Los novelistas y ensayistas abrieron su casa de Brooklyn para compartir su universo
La pareja de escritores en su residencia de Park Slope. Ari Maldonado Espay./eltiempo.com |
– ¿Quieres una copa de vino?
Paul Auster abre la puerta de su casa en Brooklyn –que en 1892 nació como una mansión de ladrillos y ventanas angostas– y camina hacia la alacena. Deposita la botella de Sancerre blanco sobre su mesa de laca bermeja. No espera la respuesta: la descorcha, sin sonreír. Auster es alto, apuesto, con ojos de gato que penetran al interlocutor sin piedad. Un hombre que irradia fuerza, como su escritura, traducida hoy a más de 40 idiomas. ('Me sentí libre cuando supe que iba a fracasar': Paul Auster)
Paul Auster abre la puerta de su casa en Brooklyn –que en 1892 nació como una mansión de ladrillos y ventanas angostas– y camina hacia la alacena. Deposita la botella de Sancerre blanco sobre su mesa de laca bermeja. No espera la respuesta: la descorcha, sin sonreír. Auster es alto, apuesto, con ojos de gato que penetran al interlocutor sin piedad. Un hombre que irradia fuerza, como su escritura, traducida hoy a más de 40 idiomas. ('Me sentí libre cuando supe que iba a fracasar': Paul Auster)
Por la antigua escalera, se escuchan los pasos de su mujer desde hace
32 años, premiada con el Gabarrón 2012. Muy rubia, estilizada como una
gacela, Siri Hustvedt, descendiente de noruegos, ensayista y escritora
y, últimamente, cotizada conferencista en seminarios científicos, sonríe
desde el rellano.
Son las cuatro de la tarde en Park Slope, Brooklyn. Afuera cae la nieve y el aire se congela a 11 grados bajo cero.
Son las cuatro de la tarde en Park Slope, Brooklyn. Afuera cae la nieve y el aire se congela a 11 grados bajo cero.
Muy pocas veces los Auster han accedido a conversar juntos.
Brillantes ambos, activos en su ping-pong intelectual y emocional, a
veces ácidos y otras, militantes, el discurso de los dos escritores se
entremezcla, compite, colisiona o se deja llevar, plácido, frente a
alguna materia en que por fin están de acuerdo.
Y es ella la que, al principio de esta tarde, da la clave:
– Estamos chocando continuamente. Es parte del encanto de nuestro
matrimonio. Muchas mujeres, abrumadas, dicen: “Quisiera tener un esposo
que me cuide”. ¡Pero yo no quiero eso! ¡Quiero a alguien que me desafíe,
que me lleve la contra! Muchas veces con Paul hemos vivido conflictos,
pero jamás nos han paralizado. Estar en desacuerdo y polemizar es lo que
ha hecho entretenido este matrimonio, ¡y ya son 32 años!
Paul Auster, escritor prolífico –casi un centenar de títulos entre
novelas, ensayos, guiones de cine, libretos de teatro, memorias, relatos
y poemarios–, multipremiado internacionalmente y cineasta de culto, uno
de los grandes nombres de la novela estadounidense del siglo XX, va más
lejos:
– Una vez dije que conocer a Siri me salvó. Salvó mi vida, porque
descubrí a la mujer que amaba. Ella me dio, por primera vez, un
sentimiento de unión con otro ser humano. Para mí estos 32 años han sido
una aventura permanente.
Golpea tres veces con sus nudillos en la mesa roja y bebe el Sancerre en su vaso vidriado. No toma en copa, no usa computador, no tiene e-mail. Mira a Siri con sus ojos de gato y dice:
Golpea tres veces con sus nudillos en la mesa roja y bebe el Sancerre en su vaso vidriado. No toma en copa, no usa computador, no tiene e-mail. Mira a Siri con sus ojos de gato y dice:
– Es verdad, Siri, nunca he tenido un mejor amigo que tú.
Hubo un día en que Siri Hustvedt y Paul Auster no vivían en esta casa
de techos altos, caobas y alfombras persas. No existía la lámpara
Tiffany ni la colección de porcelanas antiguas que hoy preside el
comedor en un aparador que alguien instaló hace más de cien años. Tal
vez, y a lo sumo, a Paul lo acompañaba su fiel hilera de máquinas de
escribir en miniatura que hoy se desperdiga en cada rincón de los tres o
cuatro pisos que la pareja habita.
