J. M. Coetzee: ¿Cuáles son las cualidades de un buen relato (un
relato verosímil, convincente incluso)? Cuando cuento a otras personas
el relato de mi vida –más importante aún, cuando me lo cuento a mí
mismo–, ¿qué debería hacer? ¿Debería tratar de producir un artefacto
bien armado, sobrevolando rápidamente las épocas en que no ocurrió nada,
destacando el dramatismo de los momentos ricos en acontecimientos,
dándole al relato una forma, generando expectativas y suspenso? ¿O
debería, por el contrario, mantenerme neutral, objetivo, tratando de
apegarme a un tipo de verdad acorde con los criterios de un tribunal: la
verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? ¿Qué relación tengo
con la historia de mi vida? ¿Soy su autor consciente o debo concebirme
como una mera voz que enuncia con la menor interferencia posible una
sucesión de palabras que brotan de mi interior? Sobre todo, dada la
riqueza del material que atesora mi memoria, el material de una vida
entera, ¿qué debería omitir, teniendo en cuenta la advertencia de Freud
de que lo que omita sin siquiera pensarlo (es decir, sin pensarlo
conscientemente) tal vez sea la clave de la verdad más profunda acerca
de mí mismo? Desde el punto de vista lógico, ¿es posible que yo sepa qué
es lo que omito sin siquiera pensar en ello?
Arabella Kurtz:
Creo que la tarea del psicoanálisis es tratar de decir la verdad más
profunda o, menos pretenciosa y más precisamente, tratar de analizar las
resistencias que se oponen a decirla, de modo que la historia del
individuo emerja del modo más pleno, coherente y comprometido posible en
cada momento: porque el proceso es permanente, la historia cambia sin
cesar. El relato verdadero que uno puede contar en la infancia puede ser
distinto del relato que podría contar en la adolescencia o en la edad
adulta sobre las mismas experiencias, y así sucesivamente. Freud propuso
el método de la asociación libre para obtener acceso a la experiencia
inconsciente en el consultorio pero, en mi experiencia, el método no
funciona como la gente espera. Se invita al paciente a hablar tan
libremente como pueda, sin prestar atención a las normas sociales ni
detenerse en cumplidos pero, por lo general, lo que el paciente descubre
es hasta qué punto la expresión libre está limitada, incluso en la
intimidad de su mente. Ese método permite ver cómo funcionan las
defensas del individuo y también permite analizar la resistencia, tarea
fundamental en la mayoría de los tratamientos. Una manera de pensar el
psicoanálisis es concebirlo como un procedimiento para liberar la
imaginación narrativa o autobiográfica. Si lo pensamos así, es posible
que un escritor como usted pueda aportar algo sobre la forma que toma la
narración en el consultorio.
JMC: Bien. Voy a formular entonces
una pregunta que me ronda desde hace algún tiempo. ¿Qué la mueve a
usted, como terapeuta, a desear que el paciente afronte la verdad acerca
de sí mismo, en lugar de colaborar con una historia o ser cómplice de
ella –una ficción, digamos, pero una ficción que empodera–, un relato
que lo haría sentir bien, suficientemente bien para salir al mundo con
mayor capacidad de amar y de trabajar? Plantearé la pregunta de una
manera más radical: ¿acaso todas las autobiografías, todos los relatos
de vida, no son ficciones, al menos en el sentido de que son
construcciones (“ficción” proviene del latín fingere , que
significa moldear o dar forma a algo)? Lo que sostengo no es que la
autobiografía sea libre, en el sentido de podamos inventar la historia
de nuestra vida como nos plazca. Más bien sostengo que al armar nuestra
autobiografía ejercemos la misma libertad que tenemos en los sueños, en
los que imponemos a los elementos una realidad recordada, una forma
narrativa que nos es propia, aun cuando suframos la influencia de
fuerzas oscuras para nosotros mismos. Como sabemos ambos, hay ciertos
tipos de terapias de autoayuda que tienen como meta conseguir que el
sujeto se sienta bien consigo mismo, y que suelen quitarle importancia
al criterio de verdad si la verdad es demasiado difícil de manejar.
Solemos menospreciar esas terapias. Decimos que la cura que producen es
sólo aparente, que tarde o temprano el sujeto se estrellará de nuevo
contra la realidad. Pero ¿sucedería lo mismo si, por obra de algún tipo
de consenso social, acordáramos no agitar las olas sino apoyarnos
mutuamente en nuestras fantasías, como sucede en algunos grupos
terapéuticos? En tal caso, no habría una realidad contra la cual el
paciente acabaría por estrellarse. En nuestra cultura liberal
postreligiosa, acostumbramos pensar que la imaginación narrativa es una
fuerza interna provechosa. Pero hay otra forma de verla, que se
fundamenta en la experiencia de cómo funcionan las narraciones sobre uno
mismo en la vida de mucha gente: como una facultad que utilizamos para
elaborar para nosotros mismos y para nuestro círculo la historia que nos
calza mejor, un relato que justifica nuestra conducta pretérita y
actual, una historia en la que, por lo general, nosotros estamos en lo
cierto y los demás están equivocados. Cuando esa narración choca
ostensiblemente con la realidad, con cómo son las cosas realmente, los
que observamos llegamos a la conclusión de que el sujeto se engaña, de
que la verdad-para-sí producida por la imaginación del sujeto está en
conflicto con la verdad real. Entonces, ¿no tiene el terapeuta la
obligación de hacer comprender al paciente que no es libre de inventar
su historia de vida, que inventar historias sobre nosotros mismos puede
tener consecuencias graves en el mundo real?
AK: Sin embargo, una
narración de vida que esté exclusivamente al servicio propio, tal como
la que usted describe, sería tan endeble, tan frágil que se desmoronaría
por sí sola. Uno podría describir la actividad del psicoanálisis como
una combinación de escucha atenta y comentarios selectivos sobre los
aspectos de un relato de vida que no parecen convincentes, o que parecen
sugerir la posibilidad de una historia subyacente más convincente. A
eso me refería cuando dije que la meta del psicoanálisis es liberar la
imaginación narrativa. Quiero preguntarle a usted, en su calidad de
escritor, si esta idea de descubrir una narración más verdadera mediante
la elaboración de narraciones-máscara ¿le suscita algún eco? Y digo
“más verdadera” en el sentido de una verdad poética o emocional: cuando
algo es fiel a sí mismo, internamente coherente y también está en
correspondencia con las cosas externas, aunque no necesariamente de una
manera transparente o directa. Lo que los escritores saben –y los
psicoterapeutas pueden aprender de ellos, me parece– es que la mejor
manera de aproximarse a algo verdadero y nuevo, o consciente desde hace
poco, es a menudo creativa, por lo menos no es algo que se concilie con
lo establecido y aceptado de manera irreflexiva como verdad en nuestra
realidad compartida, comunitaria. Tengo la convicción de que los mejores
psicoanalistas, como los mejores oyentes, los más comprensivos,
atienden más a la coherencia interna de una narración –los deseos y
frustraciones no expresados, que surgen paulatinamente como
incoherencias o rupturas de la forma o el contenido– e imponen menos de
sí mismos, menos ideas externas acerca de la realidad de una situación o
menos nociones preconcebidas sobre cómo se debería vivir la vida.