La historia de Kid Pambelé, el más grande boxeador colombiano, bajo la pluma quirúrgica de Salcedo Ramos
Alberto Salcedo, con su ejemplar: El oro y la oscuridad, crónica sobre la vida de Antonio Cervantes, Kid Pambelé. Forma parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias/Revista Ñ
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Muchos autores han encontrado en el boxeo un universo pródigo en
personajes memorables. Tanto Ernest Hemingway como Julio Cortázar o
Abelardo Castillo, concibieron grandes historias desde el ringside .
También Gay Talese, pionero del periodismo literario en Estados Unidos,
retrató de manera magistral a Floyd Patterson, Joe Louis y Muhammad Alí.
Siguiendo sus pasos, Alberto Salcedo Ramos escribió El oro y la oscuridad, un extenso perfil de Kid Pambelé, quizás el deportista más importante que dio Colombia en el siglo XX.
Antes
de convertirse en leyenda, Kid Pambelé se llamaba Antonio Cervantes
Reyes. Nacido en San Basilio de Palenque, el primer asentamiento fundado
por negros cimarrones en América, pasó su adolescencia lustrando botas y
vendiendo cigarrillos de contrabando en Cartagena de Indias. Un día,
cansado de trajinar bajo el eterno sol del Caribe, decidió probar suerte
en el boxeo: a los golpes, quiso abrirse camino hacia un futuro menos
peliagudo.
Sus primeros pasos sobre el cuadrilátero fueron, más
bien, tropiezos. Por eso, en 1972, todos se sorprendieron cuando Pambelé
le arrebató el título mundial wélter junior a “Peppermint” Frazer. Con
el triunfo, llegaron la fama, el dinero y, por supuesto, el descalabro.
“Nacido y criado en el naufragio, no supo qué hacer en tierra firme”,
dice Salcedo Ramos. A pesar del vértigo, Pambelé mantuvo la corona
varios años. En 1983, dejó el boxeo y, entonces sí, la debacle fue
total. Adicto a las drogas –en el libro se dice que llegó a tomar
cocaína en medio de una pelea–, Pambelé se dedicó a devastar su fortuna.
El infierno que siguió incluyó escándalos, detenciones, internaciones,
ataques de ira y dos familias –una en Colombia y una en Venezuela– al
borde del nocaut.
Para desmenuzar la historia, Salcedo Ramos
–considerado el mejor cronista colombiano de la actualidad– entrevistó, a
lo largo de dos años, a más de 50 personas vinculadas con el boxeador,
incluyendo familiares, entrenadores, rivales, periodistas y médicos.
También tuvo varios encuentros con el protagonista, uno de los cuales
casi termina a las trompadas. Así, en El oro y la oscuridad, el periodista enlaza su voz con la de los entrevistados, que, con fluidez, guían el relato.
Desde
el principio, Salcedo Ramos atrapa al lector con una imagen impactante:
el ex campeón internado en un hospital, pidiendo ayuda a gritos frente a
las cámaras de televisión. Luego, se toma su tiempo para introducir a
los personajes, describir las escenas y deshilvanar las gracias y
desgracias del boxeador. Con el uso de la primera persona, permite que
el lector lo acompañe en sus pesquisas e, incluso, se anima a reconocer
algunas limitaciones. En las entrevistas, por ejemplo, Pambelé se negó
una y otra vez a recorrer los pasajes más oscuros de su biografía. “Como
maneja una lista tan extensa de temas vedados, me deja sin piso, sin
oficio, sin preguntas”, comenta el autor.
A pesar del carácter
impenetrable del boxeador, Salcedo Ramos logra reconstruir buena parte
de su vida en diez capítulos ágiles, llenos de anécdotas y testimonios.
Más que ofrecer una descripción cronológica minuciosa o una andanada de
golpes bajos, el periodista busca comprender a un hombre que es rehén de
su pasado y que hoy vaga por Colombia esperando recibir los tratos de
un campeón.
La historia del deportista que salta del barro a la
gloria sólo para volver a caer no es nueva, es cierto. Pero hay algo en
esa épica de vidas desgraciadas que no falla. El boxeo tiene ese no sé
qué. La escritura de Salcedo Ramos, también.