Rubem Fonseca
Echando a perder
Estaba
medio jodido sin conseguir empleo y afligido por vivir a costas de Mariazinha,
que era costurera y defendía una lana escasa que mal daba para ella y la hija.
De noche ni tenía ya gracia en la cama, preguntándome, ¿conseguiste algo?,
¿tuviste más suerte hoy?, y yo lamentándome que nadie quería emplear a un tipo
con mal expediente; sólo un malandrín como el Porquinho que estaba queriendo
que yo fuera a recogerle un estraperlo en Bolivia, pero en ese negocio yo podía
entrar bien, sólo que si me cogían de nuevo me echaba unos veinte años. Y el
Porquinho respondía, si prefieres seguir chuleando a la costurera, es problema
tuyo. El hijo de puta no sabía cómo era allá adentro, sin haber entrado nunca
al bote; fueron cinco años y cuando yo pensaba en ellos parecía que no había
hecho otra cosa en toda mi vida, desde muchachito, sino estar encerrado en la
cárcel, y pensando en eso fue como dejé al Porquinho rebajarme frente a dos
comemierdas, muriendo de odio y vergüenza. Y ese mismo día, para mal de mis
pecados, cuando llegó a casa la Mariazinha me dice que quiere hablar seriamente
conmigo, que la niña necesitaba un padre y que yo no aparecía por la casa, y la
vida estaba mal y difícil, y que me pedía permiso para buscarse otro hombre, un
trabajador que la ayudara. Yo pasaba los días fuera, con vergüenza de verla
sudando sin parar sobre la máquina de coser y yo sin dinero y sin trabajo, y me
dieron ganas de romperle la cara a aquella hija de puta, pero ella tenía razón
y dije, tienes razón, y preguntó si no le iba a pegar y dije que no, y dijo si
quería que hiciera alguna cosa para que comiera y dije que no, que no tenía
hambre, y me había quedado realmente sin hambre, a pesar de haber pasado todo
el día sin oler un plato.
Comencé
a buscar trabajo, aceptando lo que diera y viera, menos complicaciones con los
del orden, pero no estaba fácil. Fui al mercado, fui a los bancos de sangre,
fui a esos lugares que siempre dan para levantar algo, fui de puerta en puerta
ofreciéndome de limpiador, pero todo el mundo estaba escamado pidiendo
referencias, y referencias yo sólo tenía del director del presidio. La
situación estaba negra y yo perdiendo casi la cabeza, cuando me encontré con un
compadre mío que había sido gorila conmigo en una boite de Copacabana y dijo
que conocía a un pinta que estaba necesitando un tipo como yo, bragado y
decidido. Callé que había estado en la cárcel, dije que había vivido
trapicheando en São Paulo y ahora estaba de vuelta y él dijo, voy a llevarte
allí ahora. Llegamos a la boite y mi compa me presentó al dueño, que preguntó,
¿has trabajado en esto? Respondí que sí y él preguntó si conocía gente de la
policía y le dije que sí, sólo que yo de un lado y ellos del otro, pero eso no
se lo dije, y el dueño habló, no quiero blanduras, esta zona es brava, y yo
dije, déjame a mí, ¿cuándo empiezo?, y él respondió, hoy mismo; maricón loco,
negro y traficante no entran, ¿entendiste?
Fui
corriendo para casa a dar la buena noticia a Mariazinha y ella no me dejó ni
hablar, en seguida me fue diciendo que había encontrado un hombre, un sujeto
decente y trabajador, carpintero de la tienda de un judío de la calle del
Catete, y quería casarse con ella. Puta mierda. Sentí un vacío por dentro, y
Mariazinha dijo, pues claro, con tu pasado nunca vas a encontrar trabajo,
habiendo estado tanto tiempo preso, y el Hermenegildo es muy bueno y siguió
hablando bien del hombre que había encontrado; oí todo y no sé por qué, creo
que por consideración a Mariazinha, no le dije que al fin había encontrado
empleo, la pobre ya debía estar harta de mí. Dije sólo que quería tener una
charla con el tal Hermenegildo y me pidió que no, por favor, tiene miedo de ti
porque estuviste en la cárcel, y respondí, ¿miedo?, coño, lo que debía de tener
es pena, dame la dirección del tipo.
Trabajaba
en una tienda de muebles y cuando llegué allí estaba esperándome con dos
colegas más y vi que todos estaban asustados, con porras de madera cerca de la
mano y yo dije, manda tus colegas fuera, vine a conversar en paz, y los tipos
salieron y él me contó que era cearense y que quería casarse con una mujer
honesta y trabajadora, siendo él también honesto y trabajador, que le gustaba
Mariazinha y él a ella. Fuimos al tugurio, después de que le pidió permiso al
Isaac, y tomamos una cerveza y allí está otro hijo de puta al que yo debía de
matar a golpes, pero lo que estaba haciendo era entregarle a mi mujer, puta
madre.
Volví
a casa de Mariazinha. Había hecho un envoltorio con mis cosas, no era un
envoltorio grande, lo coloqué bajo el brazo, Mariazinha estaba con el pelo
recogido y con un vestido que me gustaba y me dolió el corazón cuando apreté su
mano, pero sólo dije adiós.
