Siquiatría. Disminuye el consumo de Prozac en EE.UU. pero crece la investigación en neurociencias
NEUROCIENCIAS. Conforme vaya desapareciendo el reinado del Prozac, cobrará auge el imperio del ser humano basado en circuitos./revista Ñ |
La era de las drogas psiquiátricas tal vez haya llegado a un
punto crítico. Si bien se recetan medicaciones que alteran la mente en
cantidades récord, desde las aguas profundas de la neurociencia están
surgiendo indicios de un enfoque radicalmente nuevo del conocimiento y
el tratamiento de la enfermedad mental. Un gigantesco esfuerzo de
investigación, ya no centrado en desarrollar pastillas, ahora está
dirigido a modificar la función de circuitos neurológicos específicos
mediante la intervención física en el cerebro.
La señal más
perceptible de que las drogas cada vez más son vistas como la vanguardia
de ayer proviene del hecho rara vez mencionado de que casi todas las
grandes farmacéuticas han cerrado o reducido sus programas de
descubrimiento de drogas para los trastornos mentales y neurológicos. La
conciencia de que ha habido poca innovación auténtica desde que se
descubrieron las principales clases de drogas psiquiátricas en la década
de 1950 hizo que las perspectivas de venta futuras se vislumbren
sombrías. Desde entonces periódicamente aparecen drogas nuevas, a menudo
con menos efectos secundarios, pero la mayoría no son mucho mejores en
lo que hace a eficacia.
Esto en gran parte se debe a que esas
drogas suelen no ser muy específicas en sus efectos sobre el cerebro.
Por ejemplo, la fluoxetina (más conocida como Prozac) modifica los
niveles del neurotransmisor serotonina en las redes cerebrales que se
relacionan con el estado de ánimo, pero tiene el mismo efecto secundario
en las redes cerebrales que intervienen en la respuesta sexual,
produciendo con frecuencia el efecto secundario de dificultar el
orgasmo. El santo grial farmacéutico es desarrollar drogas que sean más
selectivas en sus efectos, pero este sueño de varios miles de millones
de dólares ha sido desechado por las grandes farmacéuticas por ser
demasiado difícil de concretar.
En su lugar hay una ciencia
centrada en comprender al cerebro como una serie de redes, cada una de
las cuales sostiene un aspecto distinto de nuestra experiencia y
comportamiento. De acuerdo con este análisis, el cerebro en cierta
medida se parece a una ciudad: no se puede entender el sentido del
conjunto sin conocer cómo interactúa cada cosa. Pocos habitantes de
Belfast que vivan en Shankill gastan su dinero en Falls Road y esto nos
dice mucho más sobre la ciudad –puesto que esas son las principales
zonas unionista y republicana respectivamente– que saber que el ingreso
promedio de cada zona es bastante parecido. Del mismo modo, saber que
las zonas clave del cerebro interactúan de manera diferente cuando
alguien está deprimido nos dice algo importante que un parámetro de la
actividad cerebral promedio pasaría por alto.
La idea es que
podemos entender mejor las emociones y comportamientos humanos complejos
entendiendo las redes neurológicas. Allí es donde está empezando a
surgir una nueva ola de interés en las neurociencias. El aumento del
interés no se refiere a los conceptos que, a decir verdad, se hicieron
moneda corriente a mediados del siglo XX sino a la medida en que la
investigación y el tratamiento se ven impulsados por un deseo de
identificar y modificar circuitos cerebrales clave.
Ya ha habido
grandes inversiones. La Casa Blanca de Obama prometió 3.000 millones de
dólares para desarrollar tecnología que ayude a identificar los
circuitos cerebrales, mientras que el Instituto Nacional de Salud Mental
de los EE.UU. prometió trasladar su financiamiento de siete cifras de
la investigación de las enfermedades como la esquizofrenia y la
depresión a un sistema que estudie cómo contribuyen las redes cerebrales
a dificultades que son comunes a distintos diagnósticos.
Las
nuevas tecnologías, entre las que se cuenta la optogenética, indican que
es posible un control aún más preciso de los circuitos cerebrales.
Mientras que la estimulación cerebral profunda consiste en estimular el
cerebro con corrientes eléctricas, la optogenética se basa en inyectar
neuronas con un virus benigno que contiene la información genética de
las proteínas fotosensibles. Las neuronas entonces se vuelven ellas
mismas fotosensibles y su actividad puede ser controlada por medio de
destellos de luz de milisegundos enviados a través de cables de fibra
óptica insertados.
La revolución científica en la identificación y
manipulación de los circuitos cerebrales ya está en marcha. Además,
dado que se han asignado miles de millones de dólares a la investigación
en los próximos diez años, la revolución médica probablemente siga en
las décadas posteriores. Los avances en neurociencia no son sólo
descubrimientos; también afectan el modo en que nos vemos a nosotros
mismos. Conforme vaya desapareciendo el reinado del Prozac, cobrará auge
el imperio del ser humano basado en circuitos, probablemente hasta tal
punto que la jerga de la neurociencia de los sistemas llegará a formar
parte de la conversación corriente. Pero estas son herramientas que nos
ayudarán a entender a la humanidad, no nuestra humanidad misma.
Sentiremos pena por la pérdida de un ser querido, felicidad al cumplirse
nuestros deseos más profundos, y ninguna de las dos cosas podría
explicarse sólo por los circuitos neurológicos. La vida se extenderá más
allá de los confines de nuestro mundo interior.
El autor es psicólogo clínico e investigador visitante del Instituto de Psiquiatría de King’s College London.
(c) The Guardian.
Traducción: Elisa Carnelli
Traducción: Elisa Carnelli