Al cumplirse los 30 años de la fecha en que el escritor británico situó la pesadilla del Gran Hermano, su obra recobra actualidad como denuncia contra los totalitarismos y la manipulación política
1984, el Gran Hermano te sigue vigilando hace ya 30 años./elmundo.es |
De entre todas las batallas necesarias, la que se libra en favor de
la libertad es la única que justifica una entrega sin retorno. Así fue
para Eric Arthur Blair, George Orwell para el mundo,
consciente de que tal expedición empujaba, de algún modo, hacia los
márgenes. Al lugar más extremo de la vida. Al territorio de todas las
sospechas, donde él decidió instalarse por vía de la denuncia.
Orwell entendió pronto que la libertad no acepta el control ocular.
El control en sí mismo. Los protocolos furtivos de la escucha. El
sometimiento disfrazado de confort. La abolición de la disidencia. La
condena de la insumisión. Es decir, no acepta los ingredientes que
integran la masa madre de todas las dictaduras. Esas que el escritor
británico se esforzó en descifrar y señalar a lo ancho de una obra que
hoy vuelve a tomar sentido y vuelo, y reactiva su potencia. Ensayos,
artículos, guiones radiofónicos, novelas... La escritura no como punto
de fuga, sino como arcabuz contra El Gran Hermano. Porque el Gran Hermano te vigila.
Orwell (1903-1950) sintetizó en la mejor de sus narraciones, '1984',
una de las más feroces utopías negativas de la literatura del siglo XX
(sin olvidar 'El cero y el infinito' de Arthur Koestler). En aquellas
páginas estableció el final del Hombre libre igual que Nietzsche, un
siglo antes, había dibujado la muerte de Dios.
El libro apareció en 1949 y generó rechazos feroces y entusiasmos
inquebrantables. Ahora se cumplen 30 años de aquel 1984, año real y
bisiesto que comenzó en domingo. Esta fue la fecha elegida por el
escritor británico para desovar su distopía, aquella
sociedad ficticia -indeseable en sí misma- donde todo estaba sometido a
una ultratiranía tecnológica de la que no era posible escapar.
Fue la crónica de un mundo eliminado donde la autonomía del individuo
había sido expulsada sin piedad por las formaciones del orden. Y,
mientras, en el 1984 real sucedían cosas de este pelaje: la URSS
despliega misiles SS-20 en Alemania Oriental; Ronald Reagan
es reelegido presidente de EEUU; el transbordador espacial Challenger
aterriza en Cabo Cañaveral tras 11 días de permanencia en el espacio...
Los ramalazos de la Guerra Fría y las últimas bocanadas del Muro de
Berlín y de la lamentable sinfonía comunista.
Reedición
La editorial Lumen celebra el acontecimiento de aquella historia con
la reedición de la novela, precedida por el certero prólogo que Umberto Eco trazó para la edición italiana del libro en aquel 1984 de todos los demonios.
Ese futuro estremecedor que ya hemos atravesado empieza a revelarse
como trampa para el hacendoso funcionario del Ministerio de la Verdad,
Winston Smith. Tras años de expediente impecable, empieza a sospechar
que su misión real es contribuir a la gran farsa sobre la que se cimenta
el gobierno del Partido Único. Se acerca a La Hermandad, el grupo
presuntamente opositor fundado por el siniestro y ubicuo Emmanuel
Goldstein, en realidad otra herramienta de control del Partido... El
lavado de cerebro, la creación de un neolenguaje, la
alteración de la historia, la abolición de la intimidad (el único amor
posible es hacia el Gran Hermano) y del pensamiento libre son las armas
del poder. El Ministerio del Amor genera odio. Y la Policía del
Pensamiento, mentes huecas. Así funciona todo, con el prodigio
tecnológico como aliado para la confección de los más eficaces
instrumentos de opresión.Los eslóganes de la sociedad perfecta de 1984
son claros: "La guerra es la paz"; "La libertad es la esclavitud"; "La
ignorancia es la fuerza". El lenguaje como confusión y anestesia.
"Lo más característico de la vida moderna no era su crueldad ni su
inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de
contenido", escribe Orwell en la novela. ¿Exageró o adivinó? De algún
modo estableció un paisaje fatídico en una presunta fecha lejana que
nosotros hemos superado hace ya tres décadas.
