Palabras
de Chico Buarque. El más popular y respetado de los cantantes
brasileños desgrana, en una entrevista en su piso de Río, las
circunstancias familiares que encaminaron la búsqueda del hermano negado
por su padre, y de cómo se basó en los hechos para su nueva novela
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La misma voz. Su hermano también cantaba. “Tenía una voz muy grave, como la de mi padre”, dice. |
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Una foto familiar de la troupe de Chico Buarque de Hollanda. |
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Sergio en la televisión alemana. |
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Dos
hermanos. Chico mira un programa en que su hermano entrevista a chicos.
En el complejo cinematográfico de Babelsberg./revista Ñ. |
¿Te molesta eso?, le pregunto.
–Es que no
entiendo. En los años 70 yo sabía que tenía un hermano, podría haberme
acercado a mi padre y preguntado. Podría haberle dicho “Sergio, contame
todo”.
–¿Y te molesta no haberlo hecho?
–Un poquito.
Cuando
tenía 22 años, Chico Buarque supo que, además de los seis que crecían
con él, tenía otro hermano. En 1929 su padre, Sergio, se había instalado
en Berlín como corresponsal de Diários Associados . Y ahí había
tenido un romance y un hijo, a quien nunca vio: el bebé nació cuando
Sergio navegaba de regreso, aguas al sur. Con el tiempo, mientras se iba
convirtiendo en un prócer de la nueva música de Brasil, Chico supo
también que el bebé se llamó Sergio, que el padre había tratado de
recuperarlo, que el tramiterío, en fin... El silencio familiar envolvió
el tema y aunque a veces, de manera lateral, “ese chico” sobrevolaba la
vida de los Buarque, el asunto había quedado en esa semipenumbra de las
cosas que no son del todo falsas ni del todo ciertas, aunque tal vez el
tema haya sido una de las espinas que pincharon cuando el padre murió y
ya no hubo nadie a quien preguntarle. Un hijo antes de tus hijos: nada.
En
2012 Chico Buarque empezó una novela basada en ese misterio. No el
cuento completo sino la idea de una búsqueda imposible. El libro se
llamaría –se llamó– El hermano alemán y empezaba con el hallazgo
de una carta firmada por una tal Anne Ernst. Fechada en diciembre de
1931 y escrita en alemán, cuenta que el chico se llama Sergio y cumple
un año y por ahora lleva el apellido de su madre.
Cuando Chico
Buarque les contó a sus hermanos que estaba escribiendo otra novela y
con qué asunto se metía, el mayor, Sergio, el que se había quedado en la
casa paterna, le dijo al pasar … “Ahh, sí, yo encontré unos documentos
en alemán que mamá había guardado …” Chico los hizo traducir y a toda
velocidad la editorial –Companhia das letras– puso a un par de personas a
seguir las pistas que esos documentos aportaban. Lo buscaron. Lo
encontraron. Encontraron al hermano alemán de Chico Buarque en Alemania
Oriental. Era cantante, como Chico, y periodista, como el padre. Tenía
una hija y varias ex mujeres. Y había muerto.
Finalmente la
novela, que acaba de salir aquí, terminó cruzando realidad y ficción. El
narrador es un adolescente que se llama Ciccio –¿Chico?– y tiene un
solo hermano, mayor, que se llama Mimmo y que es ganador y mujeriego. En
medio de la dictadura brasileña, Ciccio busca como loco a su hermano
alemán. Mucho de lo que cuenta lo inventó Chico, pero el libro reproduce
documentos reales y está dedicado “A Sergios”. Así, en plural.
Ahora
Chico Buarque suspira y sonríe con sonrisa de nene de 70 años y mira el
mar desde su casa en Leblon, en Río de Janeiro. Un noveno piso con un
enorme sillón blanco, un escritorio con una Mac contra la pared –como
colado en una habitación donde el amo es el piano– y muchas ventanas que
dan al morro y al mar. Ciento ochenta grados de mar. No es una mansión,
es en un edificio. Al hombre de seguridad de la puerta no se le mueve
una pestaña cuando una dice que va al noveno, pero con la palabra clave
“Chico Buarque” consulta, franquea el paso hacia el ascensor y no hace
falta ni tocar que él mismo abre la puerta, saluda con un beso, hace
café (fuerte), lo sirve, propone que yo elija el lugar de la entrevista.
