La figura puede aplicarse, por propiedad transitiva, al oficio de escritor. Quizá como nunca hay autores que, más allá de la edad y lejos del pedestal de la obra consumada, publican como si la escritura fuera un interrogante continuo, una forma de lidiar sin repetirse con el asombro
Bildungsroman
(novela de formación o de aprendizaje) y "educación sentimental", si se
amplía el concepto con el título de Flaubert, son los nombres que se da
a las narraciones que siguen la evolución de un personaje desde la
primera juventud hasta la vida adulta. En La huida , Adam
Thirlwell, el muy joven escritor británico, toma como protagonista a un
banquero retirado, casi octogenario, pero impulsivo y vital. Las razones
de la elección no carecen de brillantez: en el mundo contemporáneo,
anota Thirlwell, los únicos que pueden ser objeto novedoso de un Bildungsroman
son los mayores. La creciente esperanza de vida, su mayor actividad y
la angustia de educarse en las perplejidades de un mundo cambiante
podrían dar nueva fuerza a un género agotado.
La figura puede
aplicarse, por propiedad transitiva, al oficio de escritor. Quizá como
nunca hay autores que, más allá de la edad y lejos del pedestal de la
obra consumada, publican como si la escritura fuera un interrogante
continuo, una forma de lidiar sin repetirse con el asombro. En Estados
Unidos puede nombrarse a William Gass o a John Barth. También al
exquisito James Salter (1925), que dio a conocer el año último All That I s (Salamandra acaba de lanzar la novela en español con el leal título Todo lo que hay
), una narración que puede leerse como una educación sentimental a
largo plazo: sigue a su protagonista, Philip Bowman, desde la juventud
hasta entrados sus setenta años. El acto fundante y disruptivo no es la
infancia sino Okinawa, durante la Segunda Guerra Mundial, para después
remontar toda la línea cronológica de lo que resta del siglo XX. En
Manhattan, Bowman ingresa casi casualmente en el mundo de la edición de
libros y al compás de su trabajo se declinan viajes, amores, algunas
tragedias, incluso una sorprendente escena de venganza que Salter
resuelve con maestría zen. El aprendizaje del soltero Bowman es, claro
está, paradójico. En los momentos clave parece a punto de convertirse en
otro, pero la novela se funda en esa decepción: los años parecen haber
dejado de ser sinónimo de experiencia, son un rito de pasaje, el eco de
una nostalgia.
La prosa de Salter tiene las indescriptibles
cualidades combinatorias de la precisión minimalista y del brillo
pictórico. Ex aviador militar que abandonó todo por la literatura, el
escritor no oculta sus deudas. Sorprendentemente, suele nombrar a André
Gide (el de Los alimentos terrestres antes que el de Los monederos falsos
) como inspiración central. Es, podría decirse, el más francés de los
escritores norteamericanos (o el más norteamericano de los escritores
franceses, como se suele bromear respecto de Wallace Stevens). Además de
en Todo lo que hay , esa afinidad se deja ver en sus dos grandes clásicos, que por suerte acaban de reeditarse: A Sport and a Pastime ( Juego y distracción ), su erótico tour de force de ambiente europeo, y Años luz , donde cuenta la lenta destrucción de un matrimonio.