película o miro
una imagen en Internet” me llena de admiración y alegría.
De pie
sobre ese “sentido de la realidad”, Hustvedt provoca a sus lectores, les
pide siempre que se reconozcan en las operaciones mentales que
describe. Y como se trata de operaciones humanas, universales, la
mayoría de los ensayos se comunica muy bien con casi todo el mundo para
transmitir un programa completo: la necesidad de rescatar a la emoción y
los sentimientos en cualquier análisis, de ponerlos a la misma altura
que lo racional. Tal vez, ese programa es el lugar en el que Hustvedt se
muestra más abiertamente como mujer aunque no toque muchas veces el
tema del género.