El Nobel de literatura 2003, J. M. Coetzee, volvió a nuestro país invitado por el Fondo de Cultura Económica y las universidades Central y Autónoma de Bucaramanga
En el enigmático carácter del escritor Coetzee pocas son las
sonrisas afloran. Pero el año pasado, en el almuerzo de despedida de su
primer viaje a nuestro país, no solo le dio rienda suelta a su alegría,
también afirmó que desde ese momento estaba pensando en volver a
Colombia. Y no mintió. Este año incluyó a Bogotá y Bucaramanga en la
gira de lanzamiento de su biblioteca personal, una colección de la
editorial argentina El Hilo de Ariadna, que comprende doce clásicos de
la literatura considerados por él como obras intensas y fundamentales en
su formación como escritor.
Durante su viaje a Colombia, que
concluyó este fin de semana, ofreció tres conferencias sobre dicha
colección, acompañado por su colega y amiga María Soledad Constantini,
directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Malba, y de la
editorial El Hilo de Ariadna. El 26 de agosto se presentó en el
Auditorio Mayor Carlos Gómez Albarracín, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, durante la decimosegunda versión de la feria del libro de
esa ciudad. Allí ofreció un conversatorio con el escritor colombiano
Juan Gabriel Vásquez frente a un auditorio de 800 personas.
A la
Universidad Central asistió el 27 de agosto, donde precedió el foro Las
lecturas de J. M. Coetzee en el Teatro de Bogotá, invitado por el
Departamento de Humanidades y Letras, responsable de que él decidiera
venir por primera vez a nuestro país en 2013, cuando el Nobel fue el
protagonista del primer seminario internacional de autor, en el marco
del lanzamiento de la Maestría en Creación Literaria de ese centro
educativo.
Finalmente, el 28 de agosto, Coetzee presentó la
lectura de su cuento inédito A house in Spain, en el auditorio del
Centro Cultural Gabriel García Márquez. Las lecturas fueron hechas en
inglés por él mismo, de manera que el público pudo disfrutar la
delicadeza de su pronunciación, enérgica y al mismo tiempo sosegada,
como las olas de un mar en calma. Posteriormente, Constantini leía la
traducción de los párrafos al castellano.
En las intervenciones
que hizo en las dos universidades, el Nobel se refirió a la Biblioteca
Personal de Jorge Luis Borges como uno de los proyectos que inspiraron
su nueva colección. No obstante, aseguró que “el proyecto de Borges no
era demasiado ambicioso desde el punto de vista filosófico. De hecho, no
era un proyecto filosófico, pues hacer una introducción de un canon
literario alternativo era una tarea que habría podido hacer el Borges
joven, mucho más aventurero, pero no era una tarea posible para el
Borges anciano”. Al morir, el escritor argentino apenas había sacado 67
de los 100 libros que componían el listado.
Por ello, el objetivo
de Coetzee no fue, en absoluto, hacer una imitación de esa
Biblioteca Personal, sino presentar una colección más humilde, de doce
autores en traducción al castellano, a través de los libros que él
consideró, habían sido escritos por sus autores en el punto más intenso
de sus carreras literarias. No obstante, antes de hablar de las
presencias, el nobel hizo referencia a las ausencias de su colección. La
guerra y la paz, de León Tolstoi, así como los libros de Dostoyevski,
Joyce y Proust no fueron incluidos porque han sido ampliamente editados
en sus versiones en español y Coetzee quiso presentarnos obras menos
conocidas. Con respecto al Quijote, consideró inapropiado recomendarles a
los lectores hispanohablantes la mayor obra de la literatura
castellana.
Por otro lado, según la Ley
Internacional de Derechos
de Autor, solo después de 70 años de fallecido un escritor su obra puede
considerarse de dominio público y sus libros se pueden traducir y
publicar libremente, así que Coetzee no pudo considerar autores
fallecidos después de 1944, con excepción de Samuel Beckett, quien murió
en 1989, cuyos derechos de Watt tuvieron la fortuna de conseguir. Sin
embargo, el Nobel aseguró que le habría gustado incluir, entre otros, a
William Faulkner y Albert Camus en su Biblioteca Personal.
Hasta
ahora la editorial ha lanzado los libros La muerte de Iván Ilich /
Patrón y peón / Hadji Murat, de León Tolstoi; El ayudante, de Robert
Walser; Madame Bobary, de Gustave Flaubert; Tres mujeres / Uniones, de
Robert Musil; La Marquesa de O. / Michael Kohlhaas, de Heinrich Von
Kleist; y La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne. Con estos libros
en sus manos, el nobel se dirigió al público para hablar poéticamente de
ellas, haciendo alusión a la lucha intelectual y emocional de los
autores que las escribieron.
