Si hubiese que definir con un término el pensamiento del
filósofo Pierre Levy probablemente sería el de “responsabilidad humana”.
Y aunque esto suene ambiguo en un teórico dedicado a investigar el
impacto de Internet en las sociedades actuales, cuando se bucea en sus
textos, se comprende cómo este concepto se imbrica con su proyecto
cibernético. Invitado por la Unipe (Universidad Pedagógica) y su
laboratorio de formación e investigación en nuevas tecnologías
informáticas (LabTic) Levy ahonda en las maneras en las cuales el
potencial humano puede desarrollarse a partir de un uso responsable de
las nuevas tecnologías. El concepto de inteligencia colectiva describe
ese estado actual en el que las personas –a nivel global– crean
contenidos, los procesan, los analizan y los transforman. Esta confianza
se sostiene además en la posibilidad de crear un nuevo lenguaje que
permita construir sentidos comunes a partir de una nueva gramática: El
proyecto IEML (Information Economy Meta Language) –que lidera– se
describe como la posibilidad de crear entornos semánticos compatibles
con la experiencia humana colectiva actual. Sin embargo, es evidente que
esta mirada optimista sobre la relación hombre/máquina se enfrenta con
la desigualdad social –y en consecuencia la diferencia en el acceso a la
información– y con lo insondable de la mente que opaca los procesos del
pensamiento a la hora de la tabulación y clasificación de datos. Sobre
estos temas Pierre Levy ofreció su conferencia “Veinte años de
inteligencia colectiva” en la Fundación Osde y luego fundamentó su
teoría en esta entrevista.
–¿Cree que los sistemas informáticos brindan nuevas herramientas para el análisis de los productos culturales?–No
creo que estas herramientas constituyan una nueva disciplina, más bien
instauran una nueva metodología en el campo ya conocido de las ciencias
sociales y humanas. Tengamos en cuenta que estas ciencias han usado la
estadística desde el siglo XIX. Esto no es nuevo, sólo que la
computadora facilita el análisis de los procesos estadísticos porque los
automatiza. Desde una perspectiva general no podemos negar que ahora
todos los materiales de la cultura pueden ser apropiados, grabados, y
etiquetados por cualquier usuario y a la vez, reutilizados y
transformados en tiempo real por muchísimas personas. La novedad es que
ahora las herramientas de investigación son más fáciles de usar y hay un
mejor y mayor acceso a ellas. Por otro lado la misma universidad
comenzó a formar estudiantes para que pudieran hacer uso de estas
tecnologías aplicadas al análisis de la cultura. Hoy hay maestrías en
“Herramientas digitales para el análisis de las ciencias sociales”. Sin
embargo, así como no existe una asignatura que se llame “Estudios
humanos tipográficos”–porque son nuestras herramientas actuales– tal vez
en veinte años no vamos a hablar más de herramientas digitales. En ese
sentido, referirse a una cultura digital aplicada a la cultura es un
modo contingente de abordar el análisis de los procesos culturales.
–En
función de esta lógica se podrían pensar estas herramientas digitales
como parte de la misma serie en la cual están inscriptas las
lingüísticas y las tipográficas. Sin embargo, ¿cuál es la diferencia de
estos sistemas?–La principal diferencia es la construcción
colectiva del conocimiento. En la actualidad es mucho más fácil acceder
al análisis y circulación porque millones de personas participan de esta
construcción y la visualizan, escriben, reformulan, discuten. Esto no
hubiese sido posible antes. La colaboración colectiva siempre existió,
lo que cambia es la escala y la velocidad en la circulación de la
información. Ahora existe un mayor potencial de transformación. Las
máquinas no se usan sólo para reproducir, sino que generan datos de
manera autónoma. Hay dos aspectos que se destacan en esta era: la escala
en la colaboración y la habilidad de las máquinas para transformar y no
sólo reproducir.
–¿Qué puentes puede trazar entre el pensamiento crítico y este sistema de inteligencia colectiva/reflexiva?–El
pensamiento crítico siempre ha sido un aspecto importante en la
historia de la humanidad, sin embargo creo que hoy es mucho más
relevante. En el pasado existía el periodista o el profesor que
establecían los grandes temas sociales, filtraban la información, la
procesaban, editaban y luego la exponían ante las audiencias. Sin
embargo ahora todos tenemos acceso a la información sin mediaciones.
