El periodista y traductor Marcos Mayer recorre las transgresiones a la ley de personajes como el Marqués de Sade, Caravaggio, Charles Manson o Rimbaud
DAVID Y GOLIAT. En esta obra de Caravaggio, la cabeza decapitada es un autorretrato del pintor./Revista Ñ |
Las sociedades tienen ciertas leyes que funcionan de manera
explícita o subterránea. Con base de estas normas se regulan conductas y
se delimitan acciones. Es decir, todo lo que se debe y puede hacer y,
por supuesto, todo aquello que está prohibido. Desde el postulado más
conocido del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss sobre la
prohibición del incesto como hecho fundante de la sociedad, hasta el
mandato bíblico del “no matarás”, la humanidad se ha dado a sí misma
toda una amalgama de reglas para permitir el desarrollo de las
relaciones sociales.
“Cedemos en nuestras ansias de destruir
físicamente a nuestros rivales y de apoderarnos de la riqueza de los
demás, a condición de que se protejan nuestras vidas y nuestros bienes
de la violencia y la codicia de los otros. Lo que llamamos cultura es la
forma que asume esa transacción que siempre es provisoria, inestable”,
comienza por advertir, en el prólogo de Artistas criminales,
Marcos Mayer. La violación de las reglas, donde el crimen es un caso
paradigmático, está en nuestra naturaleza. “Sin reglas ni lazos
sociales, todo sería un festín de sangre y brutalidad”, sostiene luego.
A
esta advertencia debemos sumar aquella idea que nos llega desde el
reservorio de frases del saber popular: “de poeta y loco, todos tenemos
un poco”. Sin dudas, como postula Mayer, “el criminal es una figura que
ejerce una rara fascinación”, pero cuando un criminal es además un
artista “pareciera haber una conexión diferente entre la vida y el
delito cometido, entre el talento y la transgresión de la ley”.
Mayer
(periodista, escritor y traductor) sabe que desentrañar esa relación de
parentesco entre arte y crimen es un trabajo arduo, por eso el tono
elegido es el del biógrafo que no se queda con la historia oficial ni
con la más convincente, sino que trata de indagar en los detalles de
cada uno de los personajes.
Biografía y ensayo
Una historia puede ser contada de distintas maneras, según dónde se ponga el peso del relato. En Artistas criminales
, el estilo oscila entre la biografía y el ensayo, teniendo como método
de trabajo una sorprendente minuciosidad en la recopilación de datos.
Por ello es que la variedad de artistas no desentona y se suceden con
armonía historias tan dispares de poetas, pintores y músicos como Arthur
Rimbaud, Caravaggio y el Chango Rodríguez hasta Charles Manson y el
Marqués de Sade, con quien comienza el recorrido y a quien el autor no
duda en calificar como un “moralista pasado de revoluciones”.
Entre
estos personajes emblemáticos se cuelan otros menos conocidos, como el
actor cómico estadounidense del cine mudo Roscoe Arbuckle, el
pendenciero guitarrista de blues y folk Leadbelly, y el caníbal escritor
japonés Issei Sagawa.
Sin dudas, hay historias mejor logradas que
otras, quizás por el peso específico de cada personaje retratado, que
tienen el mérito nada desdeñable de quedarse en la memoria del lector.
Como el caso del poeta Pierre Lacenaire, que luego de varios crímenes
murió guillotinado, o del célebre filósofo francés Louis Althusser,
capaz de escribir un extenso artículo (“El porvenir es largo”) donde
cuenta cómo mató a su esposa.
Genios sin ley
Mayer retoma lo mejor de José Ovejero en La ética de la crueldad
(Anagrama, 2012) pero sin limitarse como hace el autor español sólo a
escritores, sino ampliando el universo de referencia a todo tipo de
artistas, denominados con mucha precisión “genios sin ley”, como lo
indica el subtítulo del libro. Por ello, su propuesta es más cercana a La literatura y el mal de George Bataille, dado que encuentra en la maldad su motor narrativo, su leit motiv .
Por
momentos, la elasticidad de la escritura da la sensación de estar
frente a un texto pensado para ser leído en un programa de radio. De
igual manera, su fluidez le asigna un aire de “lectura de playa”. Aún
así, Mayer expone un vasto conocimiento sobre arte, tanto al analizar
las obras de Caravaggio o Sofía Bassi, como al describir la conflictiva
relación de Leadbelly con la música folk americana. La influencia del
pintor parricida Richard Dadd en la letra de “The Fairy Feller’s
Master-Stroke”, canción que integra el lado B del disco Queen II,
o la referencia al clásico beatle “Helter Skelter” por parte de Charles
Manson, luego del asesinato de Sharon Tate, esposa del cineasta polaco
Roman Polanski.
Como indica el autor, “hay en el crimen un
misterio que nos interesa desentrañar y que se resiste a todas las
indagaciones”. En el recorrido de estas biografías, Artistas criminales
se propone con éxito acercarse a historias que poco tienen de
convencionales. Y sin duda son una puerta posible para entrar en ciertos
vericuetos del alma humana que generalmente nos están vedados, pero que
seguramente se encuentran en algún lugar de nosotros mismos.