La escritora nicaragüense publica El Intenso calor de la Luna, una novela sobre la vejez y la felicidad
La escritora nicaragüense Gioconda Belli. / Tejederas./elpais.com |
Cuando Gioconda Belli
(Managua, Nicaragua, 1948) se ríe su rostro se ilumina, transmite una
alegría contagiosa. Lanza una carcajada sonora, que bien puede ser una
prueba irrefutable de lo que ella misa asegura: que ha vivido una vida
intensa, que ha sido feliz. Es sobre la felicidad, el inevitable
encuentro con la vejez y la muerte, de lo que esta mujer hermosa, de
cabello salvaje y labios sensuales, habla en esta entrevista, ahora que
publica una nueva novela, El intenso calor de la Luna
(Seix Barral, recién publicado en Argentina; a España llegará en
septiembre). Emma, la protagonista de la novela, tiene pánico de hacerse
vieja y Belli afirma que también sintió ese pavor, el de arrugarse, de
que se marchite la núbil belleza, aunque ahora afirma que ha superado
ese miedo. “Al llegar a ser una persona adulta muchas cosas son
fantásticas. A mí me gusta”, dice. La idea que no puede asimilar es la
de la muerte, de acabarse para siempre. “Quiero negar la muerte. Me voy a
morir, obviamente, pero quiero vivir como que voy a ser inmortal”. Es
esta una mujer de espíritu joven, que ha vivido su vida como una novela:
jugó un papel activo en la caída de la dictadura somocista y el triunfo
de la revolución sandinista en Nicaragua, ha sido una férrea activista
feminista, fuerte opositora al nuevo gobierno del exguerrillero
sandinista Daniel Ortega, y hasta ha creado un partido político, el
Partido de la Izquierda Erótica (PIE). Mientras tanto, ha sido madre, ha
producido una vasta obra literaria, ha ganado premios internacionales (en 2008 le fue entregado el Premio Biblioteca Breve)
y ha disfrutado de los placeres de la vida, del helado y de los
hombres. “Los hombres me han hecho la vida muy alegre”, afirma y lanza
una de sus carcajadas. ¿Qué más le queda por hacer a Gioconda Belli?
“Quiero que la vida me sorprenda”, sentencia.
Su nueva novela habla del temor a la vejez, ¿por qué escribir sobre la vejez?
No es sobre la vejez. Es una novela sobre
la infidelidad matrimonial, sobre la angustia a la madurez en una
mujer. La protagonista se siente angustiada, porque tiene 48 años y está
llegando a un momento en el que empieza a cuestionarse si va a seguir
siendo bella, si va a seguir siendo atractiva, si va a seguir siendo
sexualmente deseable, si se va a volver invisible. Son preguntas que
mucho nos hacemos las mujeres.
¿Le espanta la vejez?
Me espantaba, ahora ya no tanto. Claro, hay todo
un proceso de aceptación y de aprender cómo vas a enfrentarla. Una vez
que la tienes enfrente vas dándote cuenta que no es terrible, lo que
tenés que hacer es gozar la parte buena, que es la parte de la
experiencia, de saber quién sos, qué es lo que querés. Hay muchas cosas
que son fantásticas, de llegar uno a ser una persona adulta. A mí me
gusta.
¿Cómo se enfrentó a ese ineludible proceso?
Lo descubrí por pequeñas cosas. Primero la
cronología, que te va marcando etapas, biológicamente cambias. Está la
menopausia, que es una cosa que nos pasa a las mujeres y te dice: “Ya se
te acabó tu vida reproductora, ya pasaste a otra etapa”. A medida que
una va creciendo vas dándote cuenta que el tiempo se te está acabando,
que la muerte se te acerca. Creo que más que aceptar lo que uno es en el
momento, lo que más cuesta es aceptar que te vas a acabar.
¿Le tiene miedo a la muerte?
Sí, no me gusta para nada. Creo que cuando me
muera mi epitafio va a ser: “Yo no quería estar aquí”, porque no me
gusta la idea de la muerte. Para nada.
¿Considera que ha tenido una vida feliz?
He tenido una vida intensa. Y creo que esa es la
felicidad, es sentir que el potencial que tenías lo has podido
desarrollar. No quiero ser tan arrogante de decir que hice todo lo que
quería hacer, pero pienso que desde un punto de vista aristotélico, de
sentirte que tu responsabilidad es desarrollar tu potencial, he sido
bastante responsable con mi potencial, y eso me ha dado muchas
satisfacciones.