Es el hombre que sintetizó carnaval y miseria en canciones como Vai passar
–“Y un día al final/ tenían derecho a una alegría fugaz/ una alentadora
epidemia/ que se llamaba carnaval”–, o el que hizo una fiesta que duele
con el erotismo femenino en O meu amor –“Cuando me roza la
nuca/Y casi me hace daño con la barba mal cortada/Y posa los muslos
entre mis muslos/Cuando se acuesta”. Este señor de ojos indescriptibles,
que suspira y sonríe y mira el mar y sirve café es Chico Buarque y está
acá para hablar de lo que lo alegra y de lo que lo hiere. A su
interlocutora, hay que decirlo, le tiemblan las piernas. Elegimos la
mesa.
–¿Cómo fue el impacto de la noticia, saber que tenía otro hermano?
–Tengo
la foto de ese día… Esperá –dice Chico, y se va y vuelve con una foto
en la que sonríen él, que es un nene, Tom Jobim, Vinicius de Moraes y un
hombre más grande, el poeta Manuel Bandeira–. Estábamos ahí, cervecita,
charlando y Manuel se puso a hablar de mi padre. “¿Cómo está Sergio?
Hace tanto que no lo veo… Eramos muy amigos, después se fue a Alemania,
tuvo aquel hijo… Así lo supe. Y yo: “¿Qué hijo en Alemania?”. Y Vinicius
me dice: “¿Cómo no lo sabés?”
–¿Vinicius sabía?
–Vinicius sabía.
–Es decir, él hablaba con sus amigos.
–Sí. Yo estoy casi seguro de que Bandeira escribió la carta en francés que mi padre mandó a Alemania… Esperá.
Las
cartas son, tan luego, los documentos que el hermano de Chico encontró
en la casa. Una tiene una foto, la de Anne Ernst con un bebé gordo. En
otra, Sergio Buarque de Holanda se da por enterado de que el bebé fue
entregado a un hospicio y ofrece llevarlo a Brasil o mantenerlo. En 1933
sube el nazismo en Alemania y poco después Sergio Buarque recibe una
carta en la que le avisan que el niño puede ser dado en adopción, que
hay una familia interesada, pero antes él debe enviar certificados de
nacimiento que prueben que es ario. La carta está dirigida a “Sergio de
Hollander” y termina “Heil Hitler!”. “Hollander” es un apellido judío.
Chico
va al escritorio; vuelve con un sobre amarillento y va sacando la
correspondencia entre su padre y el gobierno alemán. La pone en mis
manos.
–Fue entonces cuando empecé a imaginar a mi hermano en una cámara de gas. Si mi padre no había podido probar que no era judío…
–¿Cuándo quisiste saber?
–Mientras escribía el libro, que empecé en septiembre de 2012. Y en marzo de 2013 recibí los documentos.
–O sea, durante casi 50 años no pensaste en eso.
–No.
Me parecía una cosa imposible, distante –dice, y muestra la foto de la
mujer con el nene gordo–. Se ve que es verano, si nació en noviembre,
debe ser junio o mayo del 32. Al año siguiente lo dan en adopción, nunca
vamos a saber por qué. Para nosotros todo terminaba en que mi madre
había enviado los papeles para demostrar que no era judío. Lo que mandó,
en realidad, fueron los papeles de que mi padre y su madre habían sido
bautizados. Pero mi abuelo paterno era de Pernambuco, del interior, no
se sabía dónde estaban los documentos. Y después, en el bombardeo de
Berlín se perdió todo. Yo hablé de ello. La primera vez que fui a la
feria de Frankfurt, en 1998, dí entrevistas para periódicos alemanes y
dije: “Tengo un hermano alemán”. Pensaban que era una broma.
–¿Hablaste con los medios para que él se enterara?
–Si
mi hermano estaba vivo y quería saber quién era su padre y entrar en
contacto, no era difícil. Era como tirar una botella al mar. Pero yo no
sabía nada, ni que estaba en Alemania Oriental, por ejemplo … Ahí tal
vez las noticias no llegaran. Pero lo que pasó es que él estaba muerto
ya.
Sergio Günther murió en 1982, de un cáncer de pulmón, la misma
enfermedad que mató a su padre poco después. Había sido adoptado por la
familia de la que hablaba el ministerio alemán en la carta. Era un
veinteañero cuando supo su historia y cambió el nombre que le habían
dado los Günther (Horst) por el de Sergio.
–Trabajaba en diarios,
en la televisión, aunque vivía en Alemania Oriental, tenía acceso a la
información. Si hubiera querido, habría entrado en contacto –dice ahora
el hombre de ojos azules y no se entristece, sonríe: “No se sabe”, dirá
muchas veces.
