Brutal oda a la incorreción política de un personaje único, que se encara con policías o fiscales como si fueran matones, que pacta con unos, con otros y con ninguno al mismo tiempo
Agresivo e impredecible.
Cínico, solitario, egoísta y machista. Un perdedor, también. El
detective Sam Spade es estas y otras muchas cosas, buenas y malas, y por
eso me gusta, por eso vuelvo a él, a sus frases y circunloquios, a sus
cigarros, a sus bofetadas. Buenistas y amantes de la corrección
política, aléjense de este personaje creado por Dashiell Hammett,
reducido a una novela magistral, El halcón maltés, y tres relatos cortos (todos los casos reunidos se encuentran en la edición de RBA,
traducción de Luis Murillo), grandioso cuando las cosas se ponen mal y
saca lo mejor de sí para, como no podía ser de otra manera, volver a
perder.
Con este homenaje a Sam Spade seguimos con la serie Los detectives de nuestra vida, que este mes de agosto nos ha permitido recordar al agente de la Continental, ir a las raíces del Tartan noir con Laidlaw, recordar a ese clasicazo español llamado Méndez y descubrir una extraña distopía nazi. Y para el que quiera más, todos los post del verano anterior.
Hay un momento genial en el Halcón Maltés. Spade come con
Brigid O’Shaughnessy, mujer fatal perfecta, adaptación a la novela de
aquella inolvidable Elvira, alias Jean Delano, de La chica de los ojos plateados que tantos problemas crea a el agente de la Continental.
Ella miente y le oculta detalles esenciales del lío en el que están
metidos; él lo sabe pero no importa. Ella le ha acusado varias veces de
“agresivo e impredecible”; él, riéndose, replica: “Suelo enterarme de
las cosas a base de sabotear la situación de la manera más agresiva e
impredecible. Por mí no hay inconveniente, si tú estás segura de que por
ese sistema no vas a salir perjudicada”. Ese es Sam Spade. Cínico,
amenazante, verbalmente brutal.
Nuestro amado detective tiene 38 años, es fuerte y de dedos
gruesos, mide más de 1,80, fuma tabaco de liar y bebe lo que haya:
bacardi, botella de Manhattan ya preparado… Es un personaje de excesos y
contradicciones: adora a las mujeres pero siempre va a parar con la que
no le conviene; le gusta el dinero aunque suele andar escaso; odia no
devolver un puñetazo; acaba de perder a su socio Archer y no lo siente,
no lo podía ni ver, pero investiga su muerte como si fuese la de su ser
más querido por honestidad, profesionalidad y porque nadie es quien para
matar a su socio sin recibir castigo.
Pero es en su relación con las mujeres y en sus grandes
discursos donde Spade despliega toda su fuerza. O’Shaughnessy es fría y
perversa, egoísta, ambiciosa. Se presenta desvalida, con gestos de
colegiala. Spade sabe que no es real, que detrás no hay más que
problemas, pero pica el anzuelo. Trata de apartarla, pero vuelve a
picar. Hay un monólogo en el que Spade le explica por qué no se puede
fiar de ella que es grandioso. En la película dirigida por John Huston en 1941
se respeta casi en su totalidad, como en tantas otras ocasiones, el
texto original, con lo que es mejor verlo recitado por Humphrey Bogart
que escrito.
Su secretaria Effie Perine es la otra mujer de su vida.
Cualquier mente bien pensante dirá que su relación está marcada por el
machismo. Yo veo, sin embargo, una amistad en la que siempre se sugiere
algo más, una relación llena de confianza y complicidad, de guiños y
grandes diálogos de pocas palabras, algo muy parecido al amor, al bueno.
¿Anticuado? Para mí su relación es muy parecida a la que Ray Donovan
tiene con su ayudante lesbiana en la serie de televisión que tan
encarecidamente recomiendo y de la que hemos hablado en Quinta Temporada. Puro siglo XXI. Es lo que tienen los clásicos.
A veces Spade padece de incontinencia verbal. En esos
momentos grandiosos firmaría debajo de todo lo que dice. Hay alguna
diatriba que me recuerda tanto a la furia dialéctica llena de deseos de
venganza del agente de la Continental que no puedo evitar reproducir:
“- ¡No hay peros que valgan! - dijo Spade-. Es la única manera. - Ahora tenía la frente enrojecida y sus ojos eran como dos piedras candentes. El hematoma de la sien había adquirido un tono cobrizo-. Sé de lo que hablo. He pasado por ello otras veces y quiero pensar que no será la última. En un momento u otro he tenido que mandar al cuerno a todo tipo de gente, del Tribunal Supremo para abajo, y no me ha pasado nada. Y si no me ha pasado nada es porque nunca he perdido de vista que tarde o temprano llega el día del ajuste de cuentas; y cuando llegue ese día quiero estar en condiciones de entrar en la jefatura precedido por una víctima propiciatoria y decir: “¡Eh chicos, aquí tenéis al criminal!”. Mientras pueda hacer eso, nada me impedirá reírme en la cara de todos los jueces y todas las leyes habidas y por haber. La primera vez que me falle, soy hombre muerto”. Esa primera vez no ha llegado todavía y no va a ser esta. Ya se lo digo yo”.
Brutal oda a la incorreción política de un personaje único,
que se encara con policías o fiscales como si fueran matones, que pacta
con unos, con otros y con ninguno al mismo tiempo. Una creación
puramente Hammett, a la que Huston y Bogart terminaron de dar imagen y a
la que tantos, tantos, deben tantísimo, lo reconozcan o no.
Al igual que el agente de la Continental, necesita de sus
excesos y su verborrea para ser grande, se crece en la violencia y se
diluye en los relatos en los que se reduce al trabajo detectivesco más
clásico. Puede que no guste a muchos, que hay quienes crean que ha
envejecido mal, que es un machista insoportable, ja, que su moral es de
otro mundo, que su radicalidad y su sinceridad no van a ninguna parte.
En efecto, por eso le queremos. Larga vida al hard boiled.