¿Se puede ser feliz en un mundo con tantas noticias horrendas?
No. La felicidad es muy relativa en ese sentido.
Claro que no podés ser humanamente empático si no tomás en cuenta todo
lo que está mal en el mundo. Pero pienso que también debemos tener un
sentido de relatividad, de quién somos, y si dentro de tu inmediato
existir sentís que estás haciendo algo para lograr que esto se vaya
mejorando, que estás cumpliendo con tu responsabilidad como ser humano
de transformar tu tiempo, estaríamos un poco mejor. No hay grandes
soluciones. Esa es la gran equivocación. Creo que las soluciones son
todas pequeñas. Pero hay una mentalidad muy masculina de crear en eso,
por eso siempre apelo a la ética femenina, en el sentido de decir:
“Pensemos en pequeño”. Si comenzás a solucionar pequeñas cosas, vas a
llegar a solucionar las grandes cosas.
Dentro de esa ética femenina, ¿cuál sería la fórmula de la felicidad?
En primer lugar darte cuenta que la felicidad no
es estable, que está compuesta de alegría y tristeza. De que si vivís
intensamente, sin miedo, si te apegás a las cosas que querés hacer y sos
humilde; si te das cuenta que no vas a lograrlo todo, pero gozas lo que
logras, si querés a los demás. Es casi como romántico, pero sí creo que
esa es la felicidad. Es también es estar triste, porque esa idea de que
la felicidad es andar pegando brincos no me parece realista.
Hay críticas a sus novelas porque en muchas de ellas se liga la felicidad de una mujer al encuentro de un hombre.
(Ríe). Pienso que no siempre ligan su felicidad
al encuentro de un hombre, pero son generalmente mujeres jóvenes, y en
esa parte de la vida los hombres han jugado un papel importante para las
protagonistas. Creo que eso les pasa a todas las personas, hombres y
mujeres: el amor y las relaciones personales y la relación con la
persona que realmente es importante en tu vida, por supuesto que tienen
un enorme peso.
¿El amor ha condicionado su felicidad?
En algún momento sí. Cuando quería encontrar,
cuando estaba buscando a mi otra mitad, que creo que es una búsqueda
importante en la vida, y que todos hacemos, aun los que dicen que no la
hacen. Después llegó el momento en que encontré una persona que no es
perfecta, pero que es la otra mitad, y ya estoy tranquila. Tengo 28 años
de estar con esa persona.
Hay un tabú en la sociedad relacionado a la
sexualidad y la edad, de que a una determinada edad la mujer ya no puede
vivir su sexualidad. ¿Cómo vive usted la suya?
¡Fantástica! Lo dice la ginecóloga de Emma en el
libro, le da toda una charla y le dice que es la época de vivir la
sexualidad sin el riesgo del embarazo, ya con madurez, con sabiduría,
con toda la experiencia y con esa mezcla entre la emoción, la cabeza y
el cuerpo. Todo lo que se construye alrededor de esta edad es muy
negativo, y por eso quería escribir esta novela. En parte porque para mí
ha sido un proceso lindo. Yo me he sentido extremadamente fortalecida,
empoderada, y veo muchas mujeres a mi alrededor que igualmente se
sienten floreciendo. Pero nos golpea toda esta percepción social de que a
cierta edad una mujer se vuelve invisible.
Dice que ha vivido la vida con intensidad. ¿Qué le falta todavía por hacer?
Yo siento que me faltan por hacer muchas cosas.
Quiero vivir como que voy a ser inmortal. Eso lo aprendí de mi suegro,
que decía: “Hay que sembrar ese árbol”. Y nosotros decíamos, ese árbol
no lo va a ver porque es un señor de más de noventa años, pero vivía
como si no se iba a morir. Yo quiero negar la muerte. Me voy a morir,
obviamente, pero quiero vivir como si voy a seguir viviendo, no quiero
estar pensando qué me falta por hacer. Quiero que la vida me sorprenda.
¿Qué papel han jugado los hombres en la vida de Gioconda Belli?
Me han hecho la vida muy alegre. La relación
entre los sexos es muy bonita. Desde jovencita tenía muchísimos amigos
hombres, después tuve más amigas mujeres. Tengo muchos amigos
entrañables que son hombres y no hemos tenido relaciones amorosas, pero
sí una relación de amistad muy grande. Las relaciones heterosexuales
tienen mucha gracia.