Cuando sí supo, cuando llegaron los datos, Chico
voló a Berlín. Supo que su hermano se había separado de Monika, su
mujer, cuando su hija Kerstin tenía 10 años y que casi no la había
vuelto a ver. Supo que grabó algunos discos, que fue presentador en
televisión, que se fue con una mujer que se llamaba Kordula, quien nunca
aceptó comunicarse con él porque, a la muerte de Sergio, encontró
muchas mentiras, muchas mujeres más. [Acá se escucha una grabación del hermano alemán Sergio Günther , Columbia-Quartett Geisterfox DDR Amiga]
Supo que tenía la voz del padre, que fumaba cigarrillos negros como el
padre, que igual que el padre les cortaba el filtro antes de fumarlos y
que eso iba a matarlos a los dos. Supo que tenía otro sobrino, tal vez
de nombre Robert, cuyo rastro no apareció.
A Monika y Kerstin les preguntó, en una cena, si conocían esa canción que decía: “Zwei Apfelsinen im Haar / Und an der Hüfte Bananen”…, cuenta, y la canta (sí, es Chico Buarque y está cantando acá, cronista y entrevistado solos en su casa) con la música de A banda, esa de Pra ver a banda pasar, cantando coisas de amor.
La conocían, sí. La letra en alemán no tiene nada que ver con la que él
escribió, es un pastiche de elementos “latinoamericanos”, muy Carmen
Miranda, con frutas en la cabeza y bananas. [Acá el video de la versión alemana France Gall - A Banda (Zwei Apfelsinen im Haar) 1968]
Pero además, le cuentan, había otra versión. Una en que los alemanes
orientales parodiaban la escasez de frutas durante el comunismo y cómo
aparecían cada cuatro años, cuando había Congreso. Con la misma música,
decía: “Zwei Apfelsinen im Jahr und zum Parteitag Bananen/ das ganze Volk schreit Hurra — der Kommunismus ist da!” Es decir: “Dos naranjas por año y bananas para el congreso del partido. El pueblo entero grita ‘Viva, el comunismo llegó’”. [Acá un video de la versión paródica por Nina Queer - An der Hüfte Bananen]
–Les
pregunté: “¿Sergio Günther la sabía?” “¡Claro!”. Entonces de alguna
manera me conoció. Sólo faltaba que la hubiera grabado. Pero eso sería
demasiado.
–¿Y te gusta que la haya conocido?
–Sí, me gusta, es un contacto. El conoció esa canción y nunca supo que fue escrita por su hermano.
No
se le agota la sorpresa a Chico Buarque. La alegría de la familia
encontrada, cuando dice “mi sobrina” y dice que a la sobrina él le
devolvió una identidad y la cara se le hace risa. Ya viajó varias veces,
la sobrina ya fue a Brasil. Y sigue siendo un descubrimiento.
–Es
increíble. Un historiador brasileño residente en Berlín descubrió que
el matrimonio Günther tuvo un hijo adoptado, llamado Sergio que era… (se
ríe fuerte) ¡cantante! Es demasiado. Pero todo eso no me ayudó a
escribir el libro.
–¿Por qué decidiste ficcionalizar un tema tan íntimo?
–Porque
lo que me encantó fue la duda total sobre eso. La imposibilidad de
llegar, la búsqueda obsesiva sin grandes perspectivas de éxito. Era eso,
la búsqueda más que la llegada a la historia y una búsqueda sobre algo
que estaba en mi cabeza, que siempre me incomodó un poco.
–¿La Alemania nazi?
–Sí.
Estuve en Berlín, todavía con el Muro, en el Museo del Holocausto; he
leído sobre el tema. Es conmovedor para todos. Y cuando empecé a
escribir el libro yo sabía que mi hermano, fuera quien fuese, iba a
pasar por eso. Nació en el 31. Pasó la guerra de muchacho. Al final de
la guerra tenía catorce años. Independientemente de la historia real,
está lo que puede haber pasado ese niño en su infancia. ¿Fue hijo de
nazis? ¿El mismo fue nazi? ¿Fue un recluta de las Juventudes de Hitler
al final de la guerra? Todo eso era posible.
–El hermano alemán despliega muchas hipótesis. A veces lo ves como un soldado, a veces como una víctima.
–Hice
muchas hipótesis. La de la adopción aparece en el libro por
interferencias de lo real en la ficción. Aparece con la intromisión de
los documentos, porque yo no había imaginado eso.
–Vos lo imaginabas con su madre.
–Hasta
el final de la guerra lo imaginé con su madre. Si no hubiera muerto lo
imaginaba con su madre. Siempre lo imaginé Sergio Ernst. Fui a Berlín
con mi mujer de entonces y lo buscamos en la guía. Es muy común el
nombre. Y veía posibles hermanos. “Eh, Marieta, aquí está mi hermano.
