El escritor mexicano pasó de ser autor marginal a las grandes ligas. Un asesino solitario, novela sobre Colosio, cumple 15 años
Élmer Mendoza, autor mexicano de Un asesino solitario.Ilustración,Julio Grimaldi./excelsior.com.mx |
El sobre que revelaba el autor tras el seudónimo no podía abrirse,
pero los miembros del jurado casi daban por hecho que la novela que
había quedado finalista era de Federico Campbell (1941-2014). Al término
de la deliberación, aquella historia ambientada en el norte de México
que hablaba de disputas entre narcotraficantes y policías judiciales, no
sería la ganadora, pero había llamado la atención de más de uno de los
integrantes del jurado del concurso convocado en Michoacán.
Uno de ellos se apresuró a llamar a Campbell para decirle que su
novela había quedado finalista. Turbado, el escritor tijuanense tuvo que
admitir que la historia no había sido escrita por él, sino por otro
joven escritor del norte mexicano que personalmente le había hablado de
la historia y le había puesto en sus manos el manuscrito, pidiéndole
consejo. Su nombre era Élmer Mendoza, un autor de Culiacán que hasta ese
momento sólo escribía para publicaciones marginales, editoriales
independientes o las magras ediciones de la institución cultural de su
ciudad.
Campbell se puso feliz y llamó al editor Martín Solares de editorial
Tusquets, para hablarle de Mendoza. Aquella sería la entrada a “las
grandes ligas” del escritor culichi. Su novela Un asesino solitario
contribuyó a darle cuerpo en el panorama de las letras mexicanas a la
región norte del país. La primera edición apareció en 1999; este año
cumple 15 años; su autor 65 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el
episodio que dio nombre y detona la trama de la novela, hace exactamente
dos décadas.
En la FIL de Guadalajara, Mendoza recibió su primer “cheque de
autor”. “En enero de 1999 nos llegaron los primeros ejemplares y fueron
como una puerta a lo desconocido que no podríamos eludir. Mis hijos
Veckío, Ian y Lyan, sonreían nerviosos. Mis amigos resistieron la
sorpresa y brindaron”, recuerda el propio Mendoza en el prólogo que ha
escrito para la edición limitada a 15 de la primera aparición de Un asesino solitario.
Pero Élmer “nunca se la creyó”, dice su amigo y colega Juan José
Rodríguez, a pesar de que la fama y el reconocimiento mediático llegó
con esa novela que hasta la fecha ha tenido cuatro ediciones diferentes
en tres colecciones de Tusquets y el mismo número de reimpresiones en la
colección Fábula. “Hoy nos cuesta creer que hace 20 años la novela
policiaca no era tan bien vista en el mundo cultural, que sólo era un
juguete de Taibo II y los españoles y ahora estamos viendo que nos ha
abarcado, Un asesino solitario contribuyó en mucho”, agrega.
Ambicioso y disciplinado
Élmer Mendoza jamás se ha conformado, dice Juan José Rodríguez. A
diferencia de otros escritores que alcanzan éxito con un libro y no
vuelven a brillar, el sinaloense no ha cesado su búsqueda literaria.
Mendoza nació en Culiacán el 6 de diciembre de 1949, sus primeros años
transcurrieron en la colonia Popular (después mencionada como Colpop en
sus libros); cuesta trabajo dejar de imaginar al escritor como testigo
del bajo mundo de una ciudad calurosa en la que la transa, la violencia,
las drogas o los dólares están a la orden del día.
También la cerveza helada, los mariscos, el beisbol o las bellas
mujeres, “símbolos de la región”, como dice Rodríguez. El destino como
autor de Mendoza prácticamente estaba trazado, atraído por la lectura, a
Élmer siempre le gusto fantasear pero fue hasta que cumplió casi 30
años cuando decidió abandonar el trabajo que tenía como ingeniero
(carrera en la que se tituló) en una fábrica de televisores RCA, para
convertirse en escritor.
La anécdota se la contó al periodista Vicente Gutiérrez. Fue casi
como una epifanía, el ingeniero Mendoza llegaba tarde a la casa después
de una larga jornada laboral, en lugar de meterse a la cama decidió
tomar una libreta y una pluma y comenzó a escribir sin parar. Al
siguiente día renunció a su trabajo y ya sólo pensó en literatura.
“Élmer iba con su mochilita de cuero y su greña, era un autor marginal,
estuvo muy feliz en el circulo alternativo de las letras, publicando en
el mundo de dos filos, de las revistas; cuando da ese salto cuántico a
Tusquets, nos da mucho gusto y sorpresa”, recuerda Rodríguez.
El propia Mendoza le contaría a su colega mazatleco que la ingeniería
le dejó la capacidad de disciplinarse, un elemento indispensable a la
hora de escribir. “Ahí aprendió la responsabilidad y hacer las cosas;
tanto en sus proyectos literarios como culturales tiene la mentalidad de
trabajo de equipo o de disciplina, de siempre escribir tal día, de no
voy a un viaje porque tengo que entregar un capitulo, ese tesón que ha
tenido Vargas Llosa o García Márquez. Su gusto a la literatura se unió a
esa disciplina y dio los resultados que estamos viendo, más la
sensibilidad propia e un lector de (Julio) Cortázar, de alguien que
vivió el mundo de Janis Joplin y la realidad terrible y luminosa de
Sinaloa”.
Cazando palabras
Élmer Mendoza refirió alguna vez que el escritor Daniel Sada
(1953-2011), también norteño de Mexicali, escucho a una señora que
esperaba su viaje en la central de autobuses, la frase “Porque parece
mentira la verdad nunca se sabe”, con la que titularía una de sus
novelas. Como Sada, quien fuera uno de sus grandes amigos, Mendoza
también es un ladrón de palabras y diálogos.
Resulta fácil imaginar al escritor de Balas de plata fingir
que lee muy atento un libro en cualquier café o cantina. Pero en
realidad, ese hombre moreno de pelo rizado y más de 1.80 metros de
altura, no está atento a las páginas del libro, sino que escucha con
atención el diálogo que se desenvuelve a sus espaldas, es como un animal
agazapado, vigilando a su presa, absorbiendo la materia prima de sus
textos.
Juan José Rodríguez dice que Mendoza ha sabido como lo hizo Ricardo
Garibay (1923-1999) y el mismo Sada, captar la forma de hablar de toda
una región: “su oído, su capacidad de escuchar como habla la gente es
muy similar al que tuvo en su momento Garibay, que era de Tulancingo
pero que en sus novelas como La casa que arde de noche o Par de reyes tiene un oído similar para captar los modismos o las deformaciones que hacemos del lenguaje”.
“¿Sabes qué carnal? Durante el año tres meses y diecisiete días que
llevamos camellando juntos te he estado wachando wachando y siento que
eres un bato acá, buena onda, de los míos”, comienza Un asesino solitario.
“En su momento la obra de Élmer ha sido apreciada por lingüistas de
Estados Unidos y de otras partes por su capacidad de acercarnos al habla
y a los hablantes de la región noroeste de México”, piensa Rodríguez.
“Élmer es ambicioso, es firme, el no deja de escribir,hay muchos que se
rinden pero él sigue jugando, sigue arriesgándose, a sus 65 años
mantiene la búsqueda, el riesgo”, concluye.