La
reedición de varios de sus títulos, emprendida por Babel, acerca a
nuevos lectores a las historias de un autor icónico en la literatura
infantil
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Ilustraciones: Ivar Da Coll./elespectador.com |
“Al despertar, Horacio se acuerda de Úrsula, que cumplió años hace poco.
En una canasta, empaca algunas frutas y se va de prisa a casa de su
amiga, antes de que cumpla más años”.
Luego se encuentra con Úrsula y
le da la canasta diciendo “es por tu cumpleaños, que todos olvidamos”.
Ya sola, ella se acuerda de que Eulalia también estuvo de cumpleaños
hace poco y a las frutas en la canasta suma huevos. Eulalia recibe su
regalo y recuerda el cumpleaños de Camila: la canasta crece, pues ahora
tiene crema, leche y mantequilla.
La canasta continúa creciendo,
pues a Camila se le olvidó el cumpleaños de Ananías y éste luego se
acuerda de que Eusebio también cumplió años hace poco. Para este punto,
la canasta, en manos de Eusebio, tiene huevos, mantequilla, crema,
azúcar y frascos de compota de fruta, pues las frutas se han maltratado
desde que Horacio las metió en primer lugar para dárselas a Úrsula.
Ananías,
un pato, encuentra a su buen amigo Eusebio, un tigre, “peinándose los
bigotes. Se dan un fuerte abrazo. ‘Es por tu cumpleaños, que todos
olvidamos’”, le dice mientras le ofrece la canasta. Y el ciclo comienza
de nuevo. O no.
“Hablando de cumpleaños, Eusebio no se acuerda de
nadie. ‘Haré una torta de cumpleaños’. Va a la cocina y se acomoda el
delantal”.
Eusebio y Ananías están ocupados esta vez con la
hechura de una torta de cumpleaños, pero algunos quizá los recuerden por
sus discusiones en medio de la noche acerca de los terrores de la
oscuridad en un relato que, publicado por primera vez en 1990, vuelve a
ver la luz en un bello formato editado por Babel Libros, poblado con
nuevas ilustraciones de Ivar Da Coll, uno de los autores de literatura
infantil más relevantes del país y, tal vez, del continente (el año
pasado recibió el Premio Iberoamericano SM en esta materia).
En
Tengo miedo, Eusebio se ve mortificado por los monstruos “que escupen
fuego, los que se esconden en lugares oscuros y sólo dejan ver sus ojos
brillantes, los que vuelan en escoba y tienen una verruga en la nariz,
los que tienen colmillos, los que son blancos, muy blancos, tan blancos
que parecen transparentes, los que tienen cuernos”. Ananías, con
proverbial sabiduría, lo consuela en medio de la noche, mientras sus
ojos aún están llenecitos de sueño, al decirle que “ellos también deben
lavarse los dientes antes de ir a dormir. A veces no les gusta la sopa.
Se bañan bien con agua y jabón. Les da miedo cuando sale el sol”.
En
los libros de Da Coll habitan criaturas fantásticamente cotidianas,
cuyos días transcurren entre lo extraordinario de lo común y corriente,
como el chigüiro que casualmente encuentra un lápiz y dibuja una
bicicleta para montarla y después traza un helado para comerlo y al
final del día, cansado, colorea una cama y duerme en ella (Chigüiro y el
lápiz, de la serie de seis libros aparecidos por primera vez en Norma
en 1985 y reeditados por Babel en 2005).
Sus historias están
pobladas por asuntos como la suposición, acaso obvia, algo macabra, de
qué pasaría si las “ranas fueran tan grandes como los niños y los niños
tan grandes como las ranas”. En esa inversión de papeles los niños croan
en un pantano y las ranas van a la escuela y la maestra les pide a sus
anfibios alumnos que atrapen niños y los traigan a la clase para
disecarlos. No, no es crueldad en el relato. Pero acaso sí algo cercano a
una inocente malicia que, entre la risa y el asombro, logra que la
historia resulte entrañable. “Bueno, y no continuemos suponiendo porque
supongo que esta historia tendría un final fatal”, dice el final de
Supongamos, otro libro que, publicado originalmente en 1990, también
acaba de ser reeditado por Babel, junto con Historias de Eusebio (que
contiene Torta de cumpleaños, Garabato y Tengo miedo), además de ¡No, no
fui yo!
La imaginación de Da Coll es fértil, con al menos 30
títulos con su nombre, entre nuevos libros y reediciones. Aunque esta
fertilidad no se traduce sólo en un asunto de cantidad, no se trata
únicamente de una larga lista de proyectos, en los que oficia como autor
e ilustrador, sino en los varios estilos que cubren sus trazos, en las
múltiples temáticas que abarcan sus textos, incluso cuando se trata de
las mismas historias.
Por ejemplo, la edición de 2012 de Tengo
miedo difiere drásticamente en el enfoque, tanto de la narrativa como
del aspecto visual. Aquí los miedos se presentan en una forma que guarda
varias similitudes y paralelos con el conflicto colombiano, en vez de
ser cálidas representaciones de personajes de por sí adorables; aquí,
Ananías no calma a Eusebio humanizando sus temores (acaso trivializando
los horrores de la noche), sino destapando la verdadera monstruosidad de
su naturaleza porque ellos, los monstruos, “no pueden estar juntos como
los buenos amigos. Siempre quieren ganar, aunque sea con trampa. Para
ellos no hay tranquilidad”.
Los libros de Da Coll se antojan tan
versátiles como bellos. La reedición de sus títulos quizá pueda acercar
nuevas generaciones de lectores (que no necesariamente son niños) a una
serie de historias que, a veces a través de la contradicción y la
paradoja, despliegan una sencillez muy particular en el amplio mundo de
la llamada literatura infantil.