El
señor cachas y rapado de la foto es el autor de una larga saga de
novelas fantásticas en las que eso de cruzar el espejo es un complejo
acto político. La recién traducida Un Lun Dun es una puerta de entrada relativamente amable y sencilla
|
China Miéville, en un retrato promocional./elmundo.es |
Muchas veces buscamos estampas icónicas, no necesariamente referentes
intelectuales, y eso podría explicar por qué China Miéville se ha
convertido en uno de los escritores del género fantástico más admirados
de la última década. He aquí un hombre que, aunque se define como un
'geek' de manual -educado en su primera juventud en el cómic, la novela
de ciencia ficción y el cuento de terror-, presenta una imagen que no se
corresponde con la del señor hombre de mediana edad de barba poblada,
agudo sobrepeso, lamparones en la camisa y una fina superficie de caspa
sobre los hombros. Antes al contrario, es un adulto musculoso (42 años,
nacido en 1972), alto, apuesto, que parece sacado de una distopía
cyberpunk: orejas profusamente perforadas, cráneo rasurado, brillante e imponente, y tatuajes de calaveras y tentáculos ocupando uno de sus brazos.
China Miéville es, por tanto, icónico. Podría haber sido jugador de
rugby o el líder de una banda de metal industrial, aunque fue finalmente
la literatura la que captó su atención -explica que uno de los primeros
libros que le atrajo a la fantasía fue 'Las puertas de Anubis', de Tim
Powers, que leyó a los 11 años-. A los 26 debutó con una novela repleta
de acción y música drum'n'bass, 'El Rey Rata' (1998), que avanzaba uno
de los ejes centrales de su obra: la 'reimaginación' de Londres como una
ciudad caótica, hipertecnificada y hervidero de nuevas mitologías
urbanas, una línea que ha ido exprimiendo durante más de tres lustros conectando diferentes fuentes literarias como las de Dickens, Lovecraft, Iain Sinclair,
Philip K. Dick e incluso el Kafka de 'El castillo' (aunque tampoco
habría que desmerecer a Tolkien). A los 29 años también dio un paso al
frente en su línea activista y se presentó a las elecciones para el
Parlamento británico en representación de una formación testimonial de
la izquierda, el Sociallist Alliance Party; no fue elegido, pero
fortaleció otro de los ejes de su obra: la ciencia-ficción como una
forma de comentario de la realidad política y la desigualdad social.
Marxismo y ciencia-ficción
Cuando se doctoró en Relaciones Internacionales por la London School of Economics,
lo hizo con una tesis sobre el marxismo. Aunque ese trabajo lo
reconvirtió posteriormente en un ensayo, 'Between equal rights' (2006),
las ideas de Miéville sobre la desigualdad social y la lucha de clases
han cuajado de manera más cristalina y fuerte en su ficción. Su primera
gran novela importante, 'La estación de la calle Perdido' (2000; editada
por La Factoría de Ideas en España en 2006, actualmente descatalogada),
transportaba al lector, a lo largo de más de 800 páginas rebosantes de
imaginación, a Nueva Corbuzon, una metrópoli bulliciosa y brutalmente
estratificada: un Parlamento compuesto por las elites, y sostenido por
la fuerza militar -sin duda, podríamos hablar de 'casta'-, rige los
destinos de una población marginal, ingente y prácticamente paria, de
drogodependientes, prostitutas, artesanos y delincuentes. Sin ser del
todo un libro 'steampunk', 'La estación de la calle Perdido' tenía algo
de parábola victoriana, de versión 'sci-fi' de 'Oliver Twist' en la
manera de describir la suciedad y la miseria en las calles. A lo que
Miéville añadía un ingrediente más: la xenofobia.
