Queremos tanto a Julio
Julio Cortázar cumple cien años de natalicio, el Gran Cronopio Mayor./elpais.com |
Hoy hace treinta años murió Julio Cortázar, a quien queremos
tanto. Escribí para mi sección diario en Hora 14 de la Ser el comentario
que sigue. Y la crónica posterior la escribí a raíz de la presentación
del álbum Cortázar, de la A a la Z que ha publicado Alfaguara. Esta
tarde, en la Casa de América, Natalia Menéndez dirige un montaje sobre
la obra y la música que convirtieron a Julio en un escritor tan querido.
El sueño
Escribió Rayuela y nos regaló relatos que nos aprendimos de
memoria, como versos de amor o cartas de batalla, y creó en torno a él
una mitología que no cesa. Murió tal día como hoy hace treinta años, en
París, la ciudad en la que se combinaron sus sueños y sus juegos. Ahora
está en las librerías un homenaje singular a su persona de escritor y de
cronopio, un álbum donde está siempre riendo y escribiendo, tocando la
trompeta o haciéndole muecas a la vida. Esta noche, en la Casa de
América, le recuerdan con jazz y con palabras. Queremos tanto a Julio.
Hay que leer a Cortázar.
El álbum
Aurora Bernárdez, menuda y blanca, movía la cabeza y reía, silente,
en la primera fila de la Casa de América de Cataluña cuando le
preguntaban a Carles Álvarez Garriga, editor con ella del álbum
biográfico Cortázar de la A a la Z, qué música era la favorita del autor de Rayuela, cuyo
centenario ya estamos celebrando. La viuda y albacea del escritor que
hizo del humor, el azar y el ingenio argumentos de sus novelas, rompió
su viejo compromiso de callar en público y pronunció los nombres propios
mágicos a los que se aferraba Cortázar cuando quería ser Julio y
quedarse solo consigo mismo y con la música: “Duke Ellington, Charlie
Parker… A veces estudiaba trompeta; la mujer que servía en casa, una
española, me decía: ´¿Estudia, verdad? Porque sólo la pifia`”
Ella misma rió, todos rieron. Fue el punto y final de un
acto muy especial, como el libro que le sirvió de pretexto. Este álbum,
que nació en Argentina (de la mano de la directora de Alfaguara en
Buenos Aires, Julia Salztman, de la viuda de Julio y del gran
cortazariano Carles Álvarez) y que diseñó en Barcelona el argentino
Sergio Kern, es un gesto de amor a Cortázar, a él como persona (pues el
álbum es en un porcentaje altísimo sobre su vida personal) y a él como
escritor; está hecho, por Álvarez y por Bernárdez, con el apoyo técnico
de Kern y “el entusiasmo” de Saltzman, como “el mejor homenaje”, como
dijo el director de la Casa de América, Toni Travería, al escritor “al
que tanto amamos todos”. Leyó Travería un texto de Juan Gelman al gran
cronopio: “Tu mejor obra sos vos”.
Y a vos, Julio, está dedicado este libro raro “e
inclasificable”, como le gusta a Sergio Kern que llamen al resultado
final de esta magna obra típicamente cortazariana, que incluye destellos
de otras grandes audacias del propio Cortázar, como La vuelta al día en ochenta mundos. Este álbum es el preludio de todo lo que ocurrirá en el centenario del escritor y en el cincuentenario de Rayuela, su
obra más querida (la directora de Alfaguara Global, Pilar Reyes, se
felicitaba anoche de las ventas que sigue teniendo, “y ahora más”). Y es
a la vez, dijo Álvarez, la conclusión de una ingente labor editorial
que se inició en aquel sello en 1994, cuando se editaron algunos libros
que permanecían inéditos a la muerte de Cortázar en febrero de 1984.