Anduve
por la ciudad con el envoltorio bajo el brazo, haciendo tiempo, y después fui
para la boite. El dueño me buscó un traje oscuro y una corbata y me mandó que
me quedara en la puerta. Estaba allí recostado para cansarme menos cuando llegó
un mariconazo vestido de mujer, peluca, joyas, carmín, senos postizos, todos
los perifollos, y dije, no puede entrar, señora. ¿Señora?, no seas bestia,
gentuza, dijo, torciendo la boca con desprecio. Pues no entra, olvídelo, dije,
permaneciendo en la puerta. ¿Sabes con quién estás hablando?, preguntó el
maricón. Dije, no señora y no me interesa, puede ser hasta la madre del año que
no entra. Creo que en medio de esta plática alguien fue a llamar al dueño, pues
apareció en la puerta y le habló al puto, disculpe, el portero no le reconoció,
disculpe, tenga la bondad de entrar, todo fue una equivocación, y todo mesurado
invitó a entrar al maricón y lo fue acompañando hasta adentro. Después volvió y
dijo, con cara de pocos amigos, que había impedido la entrada a un tipo
importante. Para mí, travestí es travestí y quien mandó que les impidiera
entrar fue usted mismo, dije. Carajo, dijo el dueño, ¿en qué lugar aprendiste
el oficio? ¿Pero es que no sabes que existen maricones en las altas esferas y que
no se les impide el paso?; mira a ver si usas un poco de inteligencia, no por
ser gorila de un club tienes que ser tan burro. Vamos a ver si entendí, dije,
picado porque había llamado a aquel cagajón señor mientras él me había llamado
burro, vamos a ver si entendí bien, yo impido pasar a todos los invertidos
menos a aquéllos que son sus amiguitos, pero el problema es saber quiénes son
sus compinches, ¿no es verdad? Y finalmente, ¿por qué no dejar a los
invertidos, los que no son importantes, entrar?, también son hijos de Dios, y
otra cosa, las personas que tienen rabia a los maricones, lo que tienen en
verdad es miedo de pasarse a la acera de enfrente. El dueño me miró con coraje
y susto y graznó entre dientes, después hablamos. Vi en seguida que el canalla
iba a echarme al final de la jornada y me iba a quedar de nuevo en la calle de
la amargura. Puta madre.
Fue
entrando gente, aquello era una mina, el mundo estaba lleno de idiotas que se
tragaban cualquier porquería siempre que el precio fuera caro. Pero aquellos
tipos, para tener aquella lana, tenían que estar pisando a alguien, ya verán
aquí al imbécil jodido, a sus órdenes, gracias.
Debían
de ser las tres y allá adentro todas las mesas estaban ocupadas, la pista llena
de gente bailando, la música estridente, cuando el camarero llegó a la puerta y
dijo, el patrón está llamando. El patrón es un carajo, dije, pero fui tras el
camarero. El dueño de la casa estaba en el bar y dijo apuntando a una de las
mesas, aquel sujeto se está portando de manera inconveniente, échalo. De lejos
identifiqué al tipejo, uno de ésos que de vez en cuando le da por hacerse el
macho desesperado indomable, pero no pasa de ser un baboso queriendo
impresionar a las niñas y allí estaba ella, la niña, agarrada al brazo del
hombrón y él fingiendo la furia sanguinaria, tirando una que otra silla al
suelo. Yo me como a esos tipos. Ya había puesto fuera a un montón, en la época
de gorila, basta cogerlos por la ropa, ni hace falta mucha fuerza, que ellos
van saliendo en seguida, hablan alto, protestan, amenazan, pero no dan ningún
trabajo, no son nada, es lo único que hacen, y al día siguiente le cuentan a
los amigos que cerraron la boite y que no me rompieron la cabeza únicamente
porque la chica no los dejó. Entonces me acordé del dueño de la casa, me
pondría realmente a la calle, puta madre, estaba cansado de que abusaran de mí,
y allí delante estaba aquella pagoda china, llena de brillos y espejos, para
ser destrozada, ¿iba a dejar pasar la oportunidad? Le dije al bestia, sólo para
irritar, ¿está nerviocito?, tú y tu puta de al lado se me van largando ya. ¿Y
qué tal que el idiota se arrugó y fue saliendo mansamente? Pero mi suerte
quería que me encontrara con tres tipos grandulones, encarándome, locos por
desgraciarme, y al momento le dije al más feo, ¿qué me ves?, ¿quieres llevarte
un madrazo? Para poder forzarlos a decidirse le di un madrazo mero en medio de
los cuernos a la mujer que estaba con ellos. Entonces ocurrió la cagada,
estalló el desorden como un trueno, de repente había diez tipos peleando, el
negro que llevaba las sobras también daba y entraba en el conflicto, corrí
hacia adentro del bar y no sobró una botella, las lámparas se fueron al carajo,
la luz se apagó, un huracán tremendo que cuando acabó sólo dejó en pie las
paredes de ladrillo. Después que la policía llegó y se marchó, le dije al dueño
de la casa, vas a pagarme el hospital y el dentista también, creo que perdí
tres dientes en este rollo, me reventé para defender tu casa, merezco una lana
de gratificación que, pensándolo bien, la quiero ahora mismo. Ahora. El dueño
de la casa estaba sentado, se levantó, fue a la caja, cogió un paquete de
dinero y me lo dio. Cogí mi envoltorio y me fui. Puta madre.