jueves, 20 de marzo de 2014

Materia secreta: el espionaje británico en la Guerra Civil

Las páginas referidas a España son, sin embargo, decepcionantes. Quien las lea no obtendrá mucha idea de lo que el MI6 hizo en nuestro país y pensará que fue mas bien poco

El cartel de la imagen pertenece a la colección de la Biblioteca Digital Hispánica. Es de 1939 y de autoría desconocida./elpais.com
 
En 2010 se publicó la esperadísima historia oficial del Secret Intelligence Service (SIS) o, en su denominación hoy más habitual, MI6. Comprende desde el año de su establecimiento, 1909, hasta 1949. El autor, Keith Jeffery, catedrático de Historia de la Queen´s University de Belfast, afirma que tuvo acceso a toda la documentación que le pareció necesaria. El director general del MI6, John Sawers, también lo constató en su prólogo. El libro ha tenido un éxito inmenso. En el Reino Unido las obras sobre espionaje  gozan de gran popularidad. Los británicos siempre fueron maestros en el gran juego de la inteligencia / contrainteligencia.
Las páginas referidas a España son, sin embargo, decepcionantes. Quien las lea no obtendrá mucha idea de lo que el MI6 hizo en nuestro país y pensará que fue mas bien poco. Esta carencia quizá sea explicable por varios motivos. En España no solo actuó MI6. También lo hicieron otros servicios británicos y Jeffery, naturalmente, no tenía porqué referirse a ellos; la documentación relevante puede seguir estando clasificada o haber desaparecido; el autor pudo no querer entrar en un escenario marginal para su gran historia: la actuación contra los enemigos del Reino Unido, ya fuesen en la Primera Guerra Mundial, en la Segunda o en los inicios de la Guerra Fría. Debió, eso sí, ver algunos papeles sobre España ya que alude a operaciones, que no identifica, que lanzó  desde Gibraltar durante la Guerra Civil el entonces jefe de estación en el Peñón, Leonard Hamilton-Stokes. Por cierto que este aparecería en Madrid, con igual condición, en los primeros meses de 1940.
Mis investigaciones durante los últimos diez años me han conducido a otras conclusiones. Por ejemplo: los servicios secretos británicos (aunque no necesariamente el MI6) estuvieron presentes en los inicios de la Guerra Civil; desempeñaron un papel en el golpe de Casado y continuaron funcionando, a ritmo más trepidante, durante la neutralidad/no beligerancia/neutralidad españolas en la Segunda Guerra Mundial.
El primer tema lo desarrollé hace algunos años al ligar la conspiración de Franco para eliminar al general Amado Balmes, comandante militar de Gran Canaria, con el famoso vuelo del Dragon Rapide, avión que debía transportarle a Marruecos. Uno de los pasajeros llegados de Londres a Las Palmas, el excapitán Hugh Pollard, había sido, cuando menos, agente del Servicio de Inteligencia Militar y es altamente verosímil que participase en la misión, siquiera para otear lo que pasaba, por encargo de la misma o del propio MI6. La cosa no está clara. En cualquier caso, no era agente de éste. Ingresó en él a comienzos de la Segunda Guerra Mundial.
Sobre el tercer tema estoy trabajando en la actualidad y espero poder presentar en un próximo libro un largo y denso acopio de datos e informaciones hasta ahora ignorados en la literatura.
Queda el segundo tema: el golpe de Casado, del que ahora se han cumplido 75 años. Aquí el protagonista fue un diplomático británico, convenientemente camuflado. Su nombre es conocido de los especialistas pero no se ha escrito mucho sobre él. Se llamaba Howard Denys Russell Cowan, abreviadamente Denys Cowan. Nacido el 23 de octubre de 1883, ingresó en el Foreign Office en septiembre de 1910. Fue destinado a Cuba en donde pasó la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial. Dimitió en octubre de 1920. Se ignoran las razones. Desaparece en la historia hasta agosto de 1938, cuando resurge como agregado honorario a la embajada británica en Barcelona. Esto fue, lo sabemos, una cobertura, quizá justificada por los peligros de su trabajo real. Era secretario y enlace de una comisión, presidida por el mariscal Sir Philipp Chetwode, que se ocupaba de facilitar el intercambio de prisioneros, franquistas contra republicanos y viceversa. Esto le daba la oportunidad de pasar de una zona a otra. Una facilidad de la que disfrutaban entonces contadísimas personas. Las oportunidades de otear y obtener información no pudieron faltarle.
