El escritor israelí Amos Oz, mencionado entre los posibles ganadores del Nobel, habló sobre el viejo conflicto y se considera propaz
Amos Oz obtuvo en el 2007 el Premio Príncipe de Asturias/Jena Beris./eltiempo.com |
Amos Oz es indudablemente el escritor israelí de mayor renombre
mundial, con varios de sus casi 30 libros traducidos a más de 40
idiomas. Oz ha escrito, además, numerosos ensayos y artículos
periodísticos. El fruto de su pluma ha sido publicado en 35 países,
entre ellos algunos del mundo árabe.
Este escritor es conocido por ser uno de los intelectuales israelíes
que están de acuerdo con la defensa de una solución pacífica del
conflicto con los palestinos, algo que incluye la creación de un Estado
palestino independiente, en el marco de la fórmula “dos Estados para dos
pueblos”.
Gracias por recibirnos en su casa. Desde diferentes partes del mundo se buscan sus palabras.
Creo que la palabra escrita aún tiene impacto en el mundo, en los
corazones y las mentes de la gente. Sueño a menudo con libros que he
leído y veo en esto una señal del significado de la escritura. Si logra
penetrar tan profundo, considero que, de alguna forma, tiene una
presencia también en el mundo real.
Usted no pudo viajar, pero Israel fue recientemente el
invitado de honor a la Feria del Libro de Guadalajara en México. ¿Le
parece algo para destacar?
Creo que es maravilloso. Personalmente considero que lo que ha
ocurrido con la literatura israelí en el último siglo es un milagro. El
idioma hebreo estuvo durante 17 siglos tan muerto como el griego antiguo
o el latín. Se lo usaba para escribir, para intercambios teológicos, en
los ritos religiosos, pero no en la vida diaria. Revivió como idioma
hablado hace solamente 120 años aproximadamente. Este renacimiento de un
idioma hablado constituye uno de los grandes milagros literarios de
todos los tiempos.
¿Considera que hay un mensaje que puede ser transmitido por la literatura israelí? Es tan variada, tan heterogénea…
No, no me parece que la literatura transmita un mensaje, sino
numerosos mensajes. Tenemos muchos escritores significativos, pero no
creo que ninguno de ellos esté pasando su mensaje personal.
¿Siente usted que puede haber un vínculo especial entre la literatura hebrea y la escrita en español?
Creo que hay cierta medida de cercanía entre todos los pueblos del
Mediterráneo. En la cultura judía e israelí hay genes españoles. También
creo que en la cultura española hay genes judíos. Y esos genes comunes
llevan a cierta cercanía. Yo leo literatura española y latinoamericana
traducida al hebreo o al inglés. Y hallo a menudo cierto tipo de
energía, de ritmo, de una enorme curiosidad acerca de los detalles de la
vida y de sensualidad, que es común al parecer a nuestra cultura y la
cultura latina, española. En la cultura española hallé facetas que sentí
cercanas a mi corazón y al parecer también al corazón del lector
israelí, ya que a mucha gente aquí le gusta la literatura
latinoamericana y española y a muchos en España y América Latina les
gusta nuestra literatura.
¿Cuál es el secreto de este ‘milagro’ de la literatura hebrea
en el último siglo? Y no me refiero solo a lo prolífico de la creación
literaria en Israel, sino también a la gran repercusión que tiene en el
exterior...
Los judíos israelíes llegaron aquí provenientes de 136 países. A
ellos debemos agregar los árabes israelíes, por lo cual tenemos 137
voces de fondo. Cada uno trae consigo relaciones, a veces muy
ambivalentes y a veces sumamente complejas, con el mundo del cual viene,
el mundo de sus padres o de sus abuelos. Esta impresionante variedad de
fuentes, trasfondos, lugares de origen, enriquece la vida israelí y la
literatura israelí.
Pero numerosos escritores –y en usted esto es muy evidente-
escriben sobre temas de la vida en Israel. Así es su libro más reciente,
‘Entre amigos’: cortas historias de vida de miembros de un kibutz
imaginario...
Así es. Toda la literatura que me gusta es provincial y a veces hasta
regional. En la literatura hay algo maravilloso. Cuanto más regional y
provincial, puede ser más internacional. Casi todos los escritores que
me gusta leer escriben sobre un lugar pequeño… que también puede ser una
gran ciudad, porque uno suele escribir sobre un barrio, sobre una
calle, sobre el mundo que se halla entre la farmacia en una punta de la
cuadra y el almacén en la otra punta... La literatura siempre se ocupa
de un microcosmos local… No solo yo lo hago. Todos los escritores que me
gustan hacen lo mismo.
Uno de sus libros más famosos ha sido ‘Una historia de amor y
oscuridad’, su historia personal, la de su familia. El hogar al que uno
puede o no querer, como usted ya ha dicho, es una fuente central de
inspiración, ¿verdad?
Si me pregunta, en una palabra, sobre qué he escrito 28 libros, le
diría: “familias”. Si me da dos palabras, “familias infelices”. Si me
pide en tres, ya es mejor leer los libros.
¿Por qué sobre familias infelices?
