La mentira constituye la herramienta de White para conducir su doble vida. La manutención futura de su familia le excusa, a riesgo de que su cuñado policía lo atrape, su mujer acumule aún más miedo que dinero o su hijo con parálisis cerebral descubra en su padre el peor modelo de conducta
Walter White en la piel de Bryan Cranston, el antihéroe más premiado./elmundo.es |
Cuando a un hombre de vida ejemplar le diagnostican un cáncer de
pulmón terminal sin tan siquiera fumar no queda más remedio que
replantearse la composición de las acciones pasadas y futuras. Un buen
tipo, profesor de química, reacciona. Opta por cocinar metanfetamina
para cubrir las necesidades económicas familiares que su sueldo en la
enseñanza jamás podría asumir. La presencia de los ámbitos médico y
docente, además de la organización paralela del narcotráfico, invitan a
pensar que Breaking Bad hará una crítica social sobre lo bueno y lo malo
del sistema; o que la serie se centrará en la droga, en las ganancias
que provee a quien la distribuye y las pérdidas que puede acarrear a
quienes las consumen. La serie rechaza todas esas posibles
aproximaciones a la historia de Walter White. Sólo importan los actos
del honorable maestro desbocado por sus sorprendentes aptitudes para la
vileza. Hay una historia, la de un antihéroe.
Sin embargo, White toma un camino que antihéroes previos no habían
seguido. ¿Es el Tony Soprano que cena con su familia en el último
episodio de Los Soprano muy diferente al que picotea de la
nevera al comienzo de esa serie? No tanto. En cambio, en White se opera
una brutal metamorfosis, tal y como avanza el profesor en el primer
episodio ante sus alumnos: "La química es el estudio de la materia, pero
prefiero verla como el estudio del cambio".
En esa lección inicial, White habla de crecimiento, de descomposición
y de transformación. Un hombre honrado e inteligente que explica la
asignatura de química con pasión necesita recurrir al pluriempleo en un
túnel de lavado. Siglo XXI, Albuquerque (Nuevo México), por ejemplo.
Así, de Jekyll surgirá un monstruoso Hyde que el espectador no sólo
justificará, sino que celebrará, prefiriendo la inmoralidad creciente
del narcotraficante a la rectitud del maestro original. La mayor parte
del público se abandona al relativismo moral del rebelde; salvo un
reducto de espectadores, una suerte de reserva moral que aún se acuerda
de que el fin no justifica los medios, por lo que la caída de Walter es
en verdad el único escenario moralmente plausible. A ellos, gracias.
Vince Gilligan, creador de la serie, con Aaron Paul, que interpreta a Jesse Pinkman.
La mentira constituye la herramienta de White para conducir su doble
vida. La manutención futura de su familia le excusa, a riesgo de que su
cuñado policía lo atrape, su mujer acumule aún más miedo que dinero o su
hijo con parálisis cerebral descubra en su padre el peor modelo de
conducta. Al margen del cáncer, este déspota quiere vivir. La droga a la
que se vuelve adicto Walter White no es la que cocina. El protagonista
ama a sus dos hijos, Walter Junior y Holly, pero quizás no tanto como a
su orgullo y a su ambición.
Como en una interpretación viciada de la obra de Friedrich Nietzsche
("Antes que resignaros, arrojaos en brazos de la desesperación",
recomendaba Zaratustra a los hombres superiores), el protagonista
emprende una sucesión de atrevimientos que lo asoman al precipicio.
Quizás no sea fruto del azar que, en la recta final de la serie, Walter
estreche la mano del líder de una banda neonazi. Los límites morales se
difuminan.
Vince Gilligan, creador de Breaking Bad, habilita semejante
bandazo en el comportamiento mediante la enfermedad que da al guión su
primer impulso. Puesto que un cambio posibilita la acción dramática, una
afección terminal permite radicalizarla. El desorden neurológico
degenerativo del protagonista de la serie Boss o el propio cáncer en The Big C lo han confirmado, por no retroceder hasta los ataques de pánico sufridos por Tony Soprano.
A Skyler, un papel de Anna Gunn, se le ha quitado el sueño.
Breaking Bad podría traducirse como malograrse, pero también como echarse al monte. El desierto de Nuevo México aloja un western
en el que Walter se transforma en su otro yo, bajo el alias de
Heisenberg. En una solitaria caravana, cocina codo con codo con su
maleable discípulo Jesse Pinkman; sobre ese terreno, el rocoso
Heisenberg se bate en duelo.
La dirección y la fotografía de la serie han llevado a la televisión a
explorar terrenos ignotos. La cámara abarca grandes planos generales de
la aridez de Albuquerque que remiten al cine de Sergio Leone, aunque la
serie de Gilligan pasará a la Historia por sus rocambolescos planos
picados y contrapicados, así como por ofrecer puntos de vista tan
particulares como el de un robot de limpieza en movimiento. El temerario
carácter del protagonista se corresponde con la osadía de las
grabaciones.
Los canales TNT, HBO, FX y Showtime dejaron escapar Breaking Bad, ideada en 2005. AMC, cadena de pago con publicidad que ya había rodado el primer episodio de Mad Men, estaba dispuesta a seguir la senda de creatividad abierta por HBO. Breaking Bad
originaría seis exitosas temporadas desde 2008, con las mejores
críticas de la historia de la televisión. La serie, no obstante, resulta
más valiosa a medida que la soberbia se demuestra más peligrosa que el
cáncer.
Un laboratorio de metanfetamina, aunque no lo parezca.
Bryan Cranston, popular entre el público por interpretar al entrañable padre de familia de la comedia juvenil Malcolm in the Middle,
logró también revelarse amenazante. Según avanza la trama, la espalda
se pone recta; la voz, grave. El actor, que lloraba sin consuelo después
de rodar algunas de las fechorías de su personaje, se ha convertido en
una estrella pasada la cincuentena, a pesar de que a lo largo de su
sufrida trayectoria llegó a trabajar como actor de doblaje en la
ramplona serie de superhéroes Power Rangers. El sistema, en contadas ocasiones, acaba por funcionar, Walter.