Podemos tomar mejores decisiones y más rápidamente. La particularidad
del pensamiento crítico actual es que se basa en elecciones sustentadas
en un real acceso a la información y esto es así porque lo que se han
multiplicado son las fuentes de acceso que también analizamos y
discutimos. Incluso podemos inferir la agenda de cada medio. Sabemos
dónde están parados, desde qué lugar dicen lo que dicen, entendemos por
qué usan términos específicos, sabemos cuáles son sus intereses. El
pensamiento crítico debería estar capacitado para hacer todas esas
preguntas y no olvidar que todo el flujo de datos e información parte de
una fuente específica con contenidos e intereses determinados. Las
personas están capacitadas para pensar por sí mismas. Yo enseño eso a
mis alumnos: “no crean en los periodistas, tienen que pensar por sí
mismos para poder decidir”. Como formadores de opinión, en la
universidad o en los medios tenemos la responsabilidad de transmitir
esta idea.
–Existen diferentes teorías sostenidas desde la
ficción, pero también desde la ciencia, que creen en la posibilidad de
construir máquinas autónomas, independientes de la voluntad del hombre.
¿Qué piensa sobre ellas?–Yo no creo en una tecnología autónoma.
Las máquinas no pueden pensar por su cuenta. Es más realista pensar que
son las personas las que pueden pensar por su cuenta, aunque no sean
conscientes de eso. No podría apoyar esas visiones catastróficas donde
las máquinas despiertan para invadir el mundo porque aunque ellas sean
cada vez más sofisticadas y puedan resolver muchos problemas, nunca
serán autónomas. Aunque hayan sido construidas con tecnología de punta,
después de un tiempo alguna parte del sistema comenzará a colapsar.
Tampoco estoy de acuerdo con los que sostienen que la inteligencia
artificial puede desarrollarse de manera similar a la humana, como si
fuera la de un bebé que se convierte en adulto. La máquina no puede
compararse con el saber humano. Podrá igualar nuestra memoria, nuestra
habilidad para procesar datos, nuestra imaginación, estimularnos, pero
nunca igualará la conciencia humana. De manera que se transforma en una
buena herramienta para colaborar pero sin autonomía. Reconozco que las
particularidades de los algoritmos para analizar comportamientos y
tendencias son cada vez más sofisticadas y crean nuevos campos de acción
pero nunca el de la autonomía. Se puede aumentar la tecnología
intelectual, la colaboración, la memoria colectiva, pero no hacer
computadoras más inteligentes que el hombre. Ni el software, ni la
tecnología son los inteligentes, sino los hombres que diseñaron estos
programas.
–¿Cómo se concilia este optimismo en la relación
entre hombre y máquina con las diferencias sociales, económicas y
simbólicas que existen hoy? No todos tienen el mismo acceso a la
tecnología y a su uso colaborativo.–No creo que este sea el
principal problema. Hace veinte años, sólo el 1% de la población estaba
conectada, hoy más del 40%, mañana será más del 50%. El verdadero
problema es educar. Soy profesor, trabajo enseñando esas habilidades
técnicas y culturales. Lo primero que debemos hacer es ayudar a nuestros
estudiantes a hacer el mejor uso de todas estas herramientas. Facebook
puede usarse para mandar las fotos de una fiesta. También se puede armar
un grupo y organizar, colaborar, extender los materiales, la
información, trabajar juntos en un proyecto. El punto es saber hacia
dónde orientar la acción. Yo no soy utópico, soy optimista. Un utópico
piensa que todos los problemas serán resueltos si la gente adopta un
tipo de sistema político. Yo no creo que resolveremos todos los
problemas si estamos conectados porque seguramente los problemas
sociales, políticos y económicos subsistirán. La diferencia es que la
conexión y el buen uso de las herramientas empoderan y traen nuevas
oportunidades de acción.
–¿Qué piensa de los movimientos
políticos surgidos en los últimos años en la red; cree que pueden
transformar el ejercicio de la política?–Estos partidos son una
realidad. La gente usa los medios sociales para organizar protestas.
