lunes, 11 de agosto de 2014

El norteamericano más francés

La figura puede aplicarse, por propiedad transitiva, al oficio de escritor. Quizá como nunca hay autores que, más allá de la edad y lejos del pedestal de la obra consumada, publican como si la escritura fuera un interrogante continuo, una forma de lidiar sin repetirse con el asombro

 
James Slater, escritor estadounidense, autor de una obra de educación sentimental./adncultura.com
  
Bildungsroman (novela de formación o de aprendizaje) y "educación sentimental", si se amplía el concepto con el título de Flaubert, son los nombres que se da a las narraciones que siguen la evolución de un personaje desde la primera juventud hasta la vida adulta. En La huida , Adam Thirlwell, el muy joven escritor británico, toma como protagonista a un banquero retirado, casi octogenario, pero impulsivo y vital. Las razones de la elección no carecen de brillantez: en el mundo contemporáneo, anota Thirlwell, los únicos que pueden ser objeto novedoso de un Bildungsroman son los mayores. La creciente esperanza de vida, su mayor actividad y la angustia de educarse en las perplejidades de un mundo cambiante podrían dar nueva fuerza a un género agotado.
La figura puede aplicarse, por propiedad transitiva, al oficio de escritor. Quizá como nunca hay autores que, más allá de la edad y lejos del pedestal de la obra consumada, publican como si la escritura fuera un interrogante continuo, una forma de lidiar sin repetirse con el asombro. En Estados Unidos puede nombrarse a William Gass o a John Barth. También al exquisito James Salter (1925), que dio a conocer el año último All That I s (Salamandra acaba de lanzar la novela en español con el leal título Todo lo que hay ), una narración que puede leerse como una educación sentimental a largo plazo: sigue a su protagonista, Philip Bowman, desde la juventud hasta entrados sus setenta años. El acto fundante y disruptivo no es la infancia sino Okinawa, durante la Segunda Guerra Mundial, para después remontar toda la línea cronológica de lo que resta del siglo XX. En Manhattan, Bowman ingresa casi casualmente en el mundo de la edición de libros y al compás de su trabajo se declinan viajes, amores, algunas tragedias, incluso una sorprendente escena de venganza que Salter resuelve con maestría zen. El aprendizaje del soltero Bowman es, claro está, paradójico. En los momentos clave parece a punto de convertirse en otro, pero la novela se funda en esa decepción: los años parecen haber dejado de ser sinónimo de experiencia, son un rito de pasaje, el eco de una nostalgia.
La prosa de Salter tiene las indescriptibles cualidades combinatorias de la precisión minimalista y del brillo pictórico. Ex aviador militar que abandonó todo por la literatura, el escritor no oculta sus deudas. Sorprendentemente, suele nombrar a André Gide (el de Los alimentos terrestres antes que el de Los monederos falsos ) como inspiración central. Es, podría decirse, el más francés de los escritores norteamericanos (o el más norteamericano de los escritores franceses, como se suele bromear respecto de Wallace Stevens). Además de en Todo lo que hay , esa afinidad se deja ver en sus dos grandes clásicos, que por suerte acaban de reeditarse: A Sport and a Pastime ( Juego y distracción ), su erótico tour de force de ambiente europeo, y Años luz , donde cuenta la lenta destrucción de un matrimonio.