¿Puede ser?” “Puede ser”. Había ese juego. Sin la menor expectativa real
de encontrarlo. Con eso ya tenía el material para el libro. Los
documentos me dieron elementos nuevos.
–Tu padre sabía. ¿Pudiste hablar con él de eso alguna vez?
–Mientras
escribía, me preguntaba por qué no le pregunté a él. O a mi madre. No
sé. No pregunté, mis hermanos tampoco. Y no era algo prohibido.
–¿Pero había alguna incomodidad?
–Sí, la había. Pero habría sido tan fácil… “¿Anne qué hacía? ¿Era una artista?” No pregunté nada, nada, nada.
–¿La incomodidad era porque él se fue cuando la criatura estaba por nacer ?
–Se
supone que volvió por razones profesionales pero podía haber esperado
un mes… Y había algo en una carta, que estaba aquí en la casa de Rui
Barbosa, que es un museo. Un amigo de mi padre le decía a otro: “Ah, el
que estuvo hoy conmigo fue Sergio, acaba de llegar de Alemania. ¿Sabés
que tuvo un asunto con una señorita y tuvo que huir?” Yo les pregunté
después a mis amigos alemanes qué podía ser. No es un crimen embarazar a
una mujer aunque sea soltera. Me dijeron: “No es un crimen a no ser que
sea una menor”. Pero no parece …
–El padre de la ficción es distante, está en lo suyo. ¿Tu padre era así?
—Era parecido. El personaje está muy inspirado en él. Una de mis hermanas era su predilecta: Ana.
–Justo, como Anne. Ay, ay ay.
–Ay,
ay, ay... Ana María sabe un poquito más que nosotros porque tenía mayor
intimidad con él, pero no mucho más. Según ella, mi padre nos dijo que
la muchacha alemana se llamaba Anne Marguerite para que mi madre no
supiera que era Ana María como ella.
–El padre de la ficción lee, toma y canta y la casa es una biblioteca.
—La
casa de la novela es muy parecida a mi casa paterna. En su escritorio
la ventana no se abría porque estaba cubierta de libros. Era un
intelectual, un bohemio, le gustaba mucho leer y escribir, cantaba. Le
gustaba mucho mucho la música. Eso está en la sangre. No es casualidad
que Sergio Günther haya sido cantante. Yo pensaba: “tengo un hermano que
no sabe nada de nosotros y puede ser tornero mecánico, puede ser
cualquier cosa”, pero no, era cantante. Increíble.
–¿Tenés grabaciones de él?
–¡¡¡Sí!!! Una voz muy grave, parecida a la de mi padre –dice, y la imita, el chico de 70 pone la voz del padre–. Y canta bien.
–Hay
una especie de final feliz, en el libro y en la vida, cuando lo
encuentran. Pero está muerto. ¿No es también un dolor, una decepción?
–No
hubo tiempo para la decepción porque no pensaba siquiera encontrarlo.
Sí, tu hermano vivió y se murió a los 50 años. Siempre estuvo muerto
para mí. Pero si hubiera pensado en eso 30 años antes, podría haber
buscado. Podría haberlo encontrado. Yo era un artista, fui a cantar a
Europa. Cantaba, podía haber pasado por Berlín oriental, yo podría haber
cantado en un programa de televisión y ser presentado por mi hermano,
¡y nada hubiera sabido!
–Pero él sabía que se llamaba Sergio.
–Yo
sabía que tenía un hermano, podría haberme acercado a mi padre y
preguntado. Podría haberle dicho “Sergio, contame todo de eso”.
–¿Y te molesta no haberlo hecho?
–Un poquito.
Entre la novela y los himnos
Buarque sintetizador. Sus obras de teatro, novelas y participaciones
cinematográficas son piezas logradas y, en algunos casos, tan conocidas
como sus populares canciones.
Ejemplo de la formidable convergencia artística que se dio en el
Brasil hacia fines de los años sesenta, cuando artes dispares y
disímiles tomaron préstamos e inspiraciones unas de las otras para poner
en escena una cultura en ebullición, donde se trastocaron y desbordaron
todos los límites institucionales y comportamentales, la obra de Chico
Buarque de Hollanda se desliza con sorprendente facilidad desde la
música popular hacia la literatura, el cine y el teatro.
