sábado, 21 de julio de 2012

De Los Cuadernos de Temuco de Pablo Neruda


41) Amo la mansedumbre...
Amo la mansedumbre y cuando entro
a los umbrales de una soledad
abro los ojos y los lleno
de la dulzura de su paz.

Amo la mansedumbre sobre todas las cosas
las cosas de este mundo.

Yo encuentro en olas quietudes de sus cosas
un canto enorme y mudo.
Y volviendo los ojos hacia el cielo
encuentro en los temblores de las nubes,
en el ave que pasa y en el viento
la gran dulzura de la mansedumbre.

(43) La mirada
Quiero que oculte la mirada
todo dolor del corazón,
que sea mansa y que sea clara,
plena de mística emoción…

Y los dolores que hay adentro,
con lo eternal de su amargor,
se cambiarán en la mirada
en mansedumbre y en dulzor.

Y la mirada de los ojos
llenos de algún atardecer,
en el recuerdo de algún hondo
y amortiguado padecer

Tendrá un prestigio de virtud
hecha de luz y hecha de amor
y perderá toda inquietud.
Y la mirada será una
flor de dolor y de emoción
santificada de dulzura.



(47) El deseo supremo
Vivir serenamente, sin agitarse nunca
una vida alumbrada por la luz del amor,
y tener para todas las ilusiones truncas
la pequeña tristeza de un pequeño dolor…

Tener en la mirada, serenamente  pura
el poder y el prestigio de alguna elevación
y sentir en el alma la emoción de la altura
y unas ansias sagradas de purificación…

Y tener para todos los seres y las cosas
una dulce alegría, risueña y generosa,
perfumada del hondo contento de vivir…

Entonces, sólo entonces, vivir serenamente,
sin agitarse nunca y crasoladamnete
en la mansa dulzura de una tarde partir…

El poeta que no es burgués ni humilde
Un muchacho que apenas tiene quince años,
que hace versos punzando por la amargura,
que saboreó las sales del desengaño
cuando muchos conocen risa y ternura.

Él conoció la vida tras los bestiales
instintos de la humana naturaleza
cuando creyó encontrarse con ideales
hechos de perfecciones y de belleza,

Y sigue por la vida viviendo triste
(Los hombres no han sabido que en él existe
el poeta que niño no fue pueril).

Y él espera orgulloso con sus dolores,
inconocido y solo, días mejores
que se imagina, loco, que han de venir.


(93) Yo te soné una tarde…
Mujer, hecha de todas mis ficciones reunidas
has vibrado en mis nervios como una raleza,
llorando en los senderos de la ilusión perdida
siempre he sentido el roce de tu ignota belleza.

Marchitando mis sueños y mis buenas quimeras
te he forjado a pedazos celestes y carnales
como un resurgimiento, como una primavera
en la selva de tantos estúpidos ideales.

He soñado tu carne divina y perfumada
en medio de un morboso torturar de mí ser,
y aunque eres imprecisa, sé como eres, amada,
ficción hecha raleza en carne de mujer.

(107) Desde mi soledad
I
Estar solos las noches y estar solos los días
esperando alegrías que no han de venir nunca
amargamente tristes sentir que todavía
nuestras horas se quedan como páginas truncas…

Las rosas florecieron. Después siguió la vida.
Se avivaron las ansias con sus prometimientos.
Adentro de nosotros hubo paz encendida
en la luz decadente de nuestros aislamientos.

Pero seguimos siempre dolientes y amargados
con las pupilas plenas de cansancios llorados
en la rebusca inútil de aquella claridad

Cegadora que vimos con sus rosas triunfales,
pedazos de la carne de los rubios rosales
que tal vez florecieron en nuestra soledad


(126)  Momento
Momento de alegría tibia
que buenamente llega en su bondad
a restañar la sangre de todas las heridas.

Toque crepuscular
silencioso y dormido
que enciende en el momento de piedad
esta dulzura que rompió los vidrios
amargos del pensar.

Todo lo que se estrecha en el momento
canta sereno y tibio una canción.
(Duelen los dolores eternos
lejanamente,
vienen,
y se transforman en amor).
(Primero de septiembre, 1919)

(135) Capricho
El encanto doliente de la música rara
Nos teje un aislamiento y un silencio interior
Para que fecundemos la soledad y para
Que sigamos el hilo de un remoto clamor

Que nos lleva y nos lleva por las rutas oscuras
Y nos deja en el pecho sabor de plenitud
(Estamos ya muy lejos de la humana amargura y todos los dolores se siegan en quietud).

Rodamos por países de fiebre y de delirio
(la luz vive y alumbra con palidez de cirio
Los abismos dulcísimos del camino ideal).
Seguimos y seguimos de locura en locura
Y, locos ya nosotros, en las rutas obscuras
Parpadea, maldita, la claridad fatal.
(15 de septiembre de 1919)
Pablo Neruda
Cuadernos de Temuco (1919-1920)
Edición de Víctor Farías, 1996.