Nueva Corbuzon, igual que Londres, es una ciudad mezclada:
si en la realidad hay asiáticos, jamaicanos y blancos, en su ficción
había seres humanos 'normales' y razas alienígenas ligeramente
insectoides (los khepri), batracios (los vodyanoi) y arácnidas (los
tejedores), entre muchas otras. Por ley, las diferentes especies no
pueden convivir entre sí, y mucho menos aparearse -atacando, por la
tangente, el estigma de las parejas interraciales y, claro está, las del
mismo sexo-. Pero donde el comentario social -y socialista- de Miéville
alcanzó su nivel más alto fue en la que muchos de los fans consideran,
junto con 'Embassytown' (Fantascy, 2013), su mejor novela: 'La ciudad y
la ciudad' (La Factoría de Ideas, 2012). Detrás de una trama policial
-una mujer aparece asesinada en un descampado, una mujer que bajo
ninguna circunstancia debería estar allí, lo que pone en jaque a la
policía-, se esconde una alucinante metáfora de la desigualdad económica
entre diferentes estratos de población con ecos de los últimos años de
la Guerra Fría. La ciudad es Beszel, pero también es Ul Qoma: en 'la
ciudad' conviven a la vez, superpuestas una sobre la otra, dos ciudades
muy distintas. Beszel es pobre y violenta; Ul Qoma es rica y ordenada.
Los habitantes de una no puede interactuar con los de la otra: no se
trata únicamente de 'cruzar', sino de 'ver', puesto que las dos ciudades
son la misma, ocupan el mismo lugar, pero los habitantes de ambas zonas
están obligados a 'desverse'. Por una parte, remite a Berlín antes de
la caída del Muro, pero también a ese Londres en el que cualquier
persona que duerme en la calle es ignorada por quien pasa a su lado.
La literatura de China Miéville es poderosa en ideas. Si Lewis
Carroll -otro de sus referentes ineludibles- hizo que Alicia atravesara
el espejo o recorriera la madriguera del conejo para adentrarse en un
país de maravillas, Miéville lo que hace es situar un espejo distorsionador
enfrente de la realidad urbana: en él se reflejan las estructuras de
poder y dominación, las maniobras de evasión de la realidad, las adicciones, y las costumbres.
'Embassytown', que es aparentemente su novela de ciencia-ficción más
dura -trata sobre un planeta, en los márgenes de una galaxia
completamente colonizada y dominada, en el que existe una insólita forma
de vida: una raza que se comunica con una compleja manera de hablar,
prácticamente intraducible, difícilmente interpretable, y que entra en
rebelión después de que se produzca un fallo en la comunicación que
ninguna de las dos partes es capaz de descifrar-, es también un ejemplo
de esa intención alegórica de su escritura: nos dice cómo algunos
miembros de la sociedad se convierten en marginados por la incapacidad
de comprenderse, y cómo al diferente 'de pensamiento' se le intenta callar, no con la razón, sino con la violencia.
Cuando la fantasía se vuelve rarísima
Cuando se escribe sobre él, es habitual deslizar el concepto de 'New
Weird', una corriente relativamente nueva en la literatura de género
fantástico que es algo así como la versión postmoderna de la 'sci-fi' tradicional:
en el 'New Weird' -la nueva extrañeza, por traducirla de alguna forma-
entran en la misma receta ingredientes que normalmente estaban
separados: naves espaciales y monstruos cósmicos, por ejemplo, como si
fuera posible mezclar la política-ficción de la saga 'Fundación' de
Isaac Asimov con los primigenios de Lovecraft, pero también reinos
fantásticos, 'space opera' y un toque ocultista -que proviene de
influencias como Alan Moore, por ejemplo- que en la obra de Miéville ha
cuajado en una novela muy significativa, una de las más recientes de su
producción, 'Kraken' (2010), la historia de un grupo de sectarios-terroristas que roban de un museo de historia natural el cadáver de un calamar gigante,
un 'kraken' legendario al que supuestamente le atribuyen poderes
divinos, el ser la materia inanimada de un dios que puede revivir si se
da con el conjuro adecuado. Este 'kraken', en el que es fácil observar
un paralelismo con el dormitante Cthulhu de H. P. Lovecraft, habría sido
en otra época una pieza básica de un relato de terror, pero con
Miéville lo es también de una ficción conspiranoica, mágica, criminal, en la que Londres dispone hasta una división de la policía para investigar cultos.
