Cuadernos del vigía publica la monumental obra que Max Aub dedicó al cineasta, con múltiples entrevistas inéditas hasta ahora
De izquierda a derecha: Salvador Dalí, María Luisa González, LuisBuñuel, Juan Vicens y José María Hinojosa. Sentado, José Moreno Villa. Toledo, 1924. |
Buñuel en su menester de director. |
Max Aub en 1969./lavanguardia.com |
Luis Buñuel y Max Aub
exiliados en México. Son amigos. Tienen prácticamente la misma edad.
Dos creadores que han recorrido el mundo, que se conocen bien (llegaron a
colaborar en Los olvidados), y que han impregnado el cine y la
escritura de una huella intransferible. Llega un encargo. Es 1968. La
editorial Aguilar le pide al autor de El Laberinto mágico que realice la biografía del director de Viridiana. Horas y horas de entrevistas. Y el miedo a no terminar el trabajo. Hoy ve la luz gracias a Cuadernos del vigía.
Luis Buñuel, novela es el resultado de la investigación de Carmen Peire,
que se ha pasado cuatro años buceando en la Fundación Max Aub situada
en Segorbe, Castellón. El desenlace es una obra monumental, de 600
páginas, que incluye una selección de los audios encontrados (dos horas
en cintas de casete). Centenares de manuscritos conforman el archivo,
inédito hasta ahora.
¿Pero por qué hablamos de novela en vez de biografía?
El
propio Aub contesta: “Si he subtitulado este libro novela es porque
quiero estar lo más cerca posible de la verdad. Las anécdotas, los
cuentos, lo inventado acerca de un personaje o un hecho son mucho
mejores para conocerlo que los documentos”.
Lo cierto es que
Aguilar publicó una versión muy reducida del libro (compuesta por
prólogos y entrevistas), que vio la luz bajo el título de Conversaciones con Buñuel,
en 1985. Pero lo que tenía en mente Max Aub era algo más ambicioso que
un libro de entrevistas. Reconoce: “Empecé esta obra por compromiso”. Él
no eligió al personaje, se lo ofrecieron “en matrimonio”. Lo que
sucede, escribe, es que “los encargos, para quienes somos meros
ejecutores, se transforman en obra personal”.
La obra personal,
editada exquisitamente, es un volumen raro, con apariencia de
fragmentario, con esa sensación de libro abierto que tienen las obras
inacabadas. En la primera parte encontramos la transcripción de las
conversaciones entre Aub y Buñuel, que repasan la trayectoria del
creador de La edad de oro de manera cronológica. La infancia,
su llegada a Madrid, la buena vida en París, el descubrimiento del cine
como forma de vida, su experiencia en Nueva York, o México como puerto
final. También hay capítulos temáticos, en los que Buñuel diserta sobre
la religión (“Todo lo que no es cristiano me es extraño”), la política
(“Cuando cierro los ojos soy nihilista”) o un repaso a sus filmes más
paradigmáticos, Belle de jour y Tristana, entre tantos
otros. La segunda parte, mucho menos extensa, es un ensayo en el que
Aub, de manera culta, audaz y lúcida, resume las principales vanguardias
del siglo XX, explicando la importancia del ultraísmo, el Dadá o el
surrealismo. Siempre con el de Calanda como telón de fondo.
- Yo no sé lo que es la masturbación, señor.
Respuestas
como ésta son las que convierten el libro algo realmente arriesgado,
incisivo, brillante. Porque Aub es amigo de Buñuel, sí, pero no le está
haciendo una hagiografía. Ni mucho menos. Es su personaje y, por lo
tanto, lo pone en apuros. Cuida el conflicto. Le pregunta con,
amabilidad e insistencia, sobre su relación con el comunismo. El
cineasta repite una y otra vez que él nunca ha pertenecido al partido.
Buñuel
miente, exagera, ironiza. Es el protagonista de una novela. La libertad
con la que se expresa se ve reflejada en afirmaciones tan kafkaianas
(¿o deberíamos decir buñuelescas?) como cuando defiende que no le gusta
el cine. Literalmente lo dice.
Hijo de la alta burguesía
aragonesa, muy influenciado por la sociedad devota en la que crece
(explica que de niño solía disfrazarse de cura), no se interesa por el
cine hasta 1926, cuando ve Las tres luces de Fritz Lang. Le
parece una película floja, pero entiende que el séptimo arte le permite
hablar de algo que le obsesiona: la muerte.
Como en toda novela,
hay un clímax. Especialmente ilustrativo es cuando hablan de la etapa en
la que Buñuel coincide en la Residencia de Estudiantes con Lorca y Dalí.
Hay que tener en cuenta que se trata de un joven rico, pero muy bruto,
más deportista y gamberro que alguien con profundas inquietudes
intelectuales.
- A Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría sabido lo que era la poesía. –reconoce.
Narra,
sin embargo, un desencuentro entre ambos. A Buñuel no le interesa nada
el teatro del poeta andaluz, y le dice lo malo que le parece el texto de
Don Perlimplín. Lorca se ofende. Y abandona la cervecería en la que están tomando algo.
- A la mañana siguiente, le pregunté a Salvador, que compartía la habitación con Federico. ¿Qué tal?
- Ya está todo arreglado. Intentó hacerme el amor, pero no pudo. –responde Dalí.
Buñuel
es, según sus propias palabras, un anarquista. Pero no un anarquista al
uso. Se burla de los ultraístas y después se une a ellos. Algo similar
le pasa con los surrealistas (“Hasta el 27 me parecían una partida de
maricones”). Se marcha a París con el dinero que le envía su madre, y
con el mismo dinero, produce su primera película. Tenía que haber sido
un corto en forma de periódico con guión de Gómez de la Serna
(“El hombre que más ha influenciado en toda nuestra generación”,
apunta) pero visita a Dalí en Cadaqués y éste le convence para dedicar
el presupuesto a Un perro andaluz. Se estrena en la capital francesa como complemento de Les Mystères du Chateau de Dé, de Man Ray. Desde ese preciso instante ya es uno de ellos.
El libro profundiza, claro, en el ateismo y en la herencia de Sade. Y en su profundo odio por Gala,
a quien culpabiliza de la transformación de Salvador Dalí. Su íntimo
amigo fue el responsable de que tuviera que dimitir en el MoMA, al acusarlo de comunista en sus memorias. Estados Unidos no lo tolera.
Aub
es un gran entrevistador. Logra dar vuelo a su personaje, consigue que
se relaje, y que él mismo se encargue de mostrar al hombre que hay
detrás. La vida es la auténtica obra.
- Hoy, me propondrían
quemar todas mis películas y lo haría sin pensarlo un momento. A mí no
me interesa el arte, sino la gente… -sostiene Luis Buñuel.
Max
Aub se despide en un epílogo en el que pide perdón por ciertos juegos
(marca de la casa) que utilizan “la broma, el escarnio, el humor, la
ironía, la coña, el chiste, la mofa, la befa, el INRI”. Jugando a cartas
con los amigos es como le sorprende la muerte, el 22 de julio de 1972.
“Todo hombre es un fenómeno”, dejó anotado, junto a miles de apuntes.
La novela estaba escrita. Pero había que ordenar la partitura.