Pero por ahora no puedo predecir cuáles serán los efectos a largo plazo,
sólo observo. Pero sí destaco que su principal ventaja es la libertad
de expresión. Escribir un blog, una columna de opinión, cualquier cosa
que uno quiera expresar es posible en la red. Se amplían las
posibilidades de deliberar así como las posibilidades de discutir más
allá de la tv o los diarios. De modo que si tenemos en cuenta estos tres
aspectos: mayor libertad de expresión, más opciones abiertas de
deliberación, y una plataforma para la acción, estos movimientos
claramente marcan un avance en la construcción de una inteligencia
global.
–En función de esa construcción de inteligencia colectiva, ¿podría señalar los aspectos principales del lenguaje ILMS?–El
proyec to del ILMS debe pensarse como un ecosistema: un grupo de gente
que trabaja junta y cultiva ideas para crear sistemas complejos, luego
redefine esos ecosistemas que ha creado para que sean accesibles, para
que puedan ser traducidos en diferentes idiomas. Este lenguaje describe
la habilidad de organizar y pensar nuevas cosas de manera autónoma pero
sólo si se han cultivado, si se han pensado. A partir de eso se crea el
algoritmo básico, más precisamente, se convierte ese cultivo en sistemas
semánticos computarizados. Son ideas conceptuales, no sólo un compendio
de ideas cuantitativamente agrupadas.
–La colaboración en red
es un aspecto optimista del uso de las tecnologías. Pero, ¿qué podría
decir de quienes sostienen que su uso también provoca mayor impaciencia,
procastinación o imposibilidad para concentrarse en una sola acción? O
peor aún, que produce aislamiento. Un ejemplo claro sería el cibersexo.–Yo
no acusaría a la tecnología sino a las personas, a su responsabilidad.
Si uno está en una clase, una conferencia y en lugar de escuchar al
otro, mira un partido de fútbol, es un problema propio, no de la
tecnología. La mitad de mis alumnos lo hacen, pero no puedo llamarles la
atención, son adultos responsables. Yo trato de salir de ese discurso
impartido por los medios. Como decía antes, Facebook y Twitter pueden
ser lugares donde sólo se intercambian tonterías y se repiten eslóganes
pero también se puede seguir a expertos, científicos, leer sus trabajos,
comprobar que en la red la gente se lee, se escucha, no se insulta. Y
por supuesto que creo que su uso ha cambiado las mentes de las personas,
pero de la misma manera que la comunicación mediática había producido
su propia revolución perceptiva. Ahora tenemos a nuestra disposición un
cúmulo de información que hemos creado juntos, y en el futuro debemos
seguir desarrollando el poder de la computadora y analizar esos datos.
Estamos al comienzo de esa revolución. Y si seguimos desarrollando estas
técnicas vamos a lograr entender el funcionamiento de la mente humana,
así como Galileo permitió entender el funcionamiento del cosmos, aunque
por ahora no tengamos muchas pistas. La mente humana no está en el
cerebro, sino en la cultura, los libros, el arte, el comportamiento
colectivo. En el futuro deberíamos ser capaces de entender, analizar,
probar. Esta será la gran revolución. Soy muy optimista con respecto a
ello.
–En ciencia la pregunta más interesante es sobre las
cosas que no sabemos, ¿cuáles son sus cuentas pendientes en el campo de
Internet?–No sabemos mucho acerca del sentido, sólo
podemos dar cuenta de conexiones, de flujos, de cantidades, pero el
significado es muy complicado en un sentido filosófico. Es opaco. No es
semánticamente transferible. Hace mucho yo escribí sobre el arte como
esa posibilidad de expansión, sin embargo, ahora es un lugar común. La
música, por ejemplo, hoy en día es pura técnica y cualquier músico la
puede reproducir. Las computadoras y la rápida comunicación han copado
todas las posibilidades de creación, de hallar un sentido extra. Lo
mismo sucede con los dibujos animados. En la época de Walt Disney se
dibujaba a mano pero hoy se hace de manera automática, es un programa,
entonces no es más revolucionario, es parte de la práctica cotidiana. No
creo que el sentido pueda encontrarse fácilmente, por lo menos no en
las herramientas que tenemos a mano. La pregunta por el gusto persiste,
qué es bueno, qué es interesante. Ese es un problema de la filosofía o
de la cultura y no de las máquinas. ¿Qué es lo que realmente anima de
verdad al pensamiento musical?, ¿al interés en un texto literario? Todas
esas cosas no dependen de la tecnología. La pregunta estética no
desaparece porque existan computadoras. Nuevamente, la responsabilidad
por la creación es humana.