Coetzee habló ampliamente de Walser,
escritor suizo que pasó sus últimos años en una clínica psiquiátrica y
al morir dejó una amplia obra escrita en letra diminuta, aunque
aseguraba que “no estaba allí para escribir, sino para ser loco”. Al
respecto, el Nobel opina que, contrario a lo que se suele pensar, la
locura no es un estado sagrado ni da acceso a un mundo que está más allá
del alcance de la gente común. Tampoco es una condición que facilite la
escritura, sino que por el contrario, la dificulta, al tiempo que hace
al escritor un ser desgraciado.
Durante su intervención, el autor
se refirió de manera particular al doceavo título de la colección, que
constituye una antología de poesía y que será lanzado en 2015. “El mayor
placer que tuve al armar esta biblioteca fue hacer la selección de los
poetas cuya obra admiro y de la que he aprendido. Abarca desde poetas
anónimos pertenecientes a la tradición oral africana y australiana hasta
poetas más jóvenes que yo, en una gran variedad de lenguas”, aseguró
Coetzee.
Cuando Coetzee nos visitó en abril de 2013 se
sorprendió gratamente por el gran número de lectores con quienes contaba
en nuestro país. Las regalías de Colombia le llegan por Panamá, dijo,
por lo que no se había imaginado que lo estuviéramos leyendo. Tal vez
por eso, como un animal que ya conoce el camino y cuyos pasos se definen
con mayor seguridad, este gran escritor regresó a nosotros y, de hecho,
se mostró más abierto y espontáneo, firmó autógrafos voluntariamente al
finalizar sus lecturas, sonrió mucho más y estuvo menos tenso con las
cámaras, los cocteles y el roce social al que lo obliga la fama. A fin
de cuentas, él mismo asegura que “un gran escritor se convierte en
propiedad de todos nosotros”.
Descifrando a Coetzee
Hay tres
razones por las cuales Coetzee es objeto de admiración en el mundo
de las letras. En primer lugar, por su prolífica obra literaria: 21
libros de novelas y ensayos publicados entre 1974 y 2014 que lo han
hecho merecedor de los máximos galardones, entre ellos el Premio Nobel
de Literatura 2003 y el Booker Prize, que recibió dos veces. Segundo,
porque durante toda su vida ha sido profesor. Trabajó en las
universidades de Texas y la Estatal de Nueva York, en Estados Unidos; en
la de Ciudad del Cabo, en su país natal, Sudáfrica, donde estudio
lengua y literatura inglesa y matemáticas y adonde regresó para ejercer
como docente durante más de una década; y actualmente, en la Universidad
de Adelaida, en Australia. Tercero, por una mezcla entre las
circunstancias que han marcado su vida y el carácter que construyó en
torno o, incluso, a pesar de ellas. Un carácter a menudo
indescriptible, pero del cual se pueden destacar características que
convierten a Coetzee en un hombre excepcional.
Coetzee vivió
en carne propia el crimen y censura del apartheid, una experiencia
reveladora para el autor de Contra la censura, ensayos sobre la pasión
de silenciar (1997), sobre la cual hablaría desde dos perspectivas en
Verano (2009), una de sus obras autobiográficas. "(A Coetzee) le
ilusionaba pensar que un día la política y el Estado se desvanecerían.
Yo llamaría a esa actitud utópica. Por otro lado, no movía un solo dedo
con la esperanza de que esos anhelos utópicos llegaran a realizarse. Era
demasiado calvinista para eso”. Más adelante, haciendo referencia a los
sudafricanos de piel blanca, escribe: "Teníamos un derecho abstracto a
estar allí, un derecho de nacimiento, pero la base de ese derecho era
fraudulenta. Nuestra presencia se cimentaba en un delito, el de la
conquista colonial, perpetuado por el apartheid. (...) Nos
considerábamos transeúntes, residentes temporales, y en ese sentido sin
hogar, sin patria”. ¿Será esta la principal razón que impulsó a
Coetzee a radicarse en Australia, e incluso a pronosticar que moriría en
ese país, como lo relata en esa misma novela?
Este, como muchos
otros aspectos de su personalidad, parece componer el enigmático
rompecabezas para descifrar a Coetzee, un autor que, contrario a
casi todos sus contemporáneos, ha mantenido la vida privada al margen de
la figura pública. No solo es reacio en su contacto con los medios sino
que las muy pocas veces en las que les ofrece entrevistas a los
periodistas, sus respuestas son lacónicas. “Coetzee siempre ha tenido
ese defecto: tomarse las preguntas demasiado al pie de la letra, así
como responderlas con excesiva brevedad. Esa gente no quiere respuestas
breves. Quieren algo más pausado, más expansivo, algo que les permita
discernir qué clase de individuo tienen delante”.
Del mismo modo
en que nos atrae lo que está escondido y nos interesamos más por lo
incomprensible, nos gusta Coetzee. Por qué nos gusta es mejor no
explicarlo, pues como dice él mismo: “no estoy seguro de que resulte
bueno ser demasiado consciente de los propios gustos, no vaya a ser que
se petrifiquen y dejen de crecer”.
Periodista y jefe de prensa de la Universidad Central.