La ministra de Cultura se suma a la rebelión de los autores contra el gigante de la distribución
Jeff Bezos, fundador de Amazon, en Washington el pasado 18 de junio. / Jason Redmom./elpais.com |
El Gobierno francés emprende un nuevo asalto en su guerra abierta contra Amazon.
La ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, dio ayer un paso más allá
en el “combate político” que mantiene desde hace dos años contra el
gigante de la distribución. Filippetti se solidarizó con la reciente
campaña iniciada por 900 escritores a través de una petición publicada en la edición dominical de The New York Times,
a través de la que denunciaban las prácticas abusivas de la librería
virtual estadounidense. Se trata de la primera voz institucional que se
suma a este frente.
Hace meses que Amazon intenta forzar al grupo editorial Hachette
para que baje el precio de sus libros en edición digital hasta los 9,99
dólares (7,50 euros). Ante la negativa de la empresa francesa, Amazon
ha emprendido distintas medidas que no se alejan mucho de la extorsión.
Por ejemplo, la imposibilidad de acceder a la preventa de sus libros, la
suspensión de las ofertas especiales o unos plazos de distribución más
largos de lo habitual.
“Este episodio es una nueva revelación de prácticas incalificables
contra la libre competencia por parte de Amazon. Es un abuso de posición
dominante y un perjuicio inaceptable contra el acceso a los libros.
Amazon debilita la diversidad literaria y editorial”, declaró ayer
Filippetti durante una entrevista con Le Monde. Desde su acceso
al ejecutivo en 2012, la ministra ha mantenido relaciones tensas con el
grupo estadounidense, acusándole de recurrir a “prácticas destructivas
para el empleo, la cultura y el tejido social” y denunciando que no
pague sus impuestos en Francia, sino en Luxemburgo.
Esta arremetida contra Amazon en territorio francés no se limita a
las palabras. El mes pasado, la Asamblea Nacional aprobó una nueva ley,
explícitamente apodada anti-Amazon, que suprime la posibilidad
de sumar la gratuidad de los gastos de envío al habitual 5% de descuento
que fija la ley del precio único del libro, vigente en gran parte del
continente.
La respuesta de Amazon consistió en limitar dichos gastos de envío a
un solo céntimo de euro. “Sabíamos que seguirían esquivando la medida,
pero son banderillas que seguiremos clavando en su costado”, afirmó ayer
Filippetti. La ministra, escritora ocasional e hija de mineros
italianos que emigraron a la Lorena —allí ambientó su novela Los últimos días de la clase obrera—, también acusó al grupo estadounidense de perseguir una concentración empresarial “propia del siglo XIX”.
La ministra mostraba en estos términos su pleno apoyo a los
escritores que se rebelaron el pasado domingo contra los abusos del
gigante de la distribución, que ya controla el 40% de cuota de mercado,
según datos de Publishers Weekly, y cuyo volumen de negocios supera los 55.000 millones de euros. Entre los autores movilizados se encuentran Paul Auster, John Grisham, Stephen King, Michael Chabon, Tracy Chevalier, Junot Díaz, Claire Messud, Tobias Wolff, Jonathan Littell o Donna Tartt.
Todos ellos pagaron de sus propios bolsillos los 100.000 dólares
(74.682 euros) que costaron esas dos páginas de publicidad. “Como
escritores, muchos no publicados por Hachette, sentimos que ningún
vendedor debería bloquear la venta de libros, ni impedir o disuadir al
cliente a la hora de hacer un pedido o recibir los libros que desee”,
escribieron en la petición.
Presentado como el villano de esta historia, Amazon se esfuerza en
demostrar que actúa en beneficio del lector e intenta forzar a los
grandes grupos editoriales a cambiar una política de precios excesivos,
teniendo en cuenta que un libro digital no supone gasto alguno de
impresión y distribución. Hace unas semanas, el grupo estadounidense
incitó a sus usuarios a dirigir mensajes al dirigente de la división
estadounidense de Hachette, Michael Pietsch, llegando incluso a publicar
su dirección personal. Para sumar a los escritores a su causa, propuso
cederles la integralidad de los derechos de sus e-books.
Pero el sindicato de escritores estadounidenses no aprobó el gesto. “Es
una solución a corto término que incita a los autores a tomar partido
contra sus editores”, dijo su presidenta, Roxana Robinson.