sábado, 11 de octubre de 2014

Françoise, Michel, Patrick

Podríamos dividir las novelas de Modiano en tres: las que remiten al París en 1967; las que remiten a la angustia que aquel chico escondía en su cabeza; y las que tienen que ver al mismo tiempo con las dos ideas  

Patrick Modiano con Françoise Hardy , en el Bois de Boulogne en 1969 ./elmundo.es

Esta historia podría empezar con Françoise Hardy, en París, en 1967. Aquel año la cantante, que ya era famosa, empezó a frecuentar a dos chicos "muy guapos y muy altos", uno rubio y otro moreno, que la acompañaban al teatro. El tipo de veinteañeros que a menudo se olvidaban de hacer tres comidas al día, pero que salían todas las noches. Los dos escribían y los dos tenían talento, pero el rubio "no era capaz de dar estructura ni de terminar nada". Se metía en líos, buscaba peleas e iba camino de ser un adicto a la heroína. Hardy lo llevó a Córcega para que se curara pero, a la vuelta, se tiró a las vías del metro y murió. Se llamaba Michel Ducrocq y su nombre no dice gran cosa hoy. ¿Y el moreno? Se llamaba Patrick Modiano, "tenía tantos motivos como Michel para querer destruirse", pero acertó a terminar una novela, 'La plaza de la estrella'. Ayer ganó el Nobel de Literatura.

La historia de los tres amigos está sacada de las memorias de Françoise Hardy, 'Le désespoir des singes... et autre bagatelles' (2008), y, aunque parezca un poco anecdótica, guarda las dos grandes claves de la literatura de Patrick Modiano. Primero, el paisaje evocador de París en 1967; la inocencia absoluta, las muchachas preciosas como Françoise Hardy, los jóvenes apuestos y soñadores, la literatura, el teatro, llos enamoramientos, el 'sesentayocho' que aparecía en el horizonte, la bella pobreza... Todos habríamos querido que nuestros 22 años hubiésen sido así. Y, después, la frase que lo enturbia todo: "Patrick tenía tantos motivos como Michel para querer destruirse".

Podríamos dividir las novelas de Modiano en tres: las que remiten a lo emocionante que debía de ser París en 1967; las que remiten a la angustia que aquel chico escondía en su cabeza; y las que tienen que ver al mismo tiempo con las dos ideas.

'El café de la juventud perdida', 'Una juventud','Un circo pasa' o 'La hierba de las noches' están en la primera categoría: historias, retratos y frescos de un momento muy especial en la historia de París: tabernas llenas de estudiantes pedantes pero irresistibles. Situacionistas, maoístas, admiradores de Miles Davis, futuros heroinómanos, infiltrados policiales... Y también parejas de inadaptados que se instalaban en un cuartucho e intentaban construir su vida, qué pena que la vida no haya sido nunca fácil, tampoco en París en los 60. Por eso, ninguna de estas novelas de juventud de Modiano es complaciente: los presagios del desencanto y de la sordidez están en sus páginas igual que el esplendor de París. Si a alguien se le ha ocurrido pensar en 'Los soñadores', de Bernardo Bertolucci, estará en su derecho. O en 'Los amantes de Pont Neuf', de Leos Carrax, o en 'Rendez-vous', de Téchiné o quién sabe qué mil películas más.

Las dos caras de la escritura de Modiano


¿Y lo de los "motivos para querer destruirse"? No parece que haya demasiado misterio al respecto. La madre de Modiano, Louise, fue una actriz belga; el padre, Alberto, un hombre de negocios, un judío italiano con orígenes en Tesalónica y, quizá, más allá, en Alejandría, portador alguna vez, de un pasaporte español. La ocupación alemana los encontró en París, en el momento justo en el que se conocieron. No está muy claro con qué protección pudo Alberto Modiano esquivar las redadas del Velódromo de Invierno al año siguiente, pero salvó el pellejo e incluso pudo enriquecerse en el mercado negro. Cuando los alemanes se fueron de París, la vergüenza del colaboracionismo cayó sobre la familia Modiano, que, además, perdió un hijo, Rudy, en 1957, cuando tenía 10 años.

Y por eso, las primeras novelas de Patrick Modiano (incluida 'La plaza de la Estrella') forman la 'Trilogía de la ocupación'. No son libros evocadores y luminosos como 'En el café de la juventud perdida', pero, en el fondo, tienen mucho que ver: el mismo vapor de la ciudad lleva y trae a los personajes sin que vayan a ninguna parte, por los mismos escenarios parisinos. En vez de maoístas, son fascistas, oportunistas y traficantes.

"¿El hilo que une todas las obras de Modiano? Son varias cosas, pero ahora subrayaría tres: la ocupación como culpa (de la misma manera que puede vivirse la Guerra Civil española como culpa), la topografía de París (las novelas de Modiano son mapas de París, la piel de un amante de la ciudad) y la educación sentimental desde el abandono", explica el novelista mallorquón José Carlos Llop, autor del prólogo de la edición española de la 'Trilogía de la ocupación' (publicado por Anagrama, como casi toda su obra). "La Ocupación fue de todo menos grata. Pero sus novelas sobre este período -con la sombra del padre detrás- son excelentes. Piense usted que hasta hace muy poco, la Ocupación y el colaboracionismo eran todavía medio tabú en Francia. Modiano, desