Ejemplar hallado por la Policía es de la primera edición de Cien años de soledad. Dueño lo donará a la Biblioteca Nacional de Colombia
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El general Rodolfo Palomino presentó el ejemplar del libro de Cien años
de soledad que se habían robado de la Feria del Libro.
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Álvaro Castillo Granada, coleccionista de las primeras ediciones de
las obras de Gabo y a quien pertenece el texto, anunció que el
ejemplar será donado a la Biblioteca Nacional. /Óscar Pérez-El
Espectador |
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La dedicatoría de la mano de su Autor: Gabriel García Márquez. |
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Ejemplar mítico de Cien años soledad. |
El libro fue encontrado en la zona de ese
sector donde se comercializan libros y antigüedades. Según el oficial,
cuando los delincuentes se sintieron presionados por los investigadores
de la Sijín Bogotá dejaron abandonado el ejemplar en una tienda.
Palomino aseguró que el histórico volumen, que
había prestado el coleccionista y librero Álvaro Castillo, iba a ser
vendido por una suma superior a los 120 millones de pesos. Y agregó que
la investigación no estará cerrada hasta que las autoridades encuentren a
los responsables de este delito.
En tanto, el general Humberto Guatibonza,
director de la Policía Metropolitana de Bogotá, indicó que el ejemplar
estaba en una caja de cartón. De hecho, los investigadores creen que el
libro siempre fue mantenido en esa caja.
El alto oficial narró que un grupo especial de
investigadores había detectado que el libro había sido ofrecido a
“coleccionistas privados” en el exterior, que habían manifestado interés
en comprarlo. Las labores de inteligencia arrojaban que las primeras
ofertas se habían dado en La Perseverancia; por eso la operación para
recuperar el ejemplar se enfocó en ese sector.
Agentes encubiertos recorrieron las calles y
se infiltraron en la zona para establecer la ubicación del ejemplar. “El
temor era que destruyeran el libro, que lo quemaran o rompieran; o que
la página donde está la dedicatoria de puño y letra del nobel Gabriel
García Márquez fuera arrancada”, dijo el general Guatibonza.
Eso fue lo primero que revisaron una vez encontraron el ejemplar, que, de acuerdo con las autoridades, no fue afectado.
Ahora, la Policía trabaja en identificar a los
autores del robo. Al parecer se trataría de una banda dedicada al hurto
de reliquias, las cuales son comercializadas en otros países.
Álvaro Castillo, propietario del ejemplar,
dijo a EL TIEMPO que se encontraba en San Librario, su librería en el
norte de Bogotá, cuando recibió una llamada de un amigo que había
escuchado en la radio la noticia de la aparición del libro. Minutos
después, la Policía le confirmó el anuncio.
“Lo único que quiero decir es que esta es una
victoria de todos los colombianos. Apareció un libro que, de una u otra
forma, se convirtió en una causa común que nos unió a todos. Por eso decidí
que el libro lo voy a donar a la Biblioteca Nacional de Colombia,
porque ya no me pertenece a mí sino a todos los colombianos”, comentó Castillo, que no se cansaba de repetir su agradecimiento con todos sus compatriotas.
El librero aseguró que a medida que transcurrían los días ya había perdido las esperanzas de que el libro apareciera.
“Lo más interesante es cómo la tristeza por la
pérdida de un objeto se fue transformando en otra cosa, y cómo la
desgracia de una persona, que es mínima ante todas las desgracias que
ocurren a diario en este país, pudo conciliar y concitar el apoyo y la
solidaridad de todos los colombianos”, comentó Castillo.
El libro había sido publicado por la Editorial
Sudamericana, en 1967, y lleva una dedicatoria del fallecido Nobel
colombiano Gabriel García Márquez, dirigida a su propietario: “Para
Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo,
Gabriel”, le escribió el autor cataquero.
El libro había sido sustraído de una vitrina
del pabellón de Macondo, en Corferias, donde se exhibieron, entre otras,
primeras ediciones de varias de las obras más reconocidas del autor de El coronel no tiene quien le escriba.
La vitrina de donde sacaron el libro estaba
bajo llave y entre los miles de asistentes a la feria fue imposible
identificar al responsable del hurto.
