Las
figuras retóricas que florecen en la poesía desafían algunas regiones
del cerebro, mucho más de lo que puede hacerlo la narrativa (novelas y
relatos) o incluso el cine, con sus impresionantes efectos visuales
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La lectura de poesía produce imágenes nuevas en en el cerebro./palmiguía.com |
A nuestro cerebro le gustan las figuras retóricas, en especial, aquellas que estimulan el área frontal.
Basta un sencillo oxímoron, es decir, dos palabras con significado
opuesto que al unirse originan lo imposible, por ejemplo: "nieve negra",
"agua seca" o "ruidoso silencio", para que el área frontal de nuestro
cerebro se regocije como un niño que recibe un regalo inesperado.
La poesía, cuando es buena y abunda en figuras literarias, genera un tipo de actividad cerebral única.
El Basque Center on Cognition, Brain and Language, de San Sebastián
(España), realizó un interesante estudio al respecto de la poesía y su
influencia en el cerebro.
Al parecer, nuestro cerebro presta especial atención a algunas
figuras literarias, desde luego, no todas tan felices como las que
transitan el hecho poético. A menudo una frase o un aforismo logran el
mismo efecto.
A nuestro cerebro le gusta la poesía por una razón muy simple: para
procesar la información de un oxímoron o de una metáfora el cerebro
utiliza más recursos de lo habitual, por ejemplo, que los empleados para
descifrar un letrero publicitario.
En cierta forma podemos decir que la poesía nos ayuda a pensar más y mejor.
Ahora bien, la poesía estimula al cerebro más y mejor que las
imágenes, justamente porque en muchos casos debe procesar datos que no
existen, por ejemplo, aquella "nieve negra", que citábamos
anteriormente.
Alguien podrá decir que en muchas películas se ven cosas que no
existen, lo cual es cierto, pero no para el cerebro. Lo que captan
nuestros ojos, aún en una pantalla de cine, nunca desafía a nuestro
cerebro, precisamente porque lo visual no puede ser una abstracción.
Si pintamos en un cuadro aquella "nieve negra", nuestro cerebro la
admitirá como una rareza, es cierto, pero una rareza real. Sin embargo,
el cerebro necesita esforzarse para procesar las grandes abstracciones
que proceden de las figuras retóricas, porque éstas no existen ni
provienen del registro visual.
El experimento realizado consistió básicamente en la medición de la
reacción y la actividad cerebral de la parte frontal (íntimamente
relacionada con el lenguaje) cuando los sujetos investigados leían
cuatro expresiones distintas: una incorrecta, otra neutra y dos figuras
literarias: un oxímoron y un pleonasmo; éste último, un vocablo
superfluo que se utiliza para añadir expresividad.
Las expresiones eran las siguientes:
- "Monstruo geográfico" (incorrecta).
- "Monstruo solitario" (neutra).
- "Monstruo hermoso" (oxímoron).
- "Monstruo horrible" (pleonasmo).
De los encefalogramas realizados sobre los individuos mientras leían
estas expresiones se desprende que la expresión neutral (monstruo
solitario) es la que menos recursos cerebrales consume para procesarse,
con 300 milisegundos de reacción luego de percibirla.
La tercera es la expresión incorrecta (monstruo geográfico), con 400
milisegundos de tiempo de respuesta. El pleonasmo se lleva el segundo
puesto (monstruo horrible), con 450 milisegundos. Y el oxímoron
(monstruo hermoso) venció a las demás al obtener 500 milisegundos de
respuesta.
Como queda demostrado en este experimento, no es necesario conocer de
poesía o siquiera estar familiarizado con la estructura de una figura
retórica para que el cerebro la disfrute.
La expresión neutral (monstruo solitario) no exige en absoluto al
cerebro, de modo que su tiempo de respuesta es el normal; la expresión
incorrecta (monstruo geográfico) fatiga ligeramente a nuestro cerebro,
que detecta en su estructura algo equivocado; el pleonasmo (monstruo
horrible) sigue esta misma línea, ya que el cerebro parece trabarse un
poco frente a lo redundante; y el oxímoron (monstruo hermoso) logra
obtener de él su máxima atención y, por lo tanto, un tiempo de respuesta
más prolongado en el área frontal.
Y no solo eso, las figuras retóricas que florecen en la poesía
desafían otras regiones del cerebro, mucho más de lo que puede hacerlo
la narrativa (novelas y relatos) o incluso el cine, con sus
impresionantes efectos visuales.
El secreto de la poesía reside en que su lectura activa
simultáneamente las conexiones del área frontal del cerebro y el
hipocampo, ambas implicadas en el procesamiento del significado.
En cualquier caso, la poesía parece ser un excelente ejercicio para
nuestro cerebro, y lo que es aún mejor, un ejercicio que genera hábito.
Después de leer Las flores del mal (Les fleurs du mal),
de Baudelaire, por ejemplo, nuestro cerebro reduce su tiempo de
respuesta frente a ciertas figuras retóricas que ya conoce, de modo que
no puede ser fácilmente estimulado con material de menor calidad.