Ahora, dijo Carles Álvarez, que se definió a sí mismo como
“el evangelista” de Cortázar, “habría que parar un poco, que la gente
digiera todo lo que se ha hecho”. Entre las cosas que se han hecho, la
edición de las conferencias literarias de Julio en Berkeley y la ingente
colección de cartas del escritor (“la más interesante y abundante de
cualquier escritor hispano en el siglo XX”), que Alfaguara publicó
recientemente en cinco tomos. Como estábamos en Barcelona, y como es
justicia, Álvarez tuvo un recuerdo para Francisco Porrúa, el editor
argentino que vive aquí y que con tanta pasión como buen juicio puso en
la rampa de salida a aquel joven Cortázar de Los premios.
La sesión fue un repaso a lo que este álbum tiene
de más emocionante. Carles Álvarez, a preguntas del moderador del acto,
Jean Barnabé, hijo de un traductor francés que fue amigo de Cortázar y
que aparece en esta colección de recuerdos gráficos y escritos, dijo que
para él la doble página de la entrada Infancia, es de lo más
enternecedor de esta memoria. Ahí se incluyen estos versos sencillos,
junto a retratos del Cortázar chico: “Me acuerdo de una plaza, poca
cosa: un farol, un paraíso, unos malvones/ y ni un banco en que estar y
ni una rosa./ Pero venían todos los gorriones”.
Claro, como todos los libros, y especialmente los libros de
Cortázar, es un libro para leer y releer, pero este es en especial un
libro para ver. Pues no es lo mismo leer los versos que Cortázar dedicó a
su abuela (en la entrada Abuela) que contemplar la compaginada
que Kern, con el auxilio de Carles y la supervisión “siempre risueña”,
dijo Álvarez, de Bernárdez, consiguió con los materiales que tuvo a
mano, la foto de Victoria Gabel de Descotte y un “abanico japonés que
fue de la abuela”, una señora que dio la vuelta al mundo adelantándose
quizá a las vueltas al mundo (real o figurado) que luego daría su nieto.
El poema es de 1963, se titula Abuela muerta y empieza así: “El angelito que tantos años dibujé al pie de unas cartas,/ y el à bientot de
las despedidas, y ese nombre en el sobre/ han de seguir en alguna
parte, han de ser algo vivo,/ no es posible que nada sobreviva de esa
ternura y esa gracia…”
En el mismo renglón de las preferencias, Barnabé le preguntó
a Álvarez cuál le había hecho más gracia. Entre los numerosos papeles
inesperados de Julio (papeles inesperados que también formaron parte de un volumen) apareció esta broma casi buñuelesca: “Era zurda de una oreja”. Y esa voz está como Zurda en
el apartado Z del álbum, una página antes de este especial colofón del
libro, en el apartado Zzz… con que Bernárdez, Álvarez y Kern concluyen
este homenaje realmente conmovedor y divertido al hombre que nos hizo
leer al revés y al derecho no sólo lo que escribió sino lo que nos
pareció que escribía. Dice este Zzz… que acaba esta cortazariana, utilizando el capítulo 41 de Rayuela, muchas páginas después de que el libro mítico hubiera empezado:
“—Ahora que ya jugaste bastante, vení a sacar el ropero de arriba de la cama –dijo Gekrepten.
--¿Te das cuenta? –dijo Oliveira.
--Eh, sí –dijo Traveler, convencido.
--Quod erat demostrandum, pibe.
--Quod erat –dijo Traveler.
--Y lo peor es que en realidad ni siquiera habíamos empezado”.
Está Buenos Aires, claro, y Argentina, y los cronopios, y
Gabo, y Carlos Fuentes, y Aurora por supuesto, y Carol Dunlop, su última
compañera, y Julio Silva, y Mafalda, y su madre. Y el humor. Y Julio.
Gelman se lo dijo: “Tu mejor obra sos vos”. Pues esta obra es Julio y no
sólo Cortázar. Una mujer le escribió a Carles Álvarez: “Me has dado un
gran regalo y me has dado un gran insomnio. Desde que me mandaste el
álbum sólo he podido leerlo y no tuve tiempo para dormir”. Ese mismo
insomnio fue la feliz ayuda que tuvimos cuando leíamos Rayuela.