Se lo
reconoce principalmente como uno de los músicos más importantes de ese
movimiento, que durante las décadas de 1960 y 1970 tomó las raíces del
samba aggiornadas por la bossa nova para provocar el estallido de
eclecticismo rítmico y melódico que se definió con las equívocas siglas
de MPB (Música Popular Brasileira). Sin embargo, lo cierto es que sus
obras de teatro, novelas y participaciones en cine resultan piezas tan
bien acabadas –y en algunos casos, tan conocidas– como sus mismas
canciones.
Esa misma capacidad multifacética convierte a músicas,
novelas u obras de teatro en torbellinos donde se encuentran, con rara
felicidad, técnicas y procedimientos provenientes de las más diversas
artes. No es extraño por eso que sus canciones hayan sido consideradas
–como las de otros músicos brasileños de la misma generación, como
Caetano Veloso– en un pie de igualdad junto a las composiciones de los
mejores poetas brasileños. Si algunas de sus canciones han inspirado
escenas cinematográficas, son también muchas las composiciones en las
que una mirada rápida descubre exquisitos montajes puramente
cinematográficos de intensa cualidad visual, como Bye Bye Brazi l, por poner un ejemplo.
Del
mismo modo, sus novelas se ven impelidas por una cierta cualidad
musical que empuja el discurso en un torrente narrativo –sobrepasando
tramas y construcción de personajes– a la que, creo, deben su éxito.
Según Vinicius de Moraes, Chico Buarque habría logrado la perfecta unión
entre la cultura popular y la cultura erudita, una de las obsesiones de
la cultura brasileña, por siglos ya.
En todas estas actuaciones,
la impresionante capacidad de Chico para absorber –y discutir y
polemizar– problemáticas históricas, sociales y políticas convierten
muchas de sus obras en un retrato resquebrajado –a menudo sumamente
crítico– del Brasil contemporáneo. De allí que canciones como A pesar de você o Cálice se hayan convertido en himnos de protesta frente a la dictadura militar, o que Iracema vou
pueda ser leída como una de las mejores expresiones de los traumas de
los migrantes brasileños expulsados del país por la situación económica.
También esa ambición histórica se manifiesta en su última novela, El hermano alemán
. Aquí, la combinación de una historia personal y autobiográfica con un
esfuerzo denodado por la reconstrucción histórica –quizás demasiado
rápida y esquemática– coloca los años de la dictadura brasileña en
contrapunto con la época del nazismo en Alemania. La novela sigue la
historia, efectivamente investigada gracias a la ayuda de varios
historiadores, de la búsqueda de un hijo secreto de su propio padre,
Sérgio Buarque de Hollanda, célebre historiador y autor de un clásico
brasileño de la estirpe de Casa Grande y Senzala, Raízes do Brasil
. La historia, apenas levemente tergiversada por una pátina ficcional
que sólo trastoca parcialmente nombres y situaciones, junto con la
reproducción facsimilar de algunos documentos, cartas y fotografías,
hace de este libro un instrumento sorprendente para explorar ya no sólo
la historia del Brasil y los comportamientos de sus clases pudientes,
sino también un modo de narrar la manera en que esa historia se inserta
nítidamente en una trama internacional.
Florencia Garramuño es directora del Programa de cultura brasileña de la Universidad de San Andrés.
Huellas políticas
Hay desaparecidos en “El hermano alemán”. Hay torturas
terribles. Algunas, dice él, tomadas de las torturas medievales. Otras
son autóctonas, como el Pau de arará, donde se colgaba a la víctima de
un palo transversal, con las manos atadas a los tobillos.
La
narración ocurre en los 60 y los 70, ese narrador que va creciendo no
tiene más remedio que vivir donde vive y en la escuela, en la
universidad, la política hierve y la represión se hace sentir.
Hay lugar para que un personaje dé clases porque hay docentes que se
exilian en Chile. Y en algún momento, matan a alguien en la calle, la
sangre queda en el asfalto y en un rato las ruedas de los autos la van
borrando, alguien habla de fútbol, todo vuelve a la normalidad, como en
una canción de Chico Buarque.
Uno de los personajes es una
argentina, montonera, que llega con regalos y cajas de Havanna. ¿Una
montonera con alfajores? “Los regalos son para disimular, en realidad
trae correspondencia de exiliados brasileños”, explica Chico. “Yo mismo,
cuando estuve en la Argentina, traje noticias de exiliados. Era todo en
código: ‘Busca a Gazzaneo, que trabaja en el periódico Jornal do Brasil
y dile que papá llegó y está bien en Córdoba’. Qué era papá, qué era
Córdoba, yo no lo sabía. Si me agarraban me mataban, no sabía el código.
Ese fue el caso de mucha gente y pasó principalmente con exiliados
políticos en Chile. Eso podía implicar cárcel, prisión, tortura…”