miércoles, 12 de marzo de 2014

'1984': El ojo del siglo

Al cumplirse los 30 años de la fecha en que el escritor británico situó la pesadilla del Gran Hermano, su obra recobra actualidad como denuncia contra los totalitarismos y la manipulación política

1984, el Gran Hermano te sigue vigilando hace ya 30 años./elmundo.es
De entre todas las batallas necesarias, la que se libra en favor de la libertad es la única que justifica una entrega sin retorno. Así fue para Eric Arthur Blair, George Orwell para el mundo, consciente de que tal expedición empujaba, de algún modo, hacia los márgenes. Al lugar más extremo de la vida. Al territorio de todas las sospechas, donde él decidió instalarse por vía de la denuncia.
Orwell entendió pronto que la libertad no acepta el control ocular. El control en sí mismo. Los protocolos furtivos de la escucha. El sometimiento disfrazado de confort. La abolición de la disidencia. La condena de la insumisión. Es decir, no acepta los ingredientes que integran la masa madre de todas las dictaduras. Esas que el escritor británico se esforzó en descifrar y señalar a lo ancho de una obra que hoy vuelve a tomar sentido y vuelo, y reactiva su potencia. Ensayos, artículos, guiones radiofónicos, novelas... La escritura no como punto de fuga, sino como arcabuz contra El Gran Hermano. Porque el Gran Hermano te vigila.
Orwell (1903-1950) sintetizó en la mejor de sus narraciones, '1984', una de las más feroces utopías negativas de la literatura del siglo XX (sin olvidar 'El cero y el infinito' de Arthur Koestler). En aquellas páginas estableció el final del Hombre libre igual que Nietzsche, un siglo antes, había dibujado la muerte de Dios.
El libro apareció en 1949 y generó rechazos feroces y entusiasmos inquebrantables. Ahora se cumplen 30 años de aquel 1984, año real y bisiesto que comenzó en domingo. Esta fue la fecha elegida por el escritor británico para desovar su distopía, aquella sociedad ficticia -indeseable en sí misma- donde todo estaba sometido a una ultratiranía tecnológica de la que no era posible escapar.
Fue la crónica de un mundo eliminado donde la autonomía del individuo había sido expulsada sin piedad por las formaciones del orden. Y, mientras, en el 1984 real sucedían cosas de este pelaje: la URSS despliega misiles SS-20 en Alemania Oriental; Ronald Reagan es reelegido presidente de EEUU; el transbordador espacial Challenger aterriza en Cabo Cañaveral tras 11 días de permanencia en el espacio... Los ramalazos de la Guerra Fría y las últimas bocanadas del Muro de Berlín y de la lamentable sinfonía comunista.

