Hasta el próximo sábado, la cuarta edición porteña de este encuentro internacional de novela negra reunirá a autores con policías, narcos, maleantes y otros especímenes del género. Entrevistamos a tres de los principales invitados extranjeros
BAN! Esta cuarta edición reúne a autores con policías, narcos, maleantes y otros especímenes del género./revista Ñ |
Cuatro años antes de que Dashiell Hammett consiguiera notoriedad
global con su detective Sam Spade, el filósofo alemán Sigfried Kracauer
terminaba de publicar una serie de ensayos filosóficos (que comenzó en
1922 y concluyó en 1925) en torno a un género (la novela policial)
considerado por la mayoría de los intelectuales de la época como un
pastiche extraliterario destinado a sobrevivir en los anaqueles
marginales de la biblioteca universal, pero que, de a poco y con
persistencia, ha conseguido conquistar una importancia innegable.
Kracauer escribe después de Poe y de Arthur Conan Doyle, incluso en los
comienzos de Agatha Christie, pero antes de Raymond Chandler, Patricia
Highsmith, Georges Simenon y, por supuesto, de autores como Stieg
Larsson y la nueva ola del policial contemporáneo. Kracauer, a partir de
palabras claves como detective, criminales o proceso, plasma en estos
textos una maquinaria capaz de pensar el género de manera irónica pero
también como producto de una sociedad y de un mundo particular.
Algo
tienen en común los escritores y los psicópatas. Exteriormente parecen
personas comunes y corrientes, pero si uno escarba debajo de la
superficie, en los huecos que hay debajo de sus casas, digamos, nunca
sabemos lo que podremos encontrar. “No existe una incongruencia esencial
entre el crimen y la cultura”, escribió Oscar Wilde. “No podemos
reescribir la totalidad de la historia con el propósito de gratificar
nuestro sentido moral sobre lo que debería ser.” Lo dijo en una
semblanza de 1889 dedicada a Thomas Griffiths Wainewright, que no sólo
fue poeta, pintor y crítico de arte inglés sino también falsificador y
envenenador serial. Admirador de Wordsworth y de Blake, Wainewright fue
admirado, a su vez, por De Quincey y Dickens, quien lo convirtió en
personaje de su novela Atrapado. Todo escritor de policiales
alguna vez se metió en la cabeza de un criminal. El argentino Ernesto
Mallo, autor y entusiasta activista del género, lo sabe y por eso, desde
hace tres años organiza Buenos Aires Negra, el festival dedicado al
género policial y a la literatura negra, que cruza ficción y realidad
como marca distintiva. Esa marca (la del crimen) circula por diversas
vertientes. Mallo explica que por una parte sirve para que los autores
tomen contacto con los profesionales que trabajan sobre el crimen (o
fueron criminales), y con los saberes y prácticas que ellos transmiten.
“La verosimilitud es una de las claves de la novela policial y estos
datos son un auxilio concreto para todo aquel que quiera incursionar en
el género”, dice. Por otra parte, al público en general también le
sirve: para mejorar su capacidad como lector de esta clase de novelas o
para enterarse de qué es lo que está pasando en el mundo del delito.
Hay
una frase de Borges que a Mallo le gusta: la literatura policial se
nutre de la delicada transgresión de sus propios límites. Esto
explicaría la supervivencia del género. Sabemos que todo género
extremadamente legislado tiende a desaparecer. Son, de hecho, estas
transgresiones las que lo dinamizan y producen un estado de renovación
permanente y, en consecuencia, de discusión. Uno de los grandes ejes del
festival, sin duda, es la narcoliteratura, quizás el subgénero
convertido en fenómeno por su riqueza conceptual, porque hay más actores
implicados, más intereses en juego y mayor complejidad en los crímenes
relacionados. El mexicano Paco Haghenbeck, un autor indispensable para
pensar el tema del narcotráfico, señala que el género resulta complejo
de narrar porque “es difícil de entender pues está lleno de sombras y
dobles caras, y los buenos o malos se mezclan”. Para abordar esa
complejidad, el festival incluyó además en su programación a un ex
traficante de drogas (Brian O’Dea), periodistas que investigaron el tema
del narcotráfico colombiano en la Argentina (Virginia Messi y Juan
Manuel Bordón), otros que analizaron la influencia del narco mexicano en
nuestra región (Cecilia González) y un ex policía estadounidense (Neill
Franklin), que dedicó 33 años de su vida a la lucha antidroga. No serán
los únicos. También participarán el escritor francés de origen musulmán
Karim Miské para hablar de su novela Arab Jazz , el holandés
Gauke Andriesse, que aborda en sus novelas el robo de pinturas durante
el nazismo, y Emmanuel Dongala, que aunque no sea un autor de género,
fue invitado para hablar sobre asesinato de niños soldados en las
guerras de Africa.
Mallo piensa que en el policial moderno, el
misterio crucial no es saber quién lo hizo sino por qué lo hizo y la
duda radica en saber si podrá salirse con la suya. “Las novelas de
detectives explotan el deseo del lector de que se haga justicia, de que
la verdad triunfe, pero en la novela negra juega un anhelo más profundo:
que la justicia pueda ser evadida y pospuesta”, dice el autor de Delincuente argentino.
Considera que si en las novelas de detectives se involucra al “superyo”
–ese adulto erguido que valora la ley y el orden–, la novela negra le
habla al “ello”, al delincuente interior que no valora otra cosa que sus
propios apetitos oscuros. Lo que los escritores del crimen saben, y lo
que les da poder a su escritura, es que no importa cuán monstruoso sea
el criminal o lo repugnante de su crimen, una parte del lector esperará
que él se salga con la suya.
Se sabe: el crimen perfecto,
entendido como aquel en el que la justicia no pudo encontrar al culpable
o, habiéndolo encontrado, no lo pudo condenar, lamentablemente sucede
todo el tiempo. “Los hombres descendemos del mono”, reflexiona Mallo,
“pero no de cualquier mono, sino del que mata, y especialmente, del mono
que mata a sus congéneres. El asesinato está inscripto en nuestra
genética. Por eso existen las masacres y las guerras, o la pena de
muerte que son formas legales de asesinato. Los humanos llevamos el
crimen en la sangre y quienes lo saben son menos propensos a
cometerlos”. Paco Haghnbeck no necesita imaginar cómo sería un crimen
perfecto. Tiene sus razones: “Sucede cada día en un país como México.”