América Latina es un laboratorio, tanto político, como social y económico. El presente ensayo pretende explicar qué opciones hay para un sistema que vaya más allá del capitalismo y el socialismo
Con Marx y Engels se acuñó, a mediados del Siglo XIX, el significado actual del socialismo y el capitalismo./elespectador.com |
El ocio en festivo nos permite hacer preguntas y delinear posibles respuestas. Una pregunta insistente es si puede existir una opción diferente al capitalismo o al socialismo. El interrogante induce a equívocos, pues no hemos definido qué entendemos por una y otra cosa, ni sus alcances. Al hablar de capitalismo o socialismo podríamos referirnos a formas históricas de organización económica o a tipos generales de sociedad. Más vale entonces clarificar antes que inducir al lector a equivocaciones. No buscamos aquí resolver qué modelo económico o tipo de sociedad es adecuado para Colombia; ni hacer un “ajuste de cuentas” a las dos opciones o tomar partido por alguna. El propósito es más humilde. Consiste en presentar un mapa mental, con valor heurístico, para facilitar debates posteriores, si es que llegan a darse. En aras de la claridad adelanto que las alternativas al capitalismo y al socialismo dependen de supuestos relacionados con concepciones de persona (individuo racional, agente colectivo, ser cooperativo, etc.); con ideales políticos (libertad, igualdad, fraternidad); y con el papel otorgado en nuestro imaginario social a la economía, la política y la historia.
Los conceptos de capitalismo y socialismo, sea como formas de organización económica o del sistema social, son de reciente aparición. Si bien su gestación data de los inicios de la modernidad en el siglo XVI, su significado actual se acuña en forma explícita con Marx y Engels a mediados del siglo XIX. Por capitalismo entienden un sistema económico de producción de mercancías, basado en el mercado y controlado por el capital, en el que incluso el trabajo humano se torna mercancía que se compra a cambio de un salario de subsistencia.
Característica del capitalismo es la forma de utilización del capital que aprovecha el trabajo ajeno mediante contratos con trabajadores presuntamente “libres”. La fuerza de trabajo como mercancía viene a sumarse a la tierra y al dinero (capital) como factores de producción, sin que los trabajadores sean realmente libres o tengan control sobre lo producido. El predominio de la ganancia hace que la satisfacción de necesidades sea reemplazada por la multiplicación del dinero. La empresa capitalista es, además, una forma de racionalización social, organizada burocráticamente, en la que la elección de los trabajadores se hace bajo el criterio de eficiencia; en ella prima el cálculo de utilidades al decidir cómo invertir y la gerencia administrativa se deshace de deberes propios de viejas formas de producción en familia o pequeña comunidad.
La crítica al capitalismo provino inicialmente de Marx, quien vio sus orígenes en la expropiación de los campesinos europeos por los artesanos y la separación de clases sociales entre burgueses o capitalistas, propietarios de los medios de producción, y trabajadores o proletarios, obligados a vender su fuerza de trabajo a los primeros para sobrevivir. El plus de valor, generado por el trabajador al transformar la materia en mercancía, es apropiado por el empleador, mecanismo que, según Marx, permite a este el predominio sobre los trabajadores en la negociación del contrato laboral. Otras críticas señalan la tendencia inherente a acumular capital y concentrar poder en manos del capitalista, llevando a la dominación económica de la clase proletaria. Defensores del capitalismo, por el contario, anotan que el ánimo de lucro beneficia la provisión de bienes y servicios para la población. Consideran que el éxito laboral libera al trabajador de dependencias familiares o estatales, de forma que el intercambio económico puede resultar una forma de socialización indirecta más eficaz que el apoyo directo. Que la fuerza laboral se convierta en mercancía es apreciado como un avance respecto del trabajo servil y esclavo. Quienes así piensan, niegan la explotación del trabajador, a quien consideran libre de aceptar o no el trabajo ofrecido, y justifican el predominio del capitalista porque, a diferencia del trabajador, asume riesgos y cumple funciones de supervisión y control del proceso productivo. A favor del capitalismo se aduce finalmente el bienestar alcanzado en el mundo occidental, en contraste con el derrumbe del comunismo soviético. Se minimizan así el crecimiento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad, así como la destrucción del medio ambiente y los ruinosos efectos del capitalismo transnacional (globalización) sobre países periféricos.
