Ofrecemos un extracto de la biografía de Robert Polito sobre el mítico escritor de novela negra, que publica EsPop Ediciones
Jim Thompson, autor estadounidense de 1280 almas./elcultural.es |
Portada Arte salvaje de Roberto Polito, biografía. |
Diecinueve
meses, tan solo: ese fue el tiempo que empleó Jim Thompson en levantar
una obra acorde a su leyenda. Diecinueve meses que van desde septiembre
de 1952 a marzo de 1954 y que le sirvieron al escritor americano para
concluir todas y cada una de las novelas que le dan la fama hoy. Antes
había escrito más, y luego siguió haciéndolo, pero, como sostiene Robert
Polito en Arte Salvaje. Una biografía de Jim Thompson (EsPop ediciones), "si
hubiera fallecido antes del otoño de 1952 (...), actualmente sólo se le
recordaría en un puñado de incitantes notas a pie de página". A
cambio hoy el de Oklahoma figura en el panteón ilustre del género como
escritor de culto y maestro de la novela negra sangrienta, dura y
directa.
Ofrecemos a continuación un extracto de la biografía de Polito, que enmarca al autor de obras como El asesino dentro de mí, Noche salvaje, El criminal o Una mujer endemoniada entre "otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley".
Ofrecemos a continuación un extracto de la biografía de Polito, que enmarca al autor de obras como El asesino dentro de mí, Noche salvaje, El criminal o Una mujer endemoniada entre "otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley".
Empecé a sentir aquellas punzadas de náusea mental que siempre
anuncian la llegada de mi musa.
Clinton Brown, Asesino burlón
Si Jim Thompson hubiera fallecido antes del otoño de 1952 (macerado en Jack Daniels, ahumado en Pall Malls y quemado a los cuarenta y seis), actualmente sólo se le recordaría en un puñado de incitantes notas a pie de página. Su temporada al frente del Proyecto Federal de Escritores de Oklahoma habría sido citada de pasada en libros sobre el New Deal y la WPA. Puede que Aquí y ahora y El trueno se hubieran colado en algún que otro inventario académico de la novela proletaria y agraria. Sólo un asesinato podría haberse hecho un hueco en los caros catálogos dedicados a ediciones originales de la era clásica del género negro, puede que incluso llegando a conquistar a un reducido grupo de fans que se habrían lamentado pensando en lo que pudo ser y no fue.
Thompson grabó a fuego su reputación bien entrado en la madurez. Descargando en diecinueve decisivos meses todo el trabajo y el arte de una vida malgastada, escribió, entre septiembre de 1952 y marzo de 1954, doce nuevas novelas, casi todas para Lion Books. Su pasmosa producción de primeros de los cincuenta distorsiona los marcados contornos de su cronología como un enorme animal atravesado en el vientre de una pitón, y comprende sus obras más ambiciosas y demoledoras: El asesino dentro de mí; Noche salvaje; El criminal; Una mujer endemoniada; Asesino burlón; Un cuchillo en la mirada; El exterminio. Sus editores no se pondrían al día con su producción hasta 1957. Aunque Thompson escribió posteriormente otros libros audaces y acerbos, si hubiera fallecido en la primavera de 1954 su legado literario habría seguido siendo esencialmente el mismo que es hoy.
Las novelas de Thompson vuelven la mirada hacia el hombre marginado de los años treinta, pero encajan de lleno en los cincuenta. "Estos han sido los años de conformidad y depresión", atronaba Norman Mailer en El negro blanco, el ensayo que popularizó al hipster como psicópata. "La Segunda Guerra Mundial puso frente a la condición humana un espejo que cegó a todos aquellos que se miraron en él. […] Si la sociedad era así de sanguinaria, entonces ¿quién podría ignorar la más espantosa de las preguntas acerca de su propia naturaleza?". Frente a la mueca de Eisenhower y las sonrisas satisfechas de la publicidad, Thompson enunciaba una negación, una repulsa, escogiendo y desgranando una cultura de la pérdida, la alienación, la desesperanza y el fracaso. Frente a la utopía suburbana de Father Knows Best -la longeva serie de televisión cuyo estreno coincidió con la publicación de Asesino burlón-, Thompson abría un forúnculo en el Sueño Americano, mostrando una pesadillesca familia de padres débiles y despectivos, madres sofocantes, esposas mandonas, maridos impotentes y parientes incestuosos. Los cincuenta forjaron una década compleja y polifacética, refractaria a resúmenes facilones. Poco después de haber superado la mitad del siglo, los asesinos en serie "psicópatas" (ya fuese el vecinito de al lado que se lía a tiros como Charley Starkweather o un caníbal chistoso como Ed Gein) comenzaron a generar noticias y una mitología propia, alentando con sus crímenes un nuevo folklore mediático de películas, libros y canciones. Las novelas de Thompson se suman e incluso se adelantan a otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley.
