El escritor monteriano acaba de publicar la novela Fuga de caballos. En este perfil se revela quién es una de las joyas secretas de la literatura caribe
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José Luis Garcés González acaba de publicar la novela Fuga de caballos'(Ed. El Tunel)./ José Perdomo./semana.com |
Una casa. Su casa. Un buzón en la entrada que parece esperar una carta
que traerá un cartero, cuando ya no se envían cartas, cuando ya no
existen los carteros. En la sala, él. Da la espalda a una pared llena de
cuadros. Está en una mecedora. Se mece. Es el escritor José Luis Garcés
González, el autor vivo más importante de Córdoba y una de las voces
académicas y literarias más influyentes del Caribe colombiano.
Su última novela publicaba es Fuga de caballos, obra totalizante
que abarca el universo del Sinú desde el lenguaje oral, las costumbres y
la vida cotidiana. Es un libro estructurado en diversos tiempos y en
distintos estilos narrativos. Dice Garcés que la obra está escrita en
dos idiomas y un dialecto. Los idiomas: el español y el costeñol. El
dialecto: el sinuanol. Argumenta que todo el que sea lector de novelas
sabe que este género acepta la diversidad, que ya no es un género
rectilíneo. “Para mí —dice con vehemencia—, la novela es concebible como
una expresión más del lenguaje poético. Novelas anémicas o de lenguaje
pobre y lánguido, no están en mi escala de preferencias”.
Por muchos años, José Luis Garcés González no fue el escritor más
comentado de Córdoba, en parte porque las figuras de Manuel Zapata
Olivella y de David Sánchez Juliao, ambos de Lorica, y de Raúl Gómez
Jattin, de Cereté, se llevaban la atención nacional e internacional, y
en parte porque él se siente más cómodo entre la soledad y la oscuridad.
Pero quienes conocen su obra, consideran que está a la altura de las
mejores del país.
Vive rodeado de gatos y miles de libros, en el barrio Buenavista, en
Montería. Parece, no escritor, sino boxeador retirado, por su rostro
cuadrado y adusto. Habla como dando órdenes y con las palabras contadas.
Su voz es seca y en su discurso no existen los eufemismos. Llama las
cosas por su nombre y, a veces, se excede. Por eso algunos escritores y
personas de la cultura en Córdoba y el Caribe, lo consideran amargado,
huraño, excluyente. Quienes lo defienden aseguran que no es así, y que
lo que sucede es que no soporta la mediocridad, y lo dice. Envía correos
con letras mayúsculas en tamaño 24. Carmen Amelia Pinto, su secretaria
de siempre, dice es porque se está quedando ciego.
Y claro, tiene pocos amigos. ¿Por qué? “Porque sé que el mejor amigo del
hombre es el perro, y el mejor amigo del perro es otro perro”, expresa
el escritor. ¿Y a quiénes no soporta? “A los que posan de saber algo,
sin saberlo. Los que disponen a su antojo del poder como si esa fuera
una expresión de la eternidad. A los mezquinos y los envidiosos”.
Garcés habita la Montería de los 43 grados centígrados, o San Jerónimo
de los Charcos, como la llama en sus libros, en la que a veces es
difícil, siquiera, pensar, una ciudad soporífera en la que publica sus
novelas, cuentos, crónicas y ensayos que les explican a los caribeños
sus raíces. Escribe y lee hasta la saciedad para perfeccionar su
técnica.
“A veces escribo cuando camino en algún parque. Me surgen ideas, en
ocasiones personajes, y eso va para la escritura escrita, pues cuando
aparecen son apenas escrituras mentales. ¿La hora? En la mañana, la
tarde o la noche, nunca al mediodía. El mediodía torna duro o estúpido
al hombre. Casi siempre soy un pájaro nocturno. O al menos intento
serlo”, dice el novelista.
Para él, la fuerza que lo llevó a los libros es inexplicable. Y aunque
no halla referentes claros, cuenta que quizá sea un atisbo genético que
heredó de un abuelo guitarrero y bohemio que, según le dijeron, se
paseaba en las madrugadas, ofreciendo serenatas, en el puerto de
Girardot. “Mi padre fue un boxeador oriundo de Tolú (Sucre) que se
instaló en Montería en los años 30 del siglo XX. Aquí pagó el servicio
militar, aquí aprendió a boxear y aquí se quedó. Mi madre fue traída muy
niña por mi abuela, desde Girardot, a la Costa Caribe”, revela.
La mamá llegó a la zona bananera del Magdalena en la época de la matanza
que propició el coronel Cortés Vargas, y luego recorrió todo el litoral
hasta que se instaló en Montería. “Aquí, los que iban a ser mi padre y
mi madre, se encontraron”.
Este escritor monteriano nacido hace 64 años, es el autor de más de
veinte libros y de los argumentos de varias telenovelas, entre ellas Caballo viejo y Música maestro.