El socialismo es difícil de definir porque bajo este término caben múltiples creencias socio-económicas. Ellas incluyen el señalamiento de grandes falencias del capitalismo y la necesidad de superarlas mediante reformas o cambios revolucionarios en todos los órdenes. Como sistema o modelo económico el socialismo ha sido caracterizado por la propiedad estatal de los medios de producción y el control de las inversiones; por una distribución más igualitaria del ingreso y el patrimonio que la encontrada en el capitalismo; por la elección democrática de las autoridades económicas; y, por la planificación central de la economía (Oxford Companion to Philosophy, Oxford 1995, 830-831). En sus inicios el socialismo reacciona contra los excesos que sometían a porciones enteras de la población (en especial mujeres y niños) a condiciones laborales oprobiosas, en particular durante la revolución industrial (fordismo). Las injustas desigualdades en bienestar, ingreso, oportunidades y poder movieron a socialistas y comunistas —también denominados utopistas por la lejanía de sus propósitos de la realidad social— a buscar formas de organización social que permitieran liberar a la clase trabajadora de la opresión, convertir la igualdad formal en igualdad material y superar las contradicciones sociales, para lo cual —según Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1848)— la acción revolucionaria y la toma del poder resultaban necesarias. Posteriormente Engels se encargaría de sintetizar el paso del socialismo utópico al socialismo científico, basado en los descubrimientos de Marx sobre la plusvalía o en la explicación materialista de las leyes que explicarían el cambio histórico. La unidad de materialismo histórico, materialismo dialéctico y economía política sentará luego las bases del marxismo-leninismo.
Las críticas al socialismo son múltiples; se mueven desde la acusación de totalitarismo por eliminar la libertad individual e imponer una visión perfeccionista de la vida humana, hasta el señalamiento de deficiencias motivacionales, organizacionales o funcionales. Para los críticos del socialismo, la solidaridad con los pobres y desamparados no reemplaza el ánimo de lucro como factor motivacional y motor de la innovación y del desarrollo económico. El escepticismo ante el fomento de la cooperación social por vía política naturaliza los impulsos más básicos de los animales bípedos e implumes. Si bien la planificación centralizada de la economía impediría la formación de monopolios, el desempleo o las desigualdades en bienestar e ingreso, no estaría en capacidad de garantizar la eficiencia de la distribución de bienes y servicios a la población, en especial por carecer de la información necesaria para la toma de decisiones que sí está disponible en el libre mercado. Las críticas de economistas conservadores como Ludwig von Mises o Friedrich von Hayek, los teóricos del socialismo han propuesto un “socialismo de mercado” o el control de la empresa por los trabajadores. En el primer caso, las bondades de la economía libre de mercado se combinan con el poder decisorio en materia de inversiones sociales en manos del Estado. La segunda propuesta pretende garantizar la fuerza motivacional en el trabajo, atribuyendo a los trabajadores el control de las empresas por vía de la elección democrática y periódica de sus administradores, quienes buscarían favorecer a los primeros y no ya explotarlos.
El análisis definicional y la ponderación de las ventajas y desventajas del capitalismo y del socialismo arrojan un resultado pesimista sobre la posibilidad de alternativas. Mientras una parte importante de la población mundial carezca de trabajo o se vea obligada a vender su fuerza laboral meramente para sobrevivir, los postulados revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad seguirán siendo una quimera. La ausencia de un sistema económico capaz de asegurar eficiente, equitativa y sostenidamente la distribución de bienes y servicios a toda la población, parece condenarnos a la inestabilidad y la violencia. El panorama se oscurece aún más cuando, producto de la revolución tecnológica, el trabajo asalariado digno y estable ha dejado de ser una “mercancía” para convertirse en un bien escaso o de lujo. El capitalismo transnacional se pasea por el mundo ante la incertidumbre y la desesperación de la creciente población global.
Ante la cerrazón práctica se hace necesario cavar más profundo en procura de posibles respuestas. Esto incluye la revisión de la concepción misma del ser humano, ya no visto como agente racional y razonable, sino como ser necesitado y dependiente de la naturaleza y el mundo social, que busca colectivamente el florecimiento pleno de todas sus capacidades (Martha Nussbaum y Amartya Sen, La calidad de la vida, Fondo de Cultura Económica, México, 1996). En esa dirección, la investigación de conceptos políticos con potencialidad transformadora como la libertad republicana (Quentin Skinner, La libertad antes del liberalismo, Taurus, México, 2004) o la solidaridad, entendida como “responsabilidad colectiva por la injusticia estructural” (Iris M. Young, Responsibility for Justice, Oxford, 2011), emite destellos que, aunque tenues, pueden guiarnos fuera del dilema que plantea escoger entre la libertad y la igualdad. La recuperación del pensamiento republicano, con su concepción de libertad como no dominación, en contraste con la libertad negativa del capitalismo o la positiva del socialismo, ofrece un campo promisorio para revisar los supuestos de cualquier transformación en la organización económica o social (Philip Pettit, Republicanismo, Paidós, Barcelona, 1997), lo que no parece ser el caso con los intentos de arribar al socialismo por vía del capitalismo, opción defendida por impulsores de un Ingreso Básico Universal, al que tendrían derecho todas las personas por el mero hecho de haber nacido (Philippe van Parijs, Libertad real para todos, Paidós, Barcelona, 1996). Los momentos de incertidumbre pueden ser también momentos de transformación. América Latina es un laboratorio social del cual pueden surgir propuestas donde quepamos todos, eduquemos las emociones y avancemos en la superación de los atavismos mentales, culturales e ideológicos, desarrollando la democracia social como un camino hacia la justicia y la paz.