“Cada vez tenemos más datos y menos criterios; cada vez pertenecemos más a la realidad y menos a la historia”.
William Ospina
Periodismo tradicional en crisis.Ilustración.Sandro de Ponte/lavanguardia.com |
Hace quince años Tomás Eloy Martínez
se preguntaba, ante la Sociedad Interamericana de Prensa, qué le
correspondía hacer al periodismo escrito, armado únicamente con la
insuficiencia de la palabra, para “seducir a personas que han
experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un
hecho real” (1). Desde
su fuero de novelista, el escritor argentino sacaba de la manga una
respuesta que no por evidente parecía muy obvia: aseguraba que se puede
salvar al periodismo escrito por medio de la narración. Allí, decía,
donde abundan los datos, donde las noticias borbotean incesantes en el
hervidero del tiempo real, al periodismo le corresponde descubrir “al
ser humano que está detrás de ese hecho, a la persona de carne y hueso
afectada por los vientos de la realidad”. Así planteada la cuestión, el
asunto se resolvería si los periodistas asumieran la información, cruda y
superabundante ya por esos días de 1997, en el pretexto ideal para
contar las historias que mejor pueden ayudarnos a entender las dinámicas
que marcan el ritmo de nuestro tiempo.
A pesar de que en la primera década del
siglo XXI el panorama se ha oscurecido aún más para la prensa
tradicional, esa sigue siendo la apuesta de un importante sector de la
prensa de América Latina, reunido permanentemente en torno a la
Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Hace apenas unos días, Leila Guerriero, columnista de El País, publicó un artículo sobre el futuro del periodismo
en el que menciona el último encuentro de Nuevos Cronistas de Indias,
celebrado en Ciudad de México el pasado mes de octubre. Guerriero
resalta como un hecho notable el entusiasmo que, opuesto al marcado
pesimismo de sus colegas españoles, campea entre los periodistas que se
dieron cita en la capital mexicana. Una confianza fundada, al parecer,
en la efectividad que tienen todavía las crónicas, definidas como
“piezas periodísticas que utilizan, para contar historias reales,
herramientas estilísticas de la ficción”.
Esto no quiere decir, sin embargo, que
los medios de este lado del Atlántico estén a salvo de la crisis, ni que
se mantengan al margen de las tendencias informativas de la era
digital. Lo que salta a la vista es que algunos periodistas han decidido
confiar en esa verdad, tantas veces dicha, de que lo mejor ante las
épocas de crisis es asumir la responsabilidad de buscar en nuestras más
firmes convicciones las respuestas a las nuevas preguntas que se nos
plantean o, en el peor de los casos, encontrar la manera de volver a
plantear las preguntas de siempre.
Y es justo en este punto donde quiero
detenerme, pues no es un secreto que los actores del “nuevo periodismo
iberoamericano” están lejos de ser mayoría y la crónica que tanto
defienden no es ni el género más leído ni se presta siempre para
fortalecer la opinión pública. Estos escritores conforman, en realidad,
una afortunada excepción en medio de un panorama en que los
protagonistas son los noticieros pertenecientes a grandes grupos
económicos, donde la noticia es espectáculo, el dato suelto se esgrime a
toda velocidad y los medios sólo parecen servir para informarnos, con
bocas muy atractivas y sonrientes, que el mundo anda muy mal.
Los más optimistas frente a la crisis de
marras piensan que la democratización de la información sólo
perjudicará a los medios que no logren adaptarse a los nuevos contextos
digitales. Sin embargo, ante la incapacidad de internet para hacer de la
información un soporte eficaz de la democracia, en este momento el
centro de la cuestión ética que afronta el periodismo ha cambiado de
lugar. Según Frank Schirrmarcher (2),
el asunto más importante ha dejado de ser si el gran periodismo ‒el que
indaga a fondo en la realidad y defiende nuestro derecho a estar
realmente informados sobre lo que nos afecta‒ podrá salir airoso del mal
momento que atraviesa. El problema que ahora empieza a tomar forma es
si “podrá sobrevivir una sociedad sin buen periodismo”.
El llamado entusiasta de los nuevos
cronistas iberoamericanos es a defender el poder de la narración, de la
buena narración periodística, como lente e instrumento con que movernos
mejor por los entresijos de nuestra época. Schirrmarcher, por su parte,
suscribe la ética y los esfuerzos de quienes han comprendido que no es
posible concebir una sociedad menos injusta si se olvida el papel (no
paternalista ni censurador)