martes, 14 de octubre de 2014

Así es la vida: una borrachera para iniciar una novela negra

Hoy tenemos la suerte de contar con este relato  escrito por J. L. Rod, que acaba de publicar La suerte de los irlandeses, un libro sobre un topo de ETA infiltrado en el CNI que ha recibido muy buenas críticas. Guionista de cine y televisión en Hollywood, Rod ha creado a Pat MacMillan, un personaje que ha generado todo tipo de adhesiones

J. L. Rod, escritor estadounidense./elpais.com
Nos queda saber si esto es ficción o si estamos ante el nacimiento de la novela. Quién sabe.



"La vida puede ser maravillosa", pensé para mí. Finales de agosto, principios de septiembre, mi época preferida del año. Vacaciones. The Crown Liquor Saloon, mi pub preferido de Belfast. Apuraba la tercera pinta de Guinness para intentar rematar el generoso plato de Crown Champ que tenía delante de mí, un fantástico guiso típico irlandés hecho a base de puré de patatas, cebollas rojas picantes y salchichas de cerdo hervidas cargadas de especias hasta más allá de lo razonable. Una puta bomba. Había lucido un sol extraordinario durante todo el día, pero en cuestión de segundos el clima cambió como por arte de magia y todos los parroquianos del local comenzamos a observar sorprendidos a través de las ventanas cómo unas nubes malignas completamente negras comenzaban a descargar agua  torrencial en cantidades más propias de Saigón en época de lluvias que de la capital de Irlanda del Norte en el tramo final del verano. El tipo que estaba en la barra a mi lado, al ver mi cara de asombro ante tan brusco cambio climatológico, me dijo despreocupadamente, mientras ojeaba su Northern  Telegraph:

  • Debe de haber empezado el concierto…
  • ¿Perdón, que concierto?—pregunté con extrañeza—.
  • Siempre que canta Van Morrison en cualquier parte del mundo llueve en Belfast…
  • ¿Me estás vacilando?—le contesté entre carcajadas, dando por hecho que era una de esas insuperables bromas irlandesas.

Recuerdo como si fuera ayer cómo me miró aquel tipo, con la misma cara de incredulidad que si le hubiera negado la existencia del mismísimo San Patricio. Sacó su iPhone del bolsillo, estuvo tecleando unos segundos en el aparato y a continuación puso con cara desafiante la pantalla del teléfono delante de mis expectantes narices. El Safari mostraba la página web de Morrison, en la que  quedaba bastante claro que hacía cinco minutos exactos que El Leon de Belfast había comenzado un concierto en el Royal Albert Hall de Londres. Me quedé completamente estupefacto. El tipo guardó su iPhone y siguió con su periódico, impasible ante mis reiteradas disculpas por haber dudado del tormentoso poder sobre las nubes y los truenos por parte del autor de "Someone like this". Aquello había que arreglarlo.

  • ¿Me aceptas una Guinness?—pregunté—. Perdona, no conocía esa historia, es buenísima. Soy muy fan de Van Morrison.
  • Nunca le preguntes a un irlandés si le puedes invitar a una Guinness. Es como si tu mujer te pregunta si te importa que te la chupe—contestó sonriendo mientras extendía la mano para presentarse—. Me llamo Pat. Pat MacMillan.

Pedí al camarero dos pintas haciendo el signo de la victoria. Ciento diecinueve segundos después, el tiempo necesario  para dejarla reposar y disfrutarla como se merece, depositó en la barra dos magníficos ejemplares de la mejor cerveza del mundo. Good things come to those who wait. "Cosas buenas les llegan a aquellos que esperan." Brindamos y dimos el primer sorbo de ese mágico brebaje negro rubí coronado de nata espumosa blanco marfil, mezcla de café torrefacto y regaliz. No fue el último. Pat tenía buena conversación y amaba a Morrison tanto como yo, dos buenas razones para pasar la tarde con aquel tipo, a la espera de que el Maestro acabara su concierto y dejaran de caer en las calles de Belfast varias toneladas de agua por segundo. Bebimos varias pintas. Muchas. ¿Cuatro? ¿Cinco? Tal vez seis o siete, sinceramente no lo recuerdo. Pero sí que guardo en mi memoria que me contó divertidas anécdotas del bueno de Van que yo desconocía por completo y que me explicó al detalle como el Dios creador de joyas como "Astral weeks" o " Keep It Simple" había superado los cientos de dificultades que le fueron surgiendo a lo largo de su carrera hasta alcanzar el éxito. A la quinta ocasión en la que repitió la dichosa frase no puede evitar preguntarle.

  • ¿Qué significa eso?  
  • ¿El qué?—respondió sorprendido—.
  • "La suerte de los irlandeses". Has dicho esa frase varias veces, no la había escuchado nunca.
  • Morrison la tiene. Yo la tengo. Todos nosotros la tenemos. La suerte de los irlandeses. ¡La buena, la mala o ninguna de las dos!—dijo riéndose mientras pedía otra ronda—. Viene de la época de la fiebre del oro en California, siempre lo encontrábamos antes que los demás. O no…

Hablamos, hablamos y hablamos, haciendo honor al lema del Palace Bar de Dublín. "Conocemos a los pájaros por sus canciones y a los hombres por sus conversaciones". El tiempo pasó volando. De repente Pat miró por la ventana. "Ya no llueve—dijo melancólico—. El Leon de Belfast ha terminado su concierto. Te lo dije". Estábamos borrachos. Era inevitable. Cantamos a dúo You don't know me, mientras el camarero nos hacia los coros y ponía la percusión dando poderosas palmadas sobre la barra. "Now if you dont know the one who longs at you each night. And longs to kiss your lips and longs to hold you tight. You know I am just a friend. Thats all I've ever been. You dont know me". Después, aquel tipo me puso la mano en el hombro y me miró con ese tipo de mirada que solo ponen los borrachos cuando están a cinco minutos de convertirse en Aristóteles. "Recuerda que nunca jamás ningún hombre blanco cantará como Van Morrison". "Yes, of course", le dije emocionado. El cabrón de Morrison siempre me hace llorar. Había llegado la hora de irse. Nos abrazamos para despedirnos y nos intercambiamos los números de teléfono, en la seguridad por ambas partes de que jamás volveríamos a vernos. Fue una tarde maravillosa.

Regresé a casa un par de días después. Según entré dejé la maleta en la puerta, subí corriendo al despacho y encendí el ordenador. Llevaba un año documentándome sobre la historia que tenía entre manos. La historia de un agente del CNI que debe detener a un topo de ETA infiltrado en La Casa. La historia de un héroe del pueblo, de la gente normal y corriente. Un héroe que tiene que violar la ley para poder hacer justicia. Y estaba feliz. Aquel jodido irlandés amante de la vida en forma de música y cerveza me había hecho uno de los grandes regalos de mi vida. Por fin podía comenzar. Tenía el nombre de mi protagonista y el titulo de la novela. Abrí una lata de Guinness, puse el vinilo de Down the Road para ambientarme y comencé a teclear. "Pat MacMillan. La suerte de los irlandeses. Capitulo uno". Al fin y al cabo, la vida puede ser maravillosa. Solo depende de nosotros.