Eran tiempos duros. Tiempos de pobreza. El novelista, que acumula una
docena de premios internacionales, entre ellos, el Médicis de Francia y
el Príncipe de Asturias, recuerda esos brutales días de carencia:
– Yo fui pobre y pasé apreturas demasiados años. Cuando me casé con
Siri y después nació, en 1987, nuestra hija Sophie, vivíamos en un
departamento diminuto. A veces me preguntan qué es para mí el éxito. Es
una pregunta difícil, que me obliga a plantearme al frente de mi obra
como escritor, a mirarla desde afuera. Porque el éxito refleja cómo los
demás te ven, no cómo uno se siente.
Uno solo hace su trabajo. Mi primera novela fue rechazada por 17
editores y ahora está publicada en 43 idiomas. Fueron 17 editores que no
la entendieron –porque nadie la entendía–, pero yo sabía que ahí había
algo. Tenía razón.
Ahora la encuentran genial. No sé cómo se mide el éxito, porque, si
te miden, te conviertes en objeto y yo me resisto. Para mí el éxito es
contestarme estas preguntas: ¿Puedo hoy ganar suficiente dinero para
seguir trabajando? ¿Gano para poder escribir? Eso es todo lo que me
interesa, por eso para mí el dinero fue un gran tema durante años. Más
de una vez despaché rápido un texto para poder conseguir unos dólares y
comer o pagar el arriendo. Puedo decirte que, cuando no se tiene dinero,
sólo se piensa en él. Hasta que tuve 40 o 41 años, luché para
sobrevivir y, por eso, los últimos 25 años de mi vida han sido mucho
mejores que los 40 anteriores.
Época dura los 80. Ella evoca: “Éramos dos escritores oscuros que
nadie conocía en Estados Unidos”. La autora de La mujer temblorosa y El
verano sin hombres –con media docena de novelas traducidas a 30 idiomas,
además de ensayos y poemarios– también era pobre: había llegado desde
Minnesota a Nueva York para estudiar en Columbia. Sobrevivía con
pequeños trabajos:
– En la universidad trabajé muy duro para subsistir. Fue difícil,
hacía mil trabajitos, lo que llegara. O no comía. No olvido mi pasado y
por eso sé que el éxito sirve para ser libre. Hoy tengo independencia
financiera gracias a mi trabajo y eso me otorga libertad. El éxito me ha
hecho independiente y libre, también de Paul. Por primera vez, los dos
trabajamos tranquilos, sin sobresaltos.
Al nacer Sophie, quien hoy es cantante y actriz y vive en Tribeca, al
sur de Manhattan, Auster emigró de su casa para poder escribir.
Mantiene el hábito:
– Era tan diminuto nuestro departamento que, ahora que éramos tres,
ya no cabía yo cuando escribía. Era imposible concentrarme por falta de
espacio, entonces arrendé un pequeño estudio para poder trabajar.
Escribí ahí varios años y, cuando nos pudimos comprar esta casa, me
trasladé con mi máquina de escribir al subterráneo. Pero cuando la
hermana arquitecta de Siri le remodeló su propio estudio de trabajo,
creo que sentí envidia. ¡Era tanta la luz, tan claro el espacio, algo
fascinante!
Con Siri Hustvedt instalada en el piso superior –un estudio tapizado
de libros con una luz brillante que rompe el invierno– Auster abandonó
su subterráneo y el comedor, en cuya mesa trabajó por años, y arrendó un
estudio vecino. Se convirtió en su espacio. Desde allí captó la
atmósfera multirracial de Brooklyn que, junto a Manhattan, constituye
uno de los nervios centrales de su obra.
Auster pertenece a Nueva York. Hoy se toma largas pausas entre libro y
libro, lo que no hace su mujer. En ellas sale poco, se ha vuelto muy
casero, dice su mujer con una carcajada. Él la interrumpe. Alega que no
tanto, que no ha visitado su estudio porque, desde Navidad, no han
parado de viajar. No están de acuerdo una vez más. Se ríen, cómplices.