Tras la caída de Barcelona en febrero de 1939 a Cowan se le envió al consultado británico en Madrid, ciudad entonces bastante aislada.  Este destino, sin embargo, desaparece en el anuario diplomático. Cierto es que no pudo ser de larga duración, pero es significativo por varias circunstancias muy especiales.
La más importante era que el coronel Segismundo Casado soñaba con un golpe que liquidase la Guerra Civil desde, probablemente, octubre de 1938. Esta información, que no estaba al alcance de todos y que obviamente ignoraba el Gobierno republicano, se transmitió a Londres. Esto puede explicar, para los no obtusos del todo, el traslado  de Cowan en Madrid. Casado, en la segunda versión de sus siempre falaces memorias, reconoció que tuvo contactos con agentes británicos, pero cuidadosamente se abstuvo de dar nombres.
Segismundo Casado 
Es más, después de hundir todas y cada una de las posibilidades de resistencia y de prestarse a una gran operación político-estratégica de Franco para obtener la implosión republicana, Casado [en la imagen] se escapó a Londres. Aquí, refugiado y sin un chelín, no pasó ni hambre ni demasiadas privaciones. Un aspecto que no ha merecido la atención de los historiadores. ¿Por qué?
Veamos lo que hubo detrás. Un generoso donante le suministró fondos. No de forma directa sino a través del Comité de Ayuda a los Refugiados de España. Quien había detrás debió de ser muy precavido. En la documentación relevante aparece simplemente como “Miss Oliver”, mera pantalla.  Los importes fueron superiores a los que distribuía el comité.  El Foreign Office, de quien dependía el MI6, tomó cierto interés en que Casado se sintiera cómodo.
Obviamente no se trató de una ayuda desinteresada. Una mano anónima dio instrucciones al excoronel sobre cómo orientar el libro que rápidamente se puso a escribir, The Last Days of Madrid. Casado no sabía inglés, así que las instrucciones se le dieron en castellano. El libro se tradujo a velocidad de vértigo. Casado se lo dedicó a su “benefactora”, M.O. Se convirtió en un clásico que influyó durante 25 años en las muchas estupideces que se escribieron sobre el final de la guerra. Como reconoció privadamente mucho más tarde el propio Casado era, sin embargo, “pura bazofia”. ¿Quién estuvo detrás de la idea, de las instrucciones, de la traducción y de la publicación? Misterio.
Este misterio se ahonda un poco más porque tampoco se conoce nada todavía de las actividades de Cowan tras su regreso al Reino Unido. Hay que suponer que se le haría algún “debriefing”. Si es así, no se ha localizado. Tampoco reingresó en el Foreign Office. Los anuarios diplomáticos de 1939, 1940 y 1941 son mudos a su respecto. Sabemos, no obstante, tres cosas:
  1. Al estallar el conflicto europeo se proporcionó a Casado un trabajito en la sección española de la BBC. La gran emisora fue un refugio utilizado por los servicios secretos para camuflar a futuros colaboradores y agentes de numerosas nacionalidades.
  2. En algún momento Casado figuró en los planes que se cocían en Londres para hacer frente a la posibilidad de que Franco se decantara por el Eje.
  3. En lo que se refiere a Cowan ingresó en el recién creado Ministerio de Información, al cual pasó gente de las procedencias más diversas.
En este Ministerio se le nombró rápidamente jefe de la Sección de España. Esto significa que “alguien” valoró sus conocimientos. Lo que hizo no está todavía aclarado. En enero de 1940 sabemos que trató de conseguir un pasaporte español para la esposa de Casado (Carmen Santodomingo de Vega) a través de la sección de prensa de la embajada británica en Madrid. Al parecer dicha señora podía contar con el apoyo de dos generales, Juan Yagüe y Fernando Barrón, y del coronel José Ungría, exjefe del SIPM, el servicio de inteligencia militar de Franco. No podía contar con el apoyo de círculos falangistas y, en particular, con el del conde de Mayalde, a la sazón director general de Seguridad y como tal el inmediato sucesor de Ungría.
