“Matilde de
Magdeburgo escribía en un estado de inspiración mística…”, cuenta Clara
Janés (Barcelona,1940) en un capítulo de su profundo ensayo Guardar la casa y cerrar la boca
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Clara Janés./elcultural.es |
La mujer iluminada a la que se refiere nació en 1207 y fue
monja cisterciense, seguidora del pensamiento de las beguinas; escribió
el libro revelado La luz fluyente de la divinidad en un alemán que Enrique de Nördlingen consideró el “más maravilloso y extraño”.
Tras la puerta cerrada de los conventos muchas mujeres tuvieron posibilidades de desarrollar sus aptitudes intelectuales,
dice Clara Janés. Santa Teresa de Jesús (1515) es el ejemplo más
conocido, pero Janés se desliza por claustros españoles del barroco y
muestra a sor María de Santa Isabel ( sobre 1590), poetisa con el
seudónimo de Marcia Belisarda, a sor Marcela de San Félix (1605), hija
ilegítima de Lope de Vega, o a sor María Jesús de Agreda (1602), que se
carteaba con Felipe IV y publicó Mística ciudad de Dios. Si
muchos textos femeninos se perdieron en el tiempo, los de las religiosas
pudieron conservarse en los conventos. Sin embargo, la autora de estas
reflexiones recuerda que, en los casos de algunas monjas, los
confesores, “bien protegidos por sus negras sotanas, como cuervos las
acechaban, se apropiaban de sus textos, los sometían a una revisión final y los firmaban”.
En los espacios mexicanos, entre vendavales, volcanes y lluvias, Clara
Janés se detiene en la inmensa poetisa sor Juana Inés de la Cruz (1651).
Y aún revela otro universo de México, el de la azteca, princesa
Macuilxóchitl, que cantó las victorias de Axayacatl, rey azteca entre
1460 y 1479. Porque este libro no es sólo una laberíntica sucesión de
mujeres que tomaron la palabra, de tal manera que a las escritoras
citadas las vemos en su tiempo y con la luz de sus textos, sino que pese
a la brevedad de algunos ejemplos, acaba siendo una arqueología vibrante de diversas sociedades en distintas épocas, con las huellas de tinta de las mujeres en esos escenarios.
La transparencia de la escritura de Clara Janés, poeta, novelista,
biógrafa, ensayista y excelente traductora, se despliega en cada página
de esta construcción, que se inaugura con la sacerdotisa acadia
Enheduanna (2371 a.C.), “el primer escritor con nombre conocido de la
historia”. De los himnos sumeroacadios se llega hasta la poetisa china
Ts'ai Yen (195 d.C.), y de un salto en el tiempo, contemplamos a Wu
Tsao( sobre 1830), una importante voz lírica china. Desandando los
pasos por este laberinto de siglos, Janés se acerca a la japonesa
Murasaki Shikibu (978 d.C.), autora de la enorme obra del siglo X, La
novela de Genji. Y luego retrocede hasta las escritoras griegas y
romanas, Safo muy presente, y a las arabigoandaluzas. Después hablará de
trovadoras, guerreras e iluminadas que empuñaron la pluma y aún la
espada. El recorrido termina, aunque se trata de caminos que se bifurcan
y abren nuevas sendas, en las escritoras acalladas o, lo que es lo
mismo, en algunos ejemplos de escritoras árabes como la perseguida
prosista egipcia Nawal al-Sa'dawi (1931) o la poeta palestina Fadwa
Tucán (1917). Especialmente interesantes son los cantos de las mujeres
afganas, los poemas orales llamados landay, recogidos por Sayd Bahodin
Majruh en El suicidio y el canto, obra traducida al español por la misma
Clara Janés.
Hay escritoras que para hablar de mujeres y literatura, repiten estadísticas, otras prefieren no separar a las autoras del curso general de la crítica literaria. Clara Janés opta por el camino de Ellen Moers en Literary Women,
libro que contempló la herencia de la literatura de mujeres, como “una
corriente profunda, rápida y poderosa”. Moers se concentró en rescatar a muchas autoras excluidas del canon literario.
Lo que vemos en este prisma planteado por Janés , sensualidad poética y
pensamiento unidos, es la esencia de la historia de las mujeres,
iluminada a través de sus manifestaciones literarias, aunque en
apariencia sean únicamente breves esbozos de exquisito trazo.