Reedición

La editorial Lumen celebra el acontecimiento de aquella historia con la reedición de la novela, precedida por el certero prólogo que Umberto Eco trazó para la edición italiana del libro en aquel 1984 de todos los demonios.
Ese futuro estremecedor que ya hemos atravesado empieza a revelarse como trampa para el hacendoso funcionario del Ministerio de la Verdad, Winston Smith. Tras años de expediente impecable, empieza a sospechar que su misión real es contribuir a la gran farsa sobre la que se cimenta el gobierno del Partido Único. Se acerca a La Hermandad, el grupo presuntamente opositor fundado por el siniestro y ubicuo Emmanuel Goldstein, en realidad otra herramienta de control del Partido... El lavado de cerebro, la creación de un neolenguaje, la alteración de la historia, la abolición de la intimidad (el único amor posible es hacia el Gran Hermano) y del pensamiento libre son las armas del poder. El Ministerio del Amor genera odio. Y la Policía del Pensamiento, mentes huecas. Así funciona todo, con el prodigio tecnológico como aliado para la confección de los más eficaces instrumentos de opresión.Los eslóganes de la sociedad perfecta de 1984 son claros: "La guerra es la paz"; "La libertad es la esclavitud"; "La ignorancia es la fuerza". El lenguaje como confusión y anestesia.
"Lo más característico de la vida moderna no era su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido", escribe Orwell en la novela. ¿Exageró o adivinó? De algún modo estableció un paisaje fatídico en una presunta fecha lejana que nosotros hemos superado hace ya tres décadas.
¿Exageró o adivinó? "Digamos que el libro tiene muy poco de profético. Al menos las tres cuartas partes de lo que explica no es utopía pesimista, es historia", sostiene Eco. Y es que aquel socialista convencido que fue Orwell, antiestalinista, marcado fuertemente por su experiencia en la Guerra Civil (donde trazó su 'Homenaje a Cataluña' denunciando la ferocidad de los comunistas contra las filas amigas de las FAI y el POUM), el intelectual corajudo y leal, el revolucionario decepcionado y el combatiente traicionado apuntó con determinación uno de los peores espejismos de los Estados modernos: la manipulación y el sometimiento.
"Lo que hace no es tanto inventar un futuro posible pero increíble, como realizar una labor de 'collage' sobre un pasado creíble porque ya ha sido posible", sostiene Eco. "E insinuar la sospecha de que el monstruo de nuestro siglo es la dictadura totalitaria y que, con respecto al mecanismo fatal del totalitarismo, las diferencias ideológicas en el fondo cuentan muy poco".
Orwell habla de todo aquello que hoy sucede. Del espionaje. De la delación. De la abolición del pensamiento crítico. Del inmenso panóptico que es para el Estado postcontemporáneo la vida de los ciudadanos: permanentemente televigilados, con la biografía y sus movimientos al trasluz, vertidos en una gran marmita de información donde todo ser es vulnerable hasta la extinción, pues los actos están siempre en el lugar de los hechos (de los peores hechos). "Es la idea del control a través del circuito cerrado que se pondría en práctica en las cárceles, en las fábricas, en los locales públicos, en los supermercados y en las comunidades fortificadas de la burguesía acomodada", apunta Eco. Es esta idea, a la que hoy estamos acostumbrados, la que Orwell agita con energía visionaria, anticipadamente. Aquello que Wikileaks apuntó con su papelería de baja intensidad, lo que Snowden remató con su escándalo sin consecuencias... El libro es un grito de alarma, una llamada de atención y una denuncia.

Atlas de agravios

Y, claro, falta el héroe silencioso, el bucle melancólico de la denuncia que nunca se concreta. Cuando un individuo (Wilson en este caso) decide replantearse la verdad del sistema que le gobierna, éste lo logra someter. Wilson termina abrazando el totalitarismo de la vigilancia perpetua y acepta su derrota. Su innovación es la verdad y ésta no tiene salida. Porque '1984' no habla exactamente de lo que ya había sucedido o de lo que estaba por suceder. '1984' habla puramente de lo que está sucediendo. Es un libro, un atlas de agravios, un faro de costa que arremete contra el comunismo y el fascismo. Pero aún con más fuerza y longevidad, contra la civilización burguesa de masas. Contra la información canalizada para convertir a la sociedad en cardumen. En bulto átono que se mueve a compás de la corriente que atiza. La moralidad se aplica a los criterios de eficiencia entre los ciudadanos de Oceanía, Eurasia y Estasia (los tres territorios en los que se desarrolla el libro). La vida es producción. Y ciega felicidad.
Orwell pertenece a la tradición de aquellos intelectuales vigorosos que se echaron a la vida convencidos de que la acción cívica era una de las formas de la decencia y escribió sin dios ni amo. Apartándose de las ortodoxias, del prieta las filas de las banderías políticas, de los rigores inquebrantables de las ideologías: "Para escribir en un lenguaje claro y vigoroso hay que pensar sin miedo. Y si se piensa sin miedo no se puede ser políticamente ortodoxo".
Ahí está la raíz principal de '1984'. Razonar sin temor. Rechazar lo que de detestable tiene la ortodoxia cuando busca la planicie, lo homogéneo, el surco único por el que deslizarse. "Orwell anticipó no sólo la división del mundo en zonas de influencia con alianzas cambiantes según los casos, sino que vio lo que realmente está sucediendo hoy: que la guerra no es algo que estallará, sino algo que estalla todos los días, en áreas determinadas, sin que nadie piense en soluciones definitivas, de modo que los grandes grupos en conflicto puedan lanzarse advertencias, chantajes e invitaciones a la moderación", exclama Eco.
Al final, para Orwell, lo que queda es siempre la estela de una derrota. Una derrota hacia la que los hombres viajamos furiosamente, desde cualquier lugar. Aceptando el mal y la opresión sin cuestionar lo irremediable. 1984 no es una fecha, sino una forma de entender el mundo. Un viejo conflicto consumado. Un hábitat donde el fracaso es ver, es oír, es hablar