Dada la labilidad de las relaciones hispano-británicas en aquel momento el embajador sir Maurice Peterson prohibió toda ayuda a la esposa. No sabemos si llegó a obtener el pasaporte español o no. Nada hace pensar que pudiera reunirse con su marido en Londres. En cualquier caso, este no tardó en tener un affaire con una inglesa de la que nació una niña. 
Sigamos con Cowan. En febrero de 1940 el Ministerio de Información decidió enviarle a España en misión. La embajada española en Londres le negó el visado, algo realmente sorprendente. Ello dio origen a una larga correspondencia entre el Ministerio, el Foreign Office y la embajada en Madrid. Por ella se deduce que en los altos niveles de la dictadura se consideraba a Cowan excesivamente pro-republicano. Este protestó indignado. Era un católico a machamartillo y si había ayudado a los republicanos, había ayudado más a los franquistas. Literalmente. De la correspondencia ha desaparecido el informe sobre sus actuaciones en Madrid.
Este intercambio fue a parar a conocimiento de “C”. Esta era la denominación interna y en clave del jefe del MI6, a la sazón sir Stewart Menzies. Por ello podemos pensar que no es absurdo establecer un enlace entre el Cowan de febrero/marzo de 1939 y el de un año más tarde. Cowan no viajó a España en esta última fecha. Podría haber seguido en el Ministerio de Información pero rápidamente se le destinó a otro puesto. La documentación disponible no permite adivinar adónde. Es posible que se considerase que era demasiado importante para exponerlo.
La no mención de Cowan en los anuarios diplomáticos a partir de 1940 puede explicarse por motivos que no tienen nada que ver con la necesidad de mantener el secreto más cerrado sobre sus actividades. Según la persona que debía acompañarle en su abortada misión, Tom Burns, agregado de prensa en el embajada británica, el escurridizo personaje que comenzó su carrera en Cuba pereció en uno de los bombardeos alemanes sobre Inglaterra.
Ahora bien, si se tiene en cuenta que igualmente han desaparecido muchos papeles relacionados con el viaje del entonces excapitán Pollard a Canarias, la volatilización de toda traza documental de las misiones de Cowan en España nos lleva a seis conclusiones provisionales:
  1. Los servicios secretos británicos estuvieron presentes en el comienzo y en el final de la Guerra Civil.
  2. Lo que hicieron es desconocido pero debió de ser lo suficientemente importante para que una mano misteriosa haya hecho desaparecer papeles que normalmente deberían estar disponibles en los archivos que no son del MI6 y de la Inteligencia Militar.
  3. Los archivos del MI6 no permiten profundizar en ninguna operación. Siguen cerrados a cal y canto. Unicamente el profesor Jeffery, como historiador oficial, tuvo acceso a la documentación.
  4. La imposibilidad de consultarlos no es fácilmente comprensible. Si se trata de no identificar personas, los nombres (eventualmente agentes españoles) pueden borrarse. Lo hacen habitualmente los británicos, los norteamericanos y, por lo que sé, los franceses. Si se trata de no identificar el modus operandi correspondiente, ¿por qué se ha levantado el velo sobre operaciones en otros países que ha descrito el profesor Jeffery?
  5. Existe documentación británica accesible, con nombres, en relación con otros servicios que no son el MI6 o la Inteligencia Militar.
  6. No deja de ser paradójico que en los momentos actuales se sepa más acerca de las actividades en España durante la Guerra Civil del servicio de espionaje de la NKVD que por el lado británico.
No corresponde a un historiador extranjero especular acerca de las razones por las cuales la política desclasificadora del Gobierno británico no se aplica a documentos que difícilmente podrán contener vitales secretos de Estado. Aunque esto sea algo que no cabe por principio descartar, siempre es posible retener información supersensible. Cualquier historiador que trabaje en archivos se encuentra regularmente con ejemplos de ello.  Y no pasa nada. Tampoco se hunde nada.
Ángel Viñas es catedrático emérito de la UCM. Su último libro es Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo (Pasado&Presente).