Su prosa ha sabido convertir la lírica en muchas voces. La construcción de sus personajes suele ser humanamente acertada
Rubem Fonseca, autor de Corazones solitarios, el Cuento Negrísimo./labobila.blogspot.com |
Un hombre que los 38 años decide abandonar la vida cómoda de un leguleyo para desbarrancarse en el mundo de las letras, merece ser escuchado. Por eso, la lírica de Rubem Fonseca parece tan necesaria hoy día que, la realidad pudo haber rebasado la ficción hiriente a la que nos enfrentamos los nacidos en esta parte del mundo. En ella, la crítica social a su país en incesante y necesaria para entender que los brasileños cojean del mismo pie infectado por la corruptela y falta de oportunidades.
Nació en Juiz de Fuera, un pequeño municipio de Minas de Gerais, al sudeste de Brasil, donde la criminalidad y la industrialización son tan cotidianas como ver salir el sol por la mañana. En 1952 a los 27 años, una década antes que el ejército diera un golpe de Estado al presidente Joao Goulart (y se mantuviera como dictadura en el poder poco más de 20 años) Fonseca comenzó una carrera como policía en Río de Janeiro, la ciudad donde su obra e historias se encumbrarían.
Su prosa ha sabido convertir la lírica en muchas voces. La construcción de sus personajes suele ser humanamente acertada. Perfiles de psicología pura. En ellas, un caudal de ironía fluye tan natural como la sangre por las venas. Pero no por ello su literatura está condenada al género negro o policiaco” al contrario, sus historias son operaciones quirúrgicas que extraen del paciente (la sociedad), el quiste maligno del que adolece, no para curarlo, sino para mostrarle qué lo cercena poco a poco.
Su lenguaje ha sabido nutrirse de la burla inteligente, con que la gente del pueblo ameniza sus charlas y da sabor a sus días. A través de frases cortas y contundentes que van derramando en quien lo lee, un trago amargo de verdades dolorosas, los diálogos de quienes habitan sus historias usan sus bocas como pistolas, y sus lenguas como balas, dejando para otro momento la rimbombancia y verborrea con que muchos se adornan.
Río la exótica, Río la infiel
Cristo Redentor vigila celoso desde lo alto los laberintos urbanos donde sus corderos caminan, pero ellos aparentan ser ciegos, sordos y mudos. Río de Janeiro es una ciudad sexual que se lubrica con los chorros de agua cálida que el mar eyacula en su costa. Exótica como su geografía y la flora de La Cidade Maravilhosa, la gente de Río baila y se entrega a los placeres carnales que la mezcla de razas incita.
Desde Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908) hasta Rubem Fonseca, los que escriben pensando en Río han encontrado en este pedazo de tierra el escenario perfecto para ejecutar un discurso a veces poético, a veces perturbado, que siempre está intentando descifrar el universo único que es la ciudad por sí misma. Porque viéndola desde dentro, en Río de Janeiro cualquier cosa puede pasar.
Río es el sueño Sudamericano. Todos le pertenecen a Río pero Río no es de nadie. Río es infiel. Río es ninfómana. Río es pecadora. Río es una puta o un gigoló hermoso capaz de enamorar o desquiciar a cualquiera. En El collar del perro (publicado en 1965 y que le valió el reconocimiento de la crítica), la “no ciudad”, como ha sido considerada durante décadas la zona conurbada de Río de Janeiro, se muestra como una transparencia fotográfica, la corrupción policiaca y la mezquindad con que ésta trata a los habitantes de sus calles estrechas y bulliciosas, que en la actualidad suman más de 2 millones de habitantes.
Nacer siendo considerado como un problema es el precio histórico que han tenido que pagar los pobladores de estas comunidades, orillados a parirse a sí mismos no como un fruto de las relaciones sociales, económicas y políticas con que surgieron otras ciudades de su extenso territorio. Por ello se entregan a su propia suerte. Una moneda aún girando al aire.
Pese a arrastrar con la estigma de la violencia, el narcotráfico y décadas de enfrentamientos, la gente de Brasil ha encontrado en sus entrañas el color, la energía, el carisma, ritmo e intensidad que los distingue en el mundo entero. Un campeonato mundial de fútbol (2014) y unas Olimpiadas (2016), son el voto de confianza que el capital financiero del orbe, ha depositado en la séptima economía del planeta.
Fonseca el ermitaño
Rubem Fonseca es un adelantado de su época porque entendió “que un escritor debe tener el coraje de mostrar lo que la mayoría de la gente teme decir”. Irremediablemente, como muchos otros autores, está tocado por la lógica discursiva que opera en el continente, y de la que muchos escritores que lo sucedieron, no pudieron escapar. Violencia y tragedia, venganza y muerte.
Los libros de Fonseca deberían ir acompañados de una etiqueta que advierta al lector, que después de atravesar el umbral de sus letras nadie quedara impávido, una mezcla provocadora de sensaciones explotará en él, con el riesgo de generar la misma adicción que las drogas y el sexo, y para eso debe estar preparado.
La sangre fría con que sus protagonistas arremeten contra el mundo que los rodea vista desde el otro lado del “charco”, es un imán para atraer premios. A lo largo de su carrera ha sido reconocido, más que por sus galardones, por la humildad con que ha llevado el éxito ganado con la única cosa que sabe hacer, escribir. Sus más allegados amigos lo consideran una persona recluida que, bajo esa figura ahora vieja y encorvada de cabeza calva, adora el anonimato y aborrece dar entrevistas.
En 2003 ganó el “Premio Camões”, el más prestigiado premio literario para la lengua portuguesa, y la XIII Edición del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. También recibió en 2004 el Premio Konex Mercosur a las Letras, y el Premio Iberoamericano de Narrativa “Manuel Rojas” en 2012. A su obra también se suma el trabajo como guionista cinematográfico. Tres de sus novelas “El caso Morel”, “El Gran Arte” (1983) y “Bufo & Spallanzani” (1986), llegaron a la pantalla grande.
Este 2013 Fonseca festeja 50 años de la publicación de su primer libro “Los prisioneros”, una serie de cuentos aparecidos en 1963. Desde entonces la vehemencia con que Rubem Fonseca se ha entregado a la literatura no ha cesado. A sus 88 años es más fácil que la vida se canse de él, que él de golpear el teclado para escribir historias.