Así mismo, se salvó de ser robado un ejemplar
de La mala hora, de la misma muestra y también de las primeras
ediciones. Los ladrones alcanzaron a quitar la chapa de la vitrina, pero
la presencia de la Policía en el lugar, reconstruyendo el robo del
sábado, impidió, según algunos testigos, el segundo hurto.
El ladrón de libros
Lo peor que pudo haber pasado con el ejemplar firmado de Cien años de soledad es que el ladrón haya pensado en el valor y ahora ande encartado con el posible comprador
El robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad
de una vitrina de la FilBo, donde se exhibían otras ediciones y
traducciones de la novela a decenas de idiomas, cierra con broche
garciamarquiano las celebraciones dedicadas a Macondo.
El ejemplar de coleccionista, dedicado por el autor al librero Álvaro Castillo, no tiene en apariencia valor comercial.
Una de las razones, de poco peso, para descartar ese valor es que se
trata de un libro dedicado. Pero resulta que no, que ese sería un valor
añadido a la pieza en un mercado sofisticado de coleccionistas.
No
estamos, de todas maneras, ante un incunable, sino ante una copia de
los ocho mil ejemplares de la primera edición, hecha en Buenos Aires.
Si
se tratara de un mandado hecho por un caprichoso coleccionista a un
ladronzuelo de feria, el caso tendría altos vuelos literarios. Desde el
siglo XIX, la leyenda del ladrón de libros adorna la misteriosa
naturaleza de este delito.
Alguien, más por pasión hacia los
libros que por interés comercial, se habría metido entre ceja y ceja la
idea de tener ese ejemplar. Esto le daría visos de bellas artes al robo y
lo incluiría en el inventario iniciado en 1836 en Barcelona y recogido
en la Francia romántica por Charles Nodier. Gustave Flaubert escribió un
cuento sobre el librero asesino de Barcelona, ficción aceptada en
Francia como noticia real. En 1927, el catalán Ramón Miquel i Planas
volvió a escribir sobre el librero de su ciudad, sobre la leyenda del
librero asesino, algo más sublime que un simple ladrón de libros.
Nuria
Amat le consagró hace 20 años un bello libro, editado por Muchnik. Así
que el robo de la FilBo retoma en parte la cola lánguida de la leyenda,
si es que no se trata de un mediocre robo de circunstancias.
Un
ladrón de libros, a los ojos de esta leyenda, no es un ladrón
cualquiera. Es alguien poseído por una pasión incontrolable hacia los
libros, capaz incluso de matar para hacerse con la pieza codiciada. Si
se tratara de un caso colombiano de ladrón de libros por amor y pasión,
estaríamos ante una deliciosa paradoja: en los momentos en que la pasión
por los libros ha decaído, alguien la hace florecer en una modesta
república suramericana.
Un coleccionista quiere tener el libro de
otro coleccionista, dedicado por el autor. Este detalle justificaría
estéticamente el robo. No es lo mismo robar un banco que robar un libro.
Los vulgares asaltantes buscan un beneficio económico; el ladrón de
libros, la satisfacción de un raro placer íntimo, de malévola naturaleza
espiritual, una obsesión que se le ha convertido en patología.
Lo peor que pudo haber pasado con el ejemplar firmado de Cien años de soledad
es que el ladrón haya pensado en el valor y ahora ande encartado con el
posible comprador. Le quitaría el carácter de leyenda literaria a la
cuestión. Sería otro vulgar asunto de policía. Ruego al espíritu de
Gutenberg que no sea así. Que el libro del librero Álvaro Castillo esté
ahora en manos amorosas y exquisitas. Y siga su periplo, robado por otro
coleccionista más obsesivo, y así, en ciclos repetidos, llegue a ser la
leyenda de la novela que contiene.
El mundo del libro se ha
vuelto inflacionario, pero sigue siendo una mina de piedras preciosas
con montones de tierra y desperdicios encima. Se siguen escribiendo y
publicando grandes obras, al lado del supermercado de baratijas. Sé que
el robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de Soledad es un asunto de policía. Para mí, simbólicamente, es un tema perdido de la literatura.
Óscar Collazos