Sobre gente feliz no es necesario escribir. Acerca de un puente bien
construido sobre un río, de un lado a otro, sin problemas, sobre el que
todos los días cruzan 50.000 personas y 30.000 automóviles, no hay algo
que escribir más que “bravo” al arquitecto y los constructores.
Solamente el puente que se cae es una historia. Y yo escribo sobre
puentes que caen.
¿Se pregunta a veces qué encontraron en sus cuentos, tan
israelíes, quienes los leen con entusiasmo en idiomas tan distintos del
suyo, de culturas tan diferentes y lugares lejanos?
¿Y qué es lo que encuentro yo en un escritor ruso del siglo XIX como
Chejov? ¿Qué encuentro en un escritor estadounidense del sur profundo
como Faulkner? ¿Qué encuentro en un escritor tan regional como García
Márquez? Son todos escritores de pequeños lugares. Creo que toda
literatura, cuanto más local es, más probabilidades hay de que se
convierta en algo universal.
Cuando se habla de su éxito como escritor, ¿considera que
parte de la explicación pasa por el magnetismo especial de Israel, por
lo que irradia, y quizás también de sus problemas?
Yo hallo que hay una distancia muy grande entre el Israel de los
diarios y los medios y el Israel que yo conozco. Yo casi no escribo, por
ejemplo, sobre israelíes y palestinos. Lo hago, sí, en mis ensayos,
pero no en mis cuentos. No he estado nunca en la alcoba de un palestino,
así que no puedo entonces escribir un cuento sobre palestinos.
¿Cómo es entonces el Israel que usted ve?
En CNN veo un Israel en el que el 80 por ciento son fanáticos
religiosos y colonos, otro 19 por ciento, soldados sin corazón en los
puestos de control carreteros en los territorios ocupados, y un 1 por
ciento, intelectuales maravillosos, como yo, que critican al Gobierno y
quieren la paz. No hay relación alguna entre ese Israel de los medios y
el Israel que yo conozco. Más del 70 por ciento de los israelíes son
seculares, hedonistas, materialistas, hablan mucho, gente cálida que
vive en su mayoría sobre la planicie costera, no en los asentamientos ni
en Jerusalén, que se empujan, trabajan duro, engañan al fisco… Algo muy
parecido a otros pueblos del Mediterráneo. Entre eso y el Israel que
aparece en los medios no hay relación alguna.
Tras tantos años de escribir, por más que usted lo haga ante
todo porque le gusta hacerlo, ¿el reconocimiento internacional juega
algún papel? ¿Sirve de motor en la vida?
No, cuando escribo no pienso en los lectores, sino en los personajes y
en el libro. Cuando termino de escribir un libro y lo leo me asusto y
me pregunto si habrá alguien que lo entienda. Por ejemplo, cuando
terminé de escribir Historias de amor y oscuridad estaba seguro de que
lo entenderían solamente en Jerusalén, de que en Tel Aviv nadie lo
entendería. Y de que en Jerusalén lo entenderían únicamente aquellos que
vivían o habían vivido en mi barrio, cierto tipo de gente. No pensé que
el libro llegaría a millones de lectores en 30 idiomas. Estaba seguro
de que había escrito para la gente de mi barrio y de mi generación. Pero
no se puede saber.
Creo que uno de los muchos aspectos interesantes del libro es
que usted –que es considerado uno de los exponentes más claros de lo
que suele presentarse como ‘campo de la paz’, la izquierda que llama a
una solución de dos Estados para dos pueblos, crítico de la política del
Gobierno– no plantea las cosas en términos de blanco y negro. ¿Es así?
Si usted está de hecho preguntándose si soy propalestino, pues le
diré que no. Yo soy propaz. Creo que el conflicto entre los israelíes y
los palestinos es una tragedia. Los palestinos no tienen otra tierra que
no sea esta y nosotros no tenemos otra tierra que no sea esta. Ellos
dicen que es su tierra y tienen razón. Nosotros decimos que es nuestra
tierra y tenemos razón. El choque entre dos justicias es trágico. Puede
terminar en un término medio o en una catástrofe. Un término medio no es
justo. Siempre es algo injusto. Un término medio nunca es ideal ni hace
feliz a nadie. Pero yo siempre creí y sigo creyendo que los palestinos
deben tener todo lo que nosotros tenemos: un Estado independiente, un
gobierno independiente, con capital en Jerusalén, igual que nosotros.
Creo en una solución de dos Estados que viven uno junto al otro, quizás
no con gran amor de por medio, pero sí con buena vecindad.
¿No es demasiado tarde para lograr la paz?
No. No hay nada en el mundo que sea irreversible, salvo la muerte. No
es tarde para una solución política, ya que de hecho no hay ninguna
alternativa. Los palestinos no pueden irse porque no tienen a dónde ir.
Los judíos israelíes tampoco puede ir a otro lado porque no tienen a
dónde ir. No pueden convertirse en una gran familia feliz porque no son
ni una familia ni son felices. Son dos familias infelices. Hay que
dividir la casa en dos departamentos más pequeños. Esa es la solución.
No hay otra solución. ¿Cuánto tiempo llevará? No lo sé, no soy profeta.
Pero estoy convencido de que no hay otra solución.