– José Donoso y Roberto Bolaño fueron dos ejemplos de escritores que arrendaban estudios para escribir. ¿Es una cosa de hombres?
Siri Hustvedt salta. Responde con ojos flameantes:
Siri Hustvedt salta. Responde con ojos flameantes:
– ¡No! ¡Te olvidas de Virginia Woolf! Ella fue la primera escritora
que identificó la necesidad de un cuarto propio y lo defendió en A Room
of One’s Own. Dejó establecido que los hombres se sienten con el derecho
natural a tener su propio espacio para crear, mientras que las mujeres
tenemos que pedir permiso y perdón. Virginia nos enseñó que, para una
escritora o pintora o escultora, tomarse el espacio y el tiempo
necesario para la creación es un derecho fundamental.
A Siri Hustvedt el feminismo le brota. No es novedad; como escritora y charlista, ha sido casi militante:
– Nos han preguntado –sobre todo al principio, ahora mucho menos– si,
a pesar de nuestro sólido matrimonio, hemos sido una pareja de
creadores afectada por celos profesionales. El caso es que, íntimamente,
somos muy buenos amigos y nos apoyamos en esencia. Fue así desde el
principio. La irritación que a veces siento no proviene de nuestra
relación, sino de afuera, por comparaciones de nuestra obra, de nuestra
fama o por presunciones sexistas, visiones que nos ponen como
antagonistas. Hay algo claro: Paul era un escritor absolutamente oscuro
cuando lo conocí. Nunca fui una mujer que se impresionara con su éxito o
celebridad, simplemente porque en esa época ni siquiera lo conocían en
Estados Unidos. Durante años escuché lo contrario y siempre me indignó,
era una presunción sexista. Yo nunca fui la pobre estudiante que se
encandiló con el escritor famoso.
Paul Auster:
– Cuando nos conocimos, en los inicios de los 80, yo solo había
publicado poemas, ninguna novela aún y, a lo sumo, tenía cien lectores en
el mundo. Después de años de traducciones y poesía, terminaba mi primer
trabajo en prosa: La invención de la soledad. Como Nathaniel Hawthorne
dijo antes de publicar La letra escarlata en 1850, yo era “el más oscuro
escritor de las letras norteamericanas”.
Son las 18:30. La botella de Sancerre está vacía. En un rato los
escritores comerán en el Pen Club de Manhattan. Para prolongar la
conversación, que la oscuridad de la ventana ha vuelto más íntima, ella
canceló una cita. Espontánea y suelta, esta nórdica criada en Estados
Unidos sube, con risas, al baño. Al regreso dice:
– Hay algo en lo que ambos coincidimos profundamente. Ningún creador
escribe porque lo eligió; la escritura te ha elegido. Es una urgencia,
una necesidad en tu vida. Si no escribieras, te faltaría algo
desesperadamente esencial. Por eso, compartir 32 años ha sido tan
gratificante para Paul y para mí, porque tú sabes en qué está el otro,
aunque no te lo diga. Hay una comunicación real y espontánea.
Paul concuerda. “Me han preguntado cien veces si ser ambos escritores
me dificulta o facilita vivir con Siri. Siempre respondo igual: no veo
lados negativos, jamás ha sido un problema, al contrario. Tengo la
suerte de vivir con alguien que comprende lo que hago, y por qué lo
hago. Y tengo a la lectora más inteligente a que podría aspirar en mi
propia casa. Ni una sola línea mía sale de aquí sin la venia de Siri. Es
la crítica de mis libros que más respeto en el mundo”.
La sorpresa en la vida diaria es un ingrediente fundamental para los
Auster. Es con los ojos llenos de entusiasmo que el escritor de 66 años
ahonda en el tema:
– Uno de los grandes placeres que vivimos es que continuamente nos
sorprendemos con nuestra escritura. ¡Es un proceso fascinante! Leo algo
de ella y quedo desconcertado; tengo que correr a preguntarle: “¿De
dónde sacaste esto, cómo se te ocurrió?”.
Siri, con 57 años recién cumplidos, explica esta sorpresa a través de
la mente humana. En los últimos años, su interés por la ciencia y el
cerebro, además de ser un motivo en sus novelas, la ha llevado a
reinventarse como conferencista científica. Recibe invitaciones de
grupos de psiquiatras, psicólogos y médicos que requieren su palabra.