Una idea equivocada, popularizada tras el revival de Thompson, es la de que publicó igual que falleció: como un escritor perdido e ignorado. Sus novelas de los cincuenta agotaban sus tiradas de entre 200.000 y 250.000 ejemplares. Durante una era en la que la etiqueta "un hombre de 10.000 dólares" se usaba como designación de un sueldo anual respetable, Thompson se embolsaba adelantos de 2.500 por cada uno de los libros que salían de su aporreada máquina de escribir en espasmos bimensuales. A pesar de que en ocasiones intentasen amansar su visión, sus editores respetaban su talento y su talla única entre la "brigada de los 25¢". En 1952, Lion Books intentó presentar El asesino dentro de mí al National Book Award como "la novela más genuinamente original del año". Un memorando editorial de New American Library alardeaba de que "Jim Thompson es un escritor especial y, sin embargo, aunque parezca paradójico, un escritor para cientos de miles de lectores. Su prosa concisa sirve para iluminar hechos en los que las pasiones de hombres y mujeres quedan reveladas en toda su furia desnuda y primitiva". Los libros de Thompson hallaron honores en círculos inesperadamente elevados. Anthony Boucher, decano de la ficción fantástica y criminal norteamericana, ensalzó prácticamente todos sus libros en las ediciones originales de quiosco en The New York Times Book Review, y en términos que anticipan la actual corriente de reivindicación de su obra. En su reseña de Noche salvaje, Boucher se maravillaba: "Aunque escrita con vigor y mordacidad, se desprende del realismo para desembocar en un peculiar desenlace surrealista de puro horror granguiñolesco. No deja de ser curioso que un libro de bolsillo destinado al consumo masivo contenga la prosa más experimental que he visto en los últimos tiempos en una novela de suspense".
De este modo, a primeros de los cincuenta, los libros más negros de Thompson dieron pie a su edad de oro, el único periodo de su vida que recordaría con una nostalgia evidente. El novelista Harlan Ellison conoció a Thompson en Lion Books en 1956, cuando el veterano autor le preguntó si no tendría otra barra de chicle Dentyne; más de una década después, retomaron su amistad en Hollywood. "Iba a visitarle y nos poníamos a rememorar como dos tipos que hubieran mantenido una relación mucho más íntima de lo que en realidad lo había sido la nuestra", recuerda Ellison sobre las largas tardes compartidas con Thompson en All-American Burger o en Musso & Frank Grill a finales de los años sesenta. "Llegado aquel momento, Jim estaba más bien acabado y nadie le prestaba demasiada atención. Nos sentábamos y charlábamos durante horas y más horas, sobre escribir, sobre aprender a escribir, pero sobre todo sobre cómo era Nueva York en los cincuenta. Jim parecía lamentar el paso del tiempo".
Clinton Brown, Asesino burlón
Si Jim Thompson hubiera fallecido antes del otoño de 1952 (macerado en Jack Daniels, ahumado en Pall Malls y quemado a los cuarenta y seis), actualmente sólo se le recordaría en un puñado de incitantes notas a pie de página. Su temporada al frente del Proyecto Federal de Escritores de Oklahoma habría sido citada de pasada en libros sobre el New Deal y la WPA. Puede que Aquí y ahora y El trueno se hubieran colado en algún que otro inventario académico de la novela proletaria y agraria. Sólo un asesinato podría haberse hecho un hueco en los caros catálogos dedicados a ediciones originales de la era clásica del género negro, puede que incluso llegando a conquistar a un reducido grupo de fans que se habrían lamentado pensando en lo que pudo ser y no fue.
Thompson grabó a fuego su reputación bien entrado en la madurez. Descargando en diecinueve decisivos meses todo el trabajo y el arte de una vida malgastada, escribió, entre septiembre de 1952 y marzo de 1954, doce nuevas novelas, casi todas para Lion Books. Su pasmosa producción de primeros de los cincuenta distorsiona los marcados contornos de su cronología como un enorme animal atravesado en el vientre de una pitón, y comprende sus obras más ambiciosas y demoledoras: El asesino dentro de mí; Noche salvaje; El criminal; Una mujer endemoniada; Asesino burlón; Un cuchillo en la mirada; El exterminio. Sus editores no se pondrían al día con su producción hasta 1957. Aunque Thompson escribió posteriormente otros libros audaces y acerbos, si hubiera fallecido en la primavera de 1954 su legado literario habría seguido siendo esencialmente el mismo que es hoy.
Las novelas de Thompson vuelven la mirada hacia el hombre marginado de los años treinta, pero encajan de lleno en los cincuenta. "Estos han sido los años de conformidad y depresión", atronaba Norman Mailer en El negro blanco, el ensayo que popularizó al hipster como psicópata. "La Segunda Guerra Mundial puso frente a la condición humana un espejo que cegó a todos aquellos que se miraron en él. […] Si la sociedad era así de sanguinaria, entonces ¿quién podría ignorar la más espantosa de las preguntas acerca de su propia naturaleza?". Frente a la mueca de Eisenhower y las sonrisas satisfechas de la publicidad, Thompson enunciaba una negación, una repulsa, escogiendo y desgranando una cultura de la pérdida, la alienación, la desesperanza y el fracaso. Frente a la utopía suburbana de Father Knows Best -la longeva serie de televisión cuyo estreno coincidió con la publicación de Asesino burlón-, Thompson abría un forúnculo en el Sueño Americano, mostrando una pesadillesca familia de padres débiles y despectivos, madres sofocantes, esposas mandonas, maridos impotentes y parientes incestuosos. Los cincuenta forjaron una década compleja y polifacética, refractaria a resúmenes facilones. Poco después de haber superado la mitad del siglo, los asesinos en serie "psicópatas" (ya fuese el vecinito de al lado que se lía a tiros como Charley Starkweather o un caníbal chistoso como Ed Gein) comenzaron a generar noticias y una mitología propia, alentando con sus crímenes un nuevo folklore mediático de películas, libros y canciones. Las novelas de Thompson se suman e incluso se adelantan a otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley.
Una idea equivocada, popularizada tras el revival de Thompson, es la de que publicó igual que falleció: como un escritor perdido e ignorado. Sus novelas de los cincuenta agotaban sus tiradas de entre 200.000 y 250.000 ejemplares. Durante una era en la que la etiqueta "un hombre de 10.000 dólares" se usaba como designación de un sueldo anual respetable, Thompson se embolsaba adelantos de 2.500 por cada uno de los libros que salían de su aporreada máquina de escribir en espasmos bimensuales. A pesar de que en ocasiones intentasen amansar su visión, sus editores respetaban su talento y su talla única entre la "brigada de los 25¢". En 1952, Lion Books intentó presentar El asesino dentro de mí al National Book Award como "la novela más genuinamente original del año". Un memorando editorial de New American Library alardeaba de que "Jim Thompson es un escritor especial y, sin embargo, aunque parezca paradójico, un escritor para cientos de miles de lectores. Su prosa concisa sirve para iluminar hechos en los que las pasiones de hombres y mujeres quedan reveladas en toda su furia desnuda y primitiva". Los libros de Thompson hallaron honores en círculos inesperadamente elevados. Anthony Boucher, decano de la ficción fantástica y criminal norteamericana, ensalzó prácticamente todos sus libros en las ediciones originales de quiosco en The New York Times Book Review, y en términos que anticipan la actual corriente de reivindicación de su obra. En su reseña de Noche salvaje, Boucher se maravillaba: "Aunque escrita con vigor y mordacidad, se desprende del realismo para desembocar en un peculiar desenlace surrealista de puro horror granguiñolesco. No deja de ser curioso que un libro de bolsillo destinado al consumo masivo contenga la prosa más experimental que he visto en los últimos tiempos en una novela de suspense".
De este modo, a primeros de los cincuenta, los libros más negros de Thompson dieron pie a su edad de oro, el único periodo de su vida que recordaría con una nostalgia evidente. El novelista Harlan Ellison conoció a Thompson en Lion Books en 1956, cuando el veterano autor le preguntó si no tendría otra barra de chicle Dentyne; más de una década después, retomaron su amistad en Hollywood. "Iba a visitarle y nos poníamos a rememorar como dos tipos que hubieran mantenido una relación mucho más íntima de lo que en realidad lo había sido la nuestra", recuerda Ellison sobre las largas tardes compartidas con Thompson en All-American Burger o en Musso & Frank Grill a finales de los años sesenta. "Llegado aquel momento, Jim estaba más bien acabado y nadie le prestaba demasiada atención. Nos sentábamos y charlábamos durante horas y más horas, sobre escribir, sobre aprender a escribir, pero sobre todo sobre cómo era Nueva York en los cincuenta. Jim parecía lamentar el paso del tiempo".