Aunque algunas obras de China Miéville se han descatalogado en
castellano -si aparece en el mercado de segunda mano una copia de 'La
estación de la calle' 'Perdido' (2000), 'La cicatriz' (2002) y 'El
Consejo de Hierro' (2004), los tres títulos que forman la saga
'Bas-Lag', lo normal es que cualquiera de esas ediciones de La Factoría
de Ideas no baje de los 40 euros-, prácticamente toda se ha traducido en
nuestro mercado. Están pendientes la novela breve 'El azogue' (sólo
disponible a través de Interzona, una editorial de Buenos Aires) y la
más reciente, 'Railsea' (2012), su segunda incursión en la novela de
fantasía juvenil, ubicada en un mundo en el que las conexiones
entre las diferentes partes de tierra tienen que hacerse por medio de
largas líneas de ferrocarril que cruzan el océano, y que en
cierto modo recuerda a la idea del tren cósmico de aquella mítica serie
de dibujos animados japoneses, 'Galaxy Express 999'.
Alicia en el multiverso de las maravillas
El último libro publicado en España de China Miéville es 'Un Lun Dun'
(original de 2007), que acaba de llegar a las mesas de novedades
gracias a Oz Editorial, y que ganó el prestigioso Premio Locus en 2008.
El lenguaje es muy distinto al de 'La ciudad y la ciudad' o
'Embassytown': al ser su primera novela juvenil, Miéville evitó por
primera vez el estilo barroco, de largas frases y conceptos complejos
que caracterizaba su ficción -él es un autor que escribe bien, difícil,
su prosa resistiría cualquier exigencia de estilo cuidado-, pero hay
algo en lo que vuelve a salir victorioso, que es la fecundidad de su
imaginación. Una vez más, se trata de una refracción distorsionada de
Londres -'Un Lun Dun' se traduce en la novela como 'Alondres', un
Londres paralelo a Londres, en el que van a parar todos los desperdicios
de la ciudad rica-, un nuevo reflejo de la ciudad ante sus propias
miserias y contradicciones. Son dos niñas, Zanna y Deeba, las que
accidentalmente cruzan ese espejo, como Alicia, y aparecen en una
versión mugrosa, oscura y habitada por extraños personajes del Londres
que conocen, y comprenderán que tienen que cumplir una profecía: ser quienes libren a Alondres de su mayor amenaza, del más grande desperdicio que el Londres industrializado ha volcado en sus calles y su aire, 'el Esmog'.
La legendaria contaminación del Londres industrial victoriano, mezcla
de hollín y niebla, irrespirable y causante de tuberculosis e
infecciones, no ha desaparecido del todo: está en Alondres, en el
vertedero de Londres, su oficina de objetos perdidos. Los habitantes de
Alondres se defienden del Esmog con paraguas rotos, habitantes que son
tan pintorescos, satíricos o intrigantes -Facistola, el libro parlante, o
los hedoinómanos, los subalternos del Esmog, drogados por su polución-
como lo fueron en su día el Gato de Cheshire, el Sombrerero o la Reina
de Corazones. Es muy posible que quien haya entrado en el universo de
Miéville a través de otros caminos -la trilogía 'Bas-Lag', o 'La ciudad y
la ciudad'- encuentre 'Un Lun Dun' insuficiente en el estilo de la
prosa, aunque altamente satisfactoria en la fertilidad de su
imaginación: otro universo paralelo impresionante que añadir a su
colección.
La literatura fantástica es en la forma una manera de evadirse, pero
en el fondo es un comentario perspicaz y profundo sobre la realidad que
nos rodea, y en ese aspecto China Miéville -el hombre tatuado,
musculoso, marxista y 'freak'- es uno de los escritores que más obligan a
pensar, a mantener los pies en el suelo mientras la imaginación vuela. Muchas veces, los libros de fantasía tratan sobre cruzar el espejo.
China Miéville utiliza otra estrategia: nos lo pone delante, para que
nos veamos reflejados en todo lo bueno y lo malo: feos, miserables,
mezquinos, aunque también con la habilidad de revertir el proceso y
arreglar nuestro entorno con la maravillosa capacidad para comunicarnos
y, si hay suerte, también para entendernos.