“No tengo dudas de que en el trabajo literario aflora la parte
subliminal de una persona, como si la personalidad y los pensamientos se
volvieran material de literatura. Es por esto que Paul y yo nos
sorprendemos tan seguido, porque no conocíamos esa parte de nosotros
mismos”.
– ¿Puede ser que uno no se conozca después de 32 años?
– ¡Claro! Hay que tomar en cuenta que no solo la otra persona es un
extranjero en nuestras vidas, también lo somos para nosotros mismos. Esa
dualidad no puede olvidarse. Todo trabajo creativo emerge a veces como
algo totalmente ajeno a su creador. La mente trabaja en forma secreta e
independiente. Es fascinante y es la causa de nuestra sorpresa.
Particularmente, y esto es muy importante, porque solo nos leemos al
final de nuestra escritura, cuando el libro está terminado.
Paul Auster detalla la fórmula que inventaron para calibrar su producción literaria:
– Jamás nos mostramos ni discutimos un libro antes de terminarlo. Es
un misterio que se revela solo al final; es mucho más interesante. Nos
hemos acostumbrado a respetar el silencio y la total privacidad del otro
en su acto de creación. Esta es una actividad tremendamente solitaria
y, si no te gusta estar solo, dedícate a otra cosa.
Siri, atenta a que no se desvirtúe su propia visión de los hechos
–actitud que preside toda su conversación–, interrumpe: “Es verdad. Pero
también es cierto, y creo que Paul concordará, que cuando ambos
cerramos el lapicero, la máquina de escribir y el computador y nos
preparamos para disfrutar nuestra noche –la comida, nuestra
conversación, etc,–, dejamos de ser escritores, ya no trabajamos. Admito
que, a veces, los personajes de una novela siguen danzando alrededor
mío y me hablan en la cama. Pero hemos aprendido a hacer un corte”.
– Tienes que hacerlo. He aprendido con los años que, una vez que
cierras la puerta de tu estudio, no debes pensar más en ese libro. Ahí
es cuando se pone a trabajar tu inconsciente. Él trabaja mientras tú
comes, ajeno a todo. Es una maravilla y funciona como reloj, dice Paul.
– ¿Su mente sigue trabajando en su novela?
– (sonríe) Estoy convencido de que el inconsciente soluciona muchos
problemas en la creación. Muchas veces dejo mi estudio en la noche, bien
complicado, sin saber cómo resolveré la situación. Cierro la puerta y
me pongo a hacer otra cosa: como o hablo con un amigo. Después me voy a
la cama con la mente en blanco. Al otro día, en el 80 por ciento de los
casos, sé exactamente cómo salir del embrollo. Con Siri, quien habló de
esto en La mujer temblorosa, sabemos que el trabajo subliminal no para
en la vida de un escritor.
Siri interviene: “No solo el sueño resuelve problemas creativos, también ayuda a calmarse: el relax tiene una función aclaradora. Moverse es también importante. No hablo de correr cien metros planos, sino de subir una escalera, dar vueltas en una pieza, prepararse un café. La actividad motora suelta las ideas. Cuando yo estoy atrapada en mi escritura, bajo y me pongo a doblar la ropa recién lavada.
Siri interviene: “No solo el sueño resuelve problemas creativos, también ayuda a calmarse: el relax tiene una función aclaradora. Moverse es también importante. No hablo de correr cien metros planos, sino de subir una escalera, dar vueltas en una pieza, prepararse un café. La actividad motora suelta las ideas. Cuando yo estoy atrapada en mi escritura, bajo y me pongo a doblar la ropa recién lavada.
Mientras la tarde se hace noche, coinciden en que no tienen ceremonia
especial ni amuleto antes de empezar un nuevo libro. Ni pulsan la
primera tecla vestidos con un suéter azul ni observan una fecha, como
hace, por ejemplo, Isabel Allende, para quien el 8 de enero es sagrado.
Auster irrumpe con una precisión:
– Mis dos últimas obras fueron comenzadas, por casualidad, un 3 de
enero. Diario de invierno, el 3 de enero del 2011, y Report from the
Interior, que será publicado este año, el 3 de enero del 2012. Son
trabajos gemelos. Diario de invierno habla de cosas y hechos físicos que
me ocurrieron o me ocurren. Este nuevo es sobre aspectos espirituales,
emocionales e intelectuales. Ambas obras se complementan.
