Segundas oportunidades
Portada Los Sangurimas, de José de la Cuadra./elpais.com |
Tendemos a hacer una fácil equivalencia: las sagas
familiares deben desplegarse en novelas muy extensas. Simplemente porque en una
gran familia hay patriarcas y/o matriarcas, hermanos y tíos y sobrinos y nietos
y demás, los novelistas sienten que hay que contar toda su historia en cientos
de páginas. Pero otra saga familiar es posible, como lo sabía el ecuatoriano
José de la Cuadra, a quien por suerte no le informaron lo que se esperaba de él;
Los Sangurimas (1934), su obra
maestra, tiene apenas setenta páginas.
De la Cuadra (1903-1941) pertenecía al Grupo de Guayaquil
y era uno de esos bien intencionados escritores que quería dar cuenta de la
realidad específica de su región, en este caso enfocándose en el montuvio
(campesino de la costa). Los Sangurimas,
sin embargo, trascendió el realismo tradicional de los regionalistas,
deslizándose fácilmente a registros extraordinarios –en el sentido literal de
la palabra-, con ciertos paralelos con Cien
años de soledad (el personaje del patriarca, la fundación mítica del
pueblo, el tema recurrente del incesto, la temporalidad circular). Nicasio
Sangurima es uno de esos seres viriles, machistas, misóginos, hiperviolentos, típicos
de la literatura del período. Regenta el latifundio conocido como La Hondura,
alejado de los poderes estatales, y lo acompañan sus hijos, trabajadores
incansables, abogados de costumbres extrañas, curas alcohólicos, militares que
no respetan a nadie. Una de las lecturas de la novela es la forma en que el
Estado impone su ley en La Hondura, donde, en la mirada de los periódicos de
izquierda, los Sangurima son “gamonales del agro montuvio, de raigambre
campesina, peores con el montuvio proletario que los terratenientes citadinos”.
Un mundo bárbaro que debe perderse para quedar en el fascinado recuerdo de la
nación que se construye sobre sus cenizas.
De la Cuadra intuía que para aprehender la realidad de la
región no bastaban los hechos; era necesario incorporar a su novela las “fantasías
montuvias”, las leyendas que circulaban a través de los relatos orales, la tradición
“transmitida de palabra”. En esa alianza tensa entre oralidad y escritura, a
medida que de la Cuadra va podando su obra y quedándose con pocas páginas
destiladas al máximo, Los Sangurimas
deja el territorio del tiempo y se instala cómodamente en el mito.