De él se dice que ha podido llegar más lejos, y que no ha sido así
porque jamás quiso dejar Montería, donde la cultura, aunque la hay en
rama, es muy poco apoyada.
“Yo sé qué significa no ser costeño. Para afirmarme me niego. El costeño
es una diversidad. Entre un guajiro y un sinuano, por ejemplo, hay
puntos de contacto, lógico, pero también diferencias protuberantes, y
ambos se llaman costeños o les dicen costeños. Hay un costeño del
litoral, hay un costeño fluvial, hay un costeño mediterráneo, sabanero o
desértico. Y cada uno tiene características peculiares. Los cachacos
generalizan y a todos les dicen costeños. No establecen diferencias y
esa es una equivocación. Ser costeño estriba en poseer un universo
influido por la oralidad ancestral, la imaginación desatada, la
sensualidad abierta y todo el enjambre de la metafísica caribeña y
sinuana”, explica el escritor, quien dirige desde hace más de veinte
años el Grupo de Arte y Literatura El Túnel.
Con su grupo, y el Festival Nacional de Literatura que desde hace
veintidós años siempre realiza para noviembre, Garcés lleva las riendas
de la cultura cordobesa. Por eso, es admirable que sin apoyo local, él y
sus amigos hayan logrado sostenerse tanto tiempo, gestionando,
publicando y haciendo actos. El Túnel es un referente valorado en
Colombia, que no solo hace el Festival de Literatura, sino que lleva a
cuesta un trabajo de más de treinta años. Por ejemplo, publica el único
periódico cultural no oficial que hay en la Costa Caribe: Periódico El Túnel.
En colaboración con la Cámara de Comercio de Montería, convoca
anualmente un concurso de cuento; edita libros; realiza talleres de
cine; tiene la Escuela de Literatura y Humanística (Elihum).
“Con mucha frecuencia se cree que cultura es solo conseguir un grupo de
baile y ponerlo en una tarima a danzar y luego tomarle una fotografía y
publicarla en el periódico. Hay una concepción estrecha, ignorante o
premeditadamente lánguida de lo que es la cultura”, dice.
Carmen Amelia Pinto revela que en la amistad, Garcés no alaba, pero sí
critica. “Tiene una visión futurista y da muchos consejos. Escribe en
todo momento. Escribe, revisa y vuelve a escribir”.
Su novela Entre la soledad y los cuchillos fue segundo premio Plaza y Janés, en 1985; Carmen ya iniciada obtuvo el primer premio de Novela Ciudad de Pereira, en 1984; Fernández y las ferocidades del vino ganó el segundo premio en el concurso nacional del libro de cuento Ciudad de Bogotá, 1999; y Aguacero contra los árboles es Premio Nacional de libro de cuento de la Universidad Industrial de Santander, 2007.
El escritor considera que la principal característica de la literatura
del Caribe está en su fortaleza oral, “y su fuerte influencia terrígena,
sensual, sexual y brujeril, todo sazonado con diversas expresiones de
la cultura popular”.
Como escritor comprometido que es y ciudadano activo, lo entristece la
injusticia en general, la muerte y el padecimiento de los niños y el
maltrato a los animales.
“En Crimen y castigo, al comienzo de la novela, hay un episodio
conmovedor en el capítulo V: Raskolnikov sueña con un borracho, un tal
Kolás, golpeando sin clemencia con palo, látigo y barra de hierro hasta
la muerte a una yegua que lleva cargada de beodos salvajes y de objetos,
porque el animal no puede andar con ese peso y se desparrama de
cansancio. ¡El degenerado la mata! Qué episodio tan estremecedor. No lo
puedo olvidar. Con ese hecho me molesta, como espina en la carne, la
tristeza”.
Fernanda Garcés, hija, reconoce en su padre a un ser poco expresivo.
“Cuando uno toma la iniciativa de una muestra de cariño, se derrite”,
revela. Cuenta, también, que Garcés le hace reportería a sus escritos.
“Él habla con los vendedores, con los vecinos, con cualquiera y de ahí
saca anécdotas para sus historias. Su felicidad es escribir, por encima
de todo. Yo me emociono con lo que hace y respeto sus gustos, aunque
creo que ama más a sus libros que a sus hijos”.
Su padre, en cambio, tiene un concepto distinto de felicidad. “Pongamos
un caso: observar a un niño y a un animal, juntos y felices. Porque es
hermoso ver a dos inocencias que sean compatibles”.
David Pérez, profesor cordobés, explica que Garcés González siempre
cumple lo que dice. “Es fiel a sus principios, creencias y filosofía.
Cuando da su palabra se puede contar con él ciento por ciento. Es
extremadamente serio, grave y circunspecto en su vida profesional y
cotidiana, y por eso espera siempre que lo traten igual”.
Su casa, la misma en la que sigue meciéndose, no parece ser la de un
hombre amargado, como es catalogado en su tierra. Parece la de un
soñador, con esculturas, plantas, pinturas, libros, dos gatos, y sí: con
un buzón que espera una carta.