¿Exageró o adivinó? "Digamos que el libro tiene muy poco de
profético. Al menos las tres cuartas partes de lo que explica no es
utopía pesimista, es historia", sostiene Eco. Y es que aquel socialista
convencido que fue Orwell, antiestalinista, marcado fuertemente por su
experiencia en la Guerra Civil (donde trazó su 'Homenaje a Cataluña'
denunciando la ferocidad de los comunistas contra las filas amigas de
las FAI y el POUM), el intelectual corajudo y leal, el revolucionario
decepcionado y el combatiente traicionado apuntó con determinación uno
de los peores espejismos de los Estados modernos: la manipulación y el
sometimiento.
"Lo que hace no es tanto inventar un futuro posible pero increíble,
como realizar una labor de 'collage' sobre un pasado creíble porque ya
ha sido posible", sostiene Eco. "E insinuar la sospecha de que el
monstruo de nuestro siglo es la dictadura totalitaria y que, con respecto al mecanismo fatal del totalitarismo, las diferencias ideológicas en el fondo cuentan muy poco".
Orwell habla de todo aquello que hoy sucede. Del espionaje. De la
delación. De la abolición del pensamiento crítico. Del inmenso panóptico
que es para el Estado postcontemporáneo la vida de los ciudadanos:
permanentemente televigilados, con la biografía y sus movimientos al
trasluz, vertidos en una gran marmita de información donde todo ser es
vulnerable hasta la extinción, pues los actos están siempre en el lugar
de los hechos (de los peores hechos). "Es la idea del control a través
del circuito cerrado que se pondría en práctica en las cárceles, en las
fábricas, en los locales públicos, en los supermercados y en las
comunidades fortificadas de la burguesía acomodada", apunta Eco. Es esta
idea, a la que hoy estamos acostumbrados, la que Orwell agita con
energía visionaria, anticipadamente. Aquello que Wikileaks apuntó con su papelería de baja intensidad, lo que Snowden remató con su escándalo sin consecuencias... El libro es un grito de alarma, una llamada de atención y una denuncia.
Atlas de agravios
Y, claro, falta el héroe silencioso, el bucle melancólico de la
denuncia que nunca se concreta. Cuando un individuo (Wilson en este
caso) decide replantearse la verdad del sistema que le gobierna, éste lo
logra someter. Wilson termina abrazando el totalitarismo de la
vigilancia perpetua y acepta su derrota. Su innovación es la verdad y
ésta no tiene salida. Porque '1984' no habla exactamente de lo que ya
había sucedido o de lo que estaba por suceder. '1984' habla puramente de
lo que está sucediendo. Es un libro, un atlas de agravios, un faro de
costa que arremete contra el comunismo y el fascismo. Pero aún con más
fuerza y longevidad, contra la civilización burguesa de masas. Contra la
información canalizada para convertir a la sociedad en cardumen. En
bulto átono que se mueve a compás de la corriente que atiza. La
moralidad se aplica a los criterios de eficiencia entre los ciudadanos
de Oceanía, Eurasia y Estasia (los tres territorios en los que se desarrolla el libro). La vida es producción. Y ciega felicidad.
Orwell pertenece a la tradición de aquellos intelectuales vigorosos
que se echaron a la vida convencidos de que la acción cívica era una de
las formas de la decencia y escribió sin dios ni amo. Apartándose de las
ortodoxias, del prieta las filas de las banderías políticas, de los
rigores inquebrantables de las ideologías: "Para escribir en un lenguaje
claro y vigoroso hay que pensar sin miedo. Y si se piensa sin miedo no se puede ser políticamente ortodoxo".
Ahí está la raíz principal de '1984'. Razonar sin temor. Rechazar lo
que de detestable tiene la ortodoxia cuando busca la planicie, lo
homogéneo, el surco único por el que deslizarse. "Orwell anticipó no
sólo la división del mundo en zonas de influencia con alianzas
cambiantes según los casos, sino que vio lo que realmente está
sucediendo hoy: que la guerra no es algo que estallará, sino algo que estalla todos los días,
en áreas determinadas, sin que nadie piense en soluciones definitivas,
de modo que los grandes grupos en conflicto puedan lanzarse
advertencias, chantajes e invitaciones a la moderación", exclama Eco.
Al final, para Orwell, lo que queda es siempre la estela de una derrota.
Una derrota hacia la que los hombres viajamos furiosamente, desde
cualquier lugar. Aceptando el mal y la opresión sin cuestionar lo
irremediable. 1984 no es una fecha, sino una forma de entender el mundo.
Un viejo conflicto consumado. Un hábitat donde el fracaso es ver, es
oír, es hablar