De la fantasía y otras nieblas
Levedad
Amílcar Bernal
Calderón
La mariposa le teme al huracán, pues odia viajar sin
preparar los mínimos detalles.
Buceo
Carlos Bégue
Para el deán del cabildo
perderse con relatos fantásticos es rutina. Su biblioteca atesora centenares de
volúmenes. Todos tienen un tema común: lo desconocido. Aunque está en paz con
Dios y la mayoría de sus criaturas, no haber atravesado aquella frontera lo
descorazona. Una tórrida noche de enero lee en la bañera del palacio arzobispal
cuentos de la dinastía Ming. No puede conocer el final: al quitar el tapón se
escurre con las aguas.
Celos
Alejandra Ulloa
Hubo un tiempo en que los animales
les hablaban. Las palomas mensajeras iban y venían llevando poemas de amor
entre los hombres.
Un día un hombre celoso mató a
una paloma, y la Magia, entristecida, enmudeció al resto de ellas para
protegerlas.
Su despreocupada nieta, la
Tecnología, ni se inmutó y con un dibujo y dos circuitos, engendró el fax.
Los abuelos
Dalia Subacius Folch
“Amarrarse con un cordel el
dedo gordo del pie a la cama. Un papelito con nombre y dirección en el bolsillo
de la pijama. Los mayores deberán llevar las gafas y el pasaporte”. A la mañana
siguiente había que ponerse en fila frente al baño y dejarse contar. Mi abuelo
creía que los niños podíamos volar mientras dormíamos y amanecer del otro lado
del mar. “Cosas de viejos”, decía mi abuela, “¿Cuándo has visto que falte
alguno de ustedes?”. Y era verdad, siempre estábamos completos, pero ella se
levantaba tarde en la noche y nos cerraba la ventana de la habitación por
fuera.
Deslamparados
Liliana V. Blum
Los genios viajaban
concediendo tres deseos a quienes frotaran sus lámparas maravillosas.
Existieron, otros genios que iban por ahí sin llevar lámpara alguna. Preferían
que las personas frotaran lo que mejor les pareciera.
De esta segunda clase hubo
agradecidos genios que llegaban a conceder hasta cien deseos.
Poca fe
Pol Quentin
En Misore, el famoso Fakir Sar
Miy Maharam ejecuta el famoso ejercicio de la cuerda india ante una docena de
espectadores indígenas y un ciudadano británico.
Maharam comienza por trazar un
amplio círculo en el suelo, con la ayuda de un trozo de carbón, y ruega a los
espectadores no tropezar ese trazo.
Seguidamente lanza al cielo
una cuerda de unos quince metros de longitud, que se mantiene tirante en el
espacio. A continuación emprende la ascensión.
Casi ha llegado al extremo
cuando el inglés, incrédulo de que no haya superchería, franquea el círculo
prohibido. En ese instante la cuerda se destensa y el escalador se estrella
contra el suelo y muere.
La competencia
Luis C. A. Gutiérrez Negrín
Detuvo su alocada carrera para
descansar unos instantes. Trató de detectar la cercanía de algún otro
competidor, pero los impulsos de su larga cola le habían proporcionado, casi
desde la salida, una cómoda ventaja sobre los demás. Se sintió orgulloso de su
apéndice, más largo y flexible que el de todos los de su generación. No en
balde se había pasado prácticamente toda su vida ejercitándose y preparándose
para la gran carrera.
Mientras reanudaba su camino,
un poco más tranquilo, no pudo evitar un estremecimiento al recordar que,
después de todo, se acercaba al final de su vida. El objetivo final de la
carrera era la muerte. Lo sabía, como todos, desde su nacimiento y había sido
preparado para aceptarlo. Sabía también que para el triunfador de la carrera
estaba prometida la otra vida. La vida eterna, según algunos. Una vida en otra
dimensión, en otro universo, radicalmente distinto e imposible de imaginar,
según otros. Una vida en la que seguiría siendo el mismo, pero a la vez sería
otro, algo que no comprendía del todo pero deseaba creer.
Seguía nadando a toda
velocidad y de pronto supo que estaba frente a su objetivo, aunque nunca antes
lo hubiera conocido. Tal como decían las tradiciones, ahí estaba el pequeño
agujero luminoso, justo del tamaño adecuado para que pasara por él. Pero ¿qué
habría más allá? ¿Era posible que miles, quizá millones estuvieran condenados a
muerte y sólo uno —el mejor— pudiera pasar? ¿Había realmente otra vida o, al
revés de lo que se le había enseñado, sólo el mejor debería morir para que los
demás sobrevivieran?
Mientras se debatía en la
duda, un grupo de competidores se le adelantó. Uno de ellos, sin pensarlo
mucho, se lanzó de cabeza al agujero y la luz desapareció. Sin embargo, el
espermatozoide todavía pudo darse cuenta, antes de morir con los demás, que la
cola del ganador no podía compararse de ningún modo con la suya.