El filósofo italiano Gianni Vattimo desgrana en esta nota algunas de las razones de su fascinación por Chávez y las contrasta con la actualidad de Europa
Una multitud acompaña el féretro de Hugo Chávez. |
Homenaje. Un poster con el rostro de Hugo Chávez cubierto de firmas y mensajes de sus seguidores. |
VATTIMO. "¿En verdad la "realidad" necesita ser defendida?" se pregunta el pensador italiano. Revista Ñ |
“Il n’est pas tombé, il est mort!” Esta frase, atribuida
tradicionalmente –creo- a Jean-Antoine Carrel, uno de los primeros
escaladores del Monte Cervino, me viene a la mente con una conmoción que
hasta a mí me resulta nueva –pienso en la desaparición de Hugo Chávez.
Tampoco él cayó, resistió con firmeza hasta la muerte, haciendo de su
resistencia a la enfermedad un emblema de su lucha política por el ideal
de una América Latina “bolivariana”. Para mí, como para muchos otros
occidentales con mi formación, Chávez tenía todas las cualidades para
ser mirado con desconfianza: militar, “golpista” al menos en los inicios
de su aventura política, populista, “caudillo”, etcétera, etcétera.
Prejuicios
que continúan inspirando a buena parte de la opinión “democrática”
predominante. Que no solamente se burla de las sospechas (no probadas,
pero absolutamente verosímiles conociendo a la C.I.A. y las empresas
petroleras) sobre su presunto envenenamiento por parte de sus enemigos
de siempre, sino que olvida la esencia de su enorme acción de liberación
de su país y de toda Sudamérica. Chávez retomó, dándole una realidad
corpórea, aquélla que ya es una suerte de mito: la herencia de Castro y
del Che. Conociendo directamente –en el transcurso de reiteradas
estadías, hasta la última, en ocasión de su reelección por enésima vez
en noviembre pasado- la realidad de Venezuela, era difícil no darse
cuenta de la verdad que con demasiada frecuencia los medios occidentales
nos escondían: es decir, que después de recuperar los ingresos de la
industria petrolífera, Chávez puso en marcha y en gran parte llevó a
cabo una transformación emancipadora trascendental de su país: escuelas
que incluso en las zonas amazónicas más remotas redujeron drásticamente
el analfabetismo, asistencia sanitaria gratuita y de calidad, programas
sociales que eliminaron la pobreza extrema en la que el país, entre los
más ricos en recursos naturales, caía bajo los regímenes “democráticos”
de impronta neocolonialista.
Fue impresionante todo el plan de las
“misiones”: una especie de sistema de grupos de intervención
voluntarios de los ciudadanos, que secundan a la administración pública
en sectores particularmente importantes. Siendo grupos voluntarios, es
obvio que quienes participan en ellos son “chavistas”, dando motivo a
las objeciones de que se trata de algo del régimen. Sin embargo, no
están cerrados a nadie, basta tomar la decisión de participar en ellos.
Se difundió así una vitalidad democrática “de base” que en nuestras
democracias “maduras” no se puede imaginar siquiera. Las misiones y la
política social son lo que impactó a muchos intelectuales occidentales,
el primero Noam Chomsky, o a cineastas como Michael Moore y Oliver
Stone. Ellos, como cualquier visitante, cuando llegan a Caracas
preguntan qué diarios leer, y constatan que los medios de comunicación
son todos, salvo la televisión estatal, anti-Chávez. ¿Sería, acaso, un
país donde no hay libertad de pensamiento, de información, de prensa?
Pero
la fuerza del ejemplo de Chávez se ve también y sobre todo a través de
lo que sucedió en muchos países latinoamericanos en los últimos años.
Así como Chávez sería impensable sin Castro, de la misma manera Evo
Morales, Correa, Mujica, y los propios Lula y Cristina Kirchner son
impensables sin Chávez. Todos juntos constituyen probablemente la única
gran novedad de la política mundial de estos decenios, mucho más que el
desarrollo neocapitalista de China e India. Un modelo de democracia de
base que Europa debería mirar con más atención.
Traducción de Cristina Sardoy
© La Stampa, Gianni Vattimo y Clarín, 2013