martes, 25 de marzo de 2014

Shakespeare & Co: mucho más que una librería

 Un libro aborda la intrahistoria del mítico local de Sylvia Beach en París

Sylvia Beach, en el centro, y Georges Antheil, arriba, ante la mítica librería./elmundo.es

La librería más famosa del mundo es, naturalmente, Shakespeare & Company de París. Hubo dos, y a cual más legendaria: la de Sylvia Beach y la de George Whitman. El libro de Jeremy Mercer que -en traducción de Rubén Martín Giráldez- acaba de publicar Malpaso (La librería más famosa del mundo) relata la temporada que pasó el autor en la segunda. La primera la abrió en 1919 una norteamericana que, después de vivir casi 20 años en París, se dio cuenta de que a la capital francesa -ombligo del mundo- le hacía falta un establecimiento donde pudieran ir a buscar libros quienes leyeran en inglés. Se ubicaba en la rue Dupuytren, pero más tarde se trasladó cerca de Saint-Germain-des-Prés, en la rue de l'Odeon. Fue allí -y fue ella- quien publicó el Ulises de James Joyce.
Otros muchos nombres sagrados de la historia de la literatura del siglo XX se vincularon a Sylvia Beach, que además de librera y amiga, ideó un sistema de préstamo bibliotecario para quienes no pudieran o quisieran quedarse con los libros que deseaban leer.
La primera etapa la dirigió Sylvia Beach, que editó el 'Ulises' de James Joyce
George Whitman compró otro local pero adquirió todos los libros de Beach
En homenaje a Sylvia Beach, el estadounidense George Whitman, años después, decidió bautizar con el mismo nombre una librería que, con los años, adelantaría en fama a la de Beach. Whitman, después de unas extraordinarias caminatas de vagabundo que lo llevaron por ejemplo a Panamá, se había instalado en París y se había hecho librero casi por casualidad. En 1963 compró los fondos de la librería de Beach, y aunque para entonces ya tenía su propio establecimiento, llamado Le Mistral, decidió utilizar el nombre de la librería legendaria para darle continuidad al sueño de Beach. Ya se había hecho amigo de una nueva generación de poetas y escritores norteamericanos (Henry Miller, Ferlinghetti -que abrió su propia librería en San Francisco- Ginsberg), y ya había personalizado sus locales por la costumbre de dejar dormir en ellos a algunos visitantes que no tuvieran sitio donde quedarse. Esa costumbre es la que acabaría dando fama a su establecimiento, junto al Sena, y frente a Notre Dame, en Bucherie esquina Saint Jac-ques, si bien no es menos cierto que sus habitaciones tapizadas de libros han proporcionado hondas alegrías a muchos de los buscadores que han curioseado en ellas. Haciendo cuentas ante Jeremy Mercer, George Whitman calculaba que había alojado a unas 40.000 personas (entre los españoles es imposible no destacar a Terenci Moix, que en sus memorias dedica algunos capítulos a hablar de Whitman y de la Shakespeare & Company).

Ilustres autores y un oficial nazi


Ezra Pound, T. S. Eliot, Wyndham Lewis, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald o Gertrude Stein son algunos de los nombres ilustres que visitaban asiduamente la librería de Sylvia Beach. La leyenda quiere - quizá sólo para que James Joyce, que estuvo en el principio de la fama de la librera, también tuviera algo que ver con su final - que Beach tuvo que cerrar su librería después de negarse a venderle un ejemplar de Finnegans Wake (obrá aún más difícil que el Ulises , una vuelta de tuerca más en el atrevimiento literario del gran escritor irlandés) a un oficial nazi.
Jeremy Mercer era periodista de sucesos en un periódico canadiense cuando, por incumplir con el secreto profesional y revelar sus fuentes en un asunto de mafiosos, tiene que huir precipitadamente a Europa con lo puesto. El azar le hace terminar en la librería de Whitman donde una especie de gerente malencarado le avisa que no se puede quedar más de una semana según una de las leyes no escritas de la casa. Pero se quedará mucho más, formará parte de la familia, más o menos estable, que reside en la librería. Allí descubre un amplio reparto de personajes de la bohemia que despliegan ante él el abanico de las posibilidades humanas: de lo sublime a lo ridículo. Las reglas que impone Whitman a sus inquilinos son claras y precisas: cama y comida a cambio de echar una mano en el negocio, acarrear libros para montar los puestos de la calle y para recogerlos, no llegar de noche después de que la librería haya cerrado, limpiar un poco...
Mercer, con buen pulso narrativo, va mostrándonos los diferentes personajes con los que va compartiendo vida y experiencia en las entrañas de la Shakespeare & Company, nos relata cómo se vio instado a empezar una campaña de salvación de la librería en los medios cuando se entera de que, si George muere, su mujer piensa vender el local para que hagan un hotel de lujo o un edificio de apartamentos, nos retrata algunos vicios y costumbres de Whitman: su lectura favorita son los diarios íntimos que le roba a las muchachas que se quedan algunos días en su librería, se corta el pelo aplicando la llama de una vela a las puntas...
Hoy, ya sin George Whitman, la librería sigue en perfecto estado de salud, sigue acogiendo a extraños y sigue dando alegrías a muchos de los buscadores que se zambullen en su inmenso océano de libros.