Paul dice que sus libros mellizos retratan el despertar de la
conciencia cuando niño y, después, como adulto joven. “Por ejemplo,
¿cuándo fue la primera vez que me di cuenta de que era un
estadounidense? ¿Cómo respondí en mi infancia a la conciencia de que era
judío? ¿Cómo evolucionó mi pensamiento? Tiene que ver con el despertar
de la conciencia, mis ideas políticas, mis ideas morales”. Curiosamente,
el premiado novelista no los ve como autobiográficos.
– De ninguna manera y es extraño. No son autobiográficos en el
sentido clásico. Primero, están escritos en segunda persona y, segundo,
pueden tratarse de la vida mía o de la de cualquier persona. Quise
retratar y compartir mi experiencia de los hechos más banales en la vida
de un hombre, como un ejemplo de lo que se siente al estar vivo. Eso es
todo. Creo que un lector puede identificarse o usar estos libros como
un catalizador para reflexionar sobre su vida y sí mismo.
– ¿La memoria y la imaginación son importantes?
– ¿Acaso hay alguna otra cosa? Son fundamentales. No solo para un
escritor, para cualquier persona. La memoria es la que nos hace ser
quienes somos, tener conciencia de existir.
Siri Hustvedt también inicia el 2013 con un libro nuevo. Se llama The
Blazing World (El mundo ardiente o abrasador). Tiene muchos personajes
que hablan en primera persona y se centra en una artista visual muerta.
Igual que su marido, la escritora y ensayista lo entregó al editor en
Navidad.
Cuando se habla de creatividad, a Paul Auster no le alcanzan las
palabras. Comenzó escribiendo prosa a los 15, pasó a la traducción y a
la poesía. En algún minuto se sintió atrapado en sus poemas y retornó a
la prosa. Ahí encontró su verdadera vocación. Siri Hustvedt también
comenzó en la poesía y fue derivando a la prosa. Su marido explica:
– En un momento supe que ya no podría escribir poesía, era un terreno
limitado. Comencé a repetirme, lo peor que le puede pasar a un
escritor. Me tomé una pausa de un año –creo que escribí una novelita de
detectives porque necesitaba desesperadamente el dinero– y, cuando
volví, fue en prosa. Ya no pude parar.
Reconozco que a veces digo que la escritura es una enfermedad, porque
el arte puede ser y es un proceso doloroso. Es contradictorio, te da
inmenso placer, pero, para hacerlo bien, tienes que invertir mucho y
tener una gran fuerza emocional.
Siri Hustvedt redondea la idea y aclara:
– Para convertirte en artista es fundamental aferrarte a la idea de
una grandeza adaptada, sentirla adentro, en tu corazón y en tu mente.
Significa tener un sentido muy firme y claro de que hay algo adentro
tuyo que es valioso y que vale la pena compartir con los demás. Ese es
tu impulso creativo, el que te hace perseverar. Paul siempre recuerda a
Ingmar Bergman, cuando decía: “Mi trabajo como director de cine es
convencer a mis actores de que su trabajo importa. Porque todo lo que
hacemos es de mentira, no existe”.
Si Hustvedt se ha reinventado como conferencista científica, Auster
se concentra en la escritura. Pero añora hacer películas y es
considerado un cineasta de culto, después de sus incursiones de los
últimos 15 años.
– Adoro filmar. Pero hacer cine es muy caro: necesitas un millón de
dólares para una película. Y el tipo de cine que me interesa –obras
pequeñas, modestas, fuera del mainstream– no encuentran financiamiento.
No me cierro a la idea de volver a tomar una cámara. Solo que escribir
es mucho más razonable, porque también me encanta hacer novelas, se
distribuyen rápido y llegan a millones de lectores, después las traducen
a 40 o 50 idiomas... entonces el esfuerzo creativo ha valido la pena.
Pero con Siri decimos siempre que uno nunca sabe a dónde lo llevará la
vida. Si tú nos hubieras conocido hace 25 años, sabrías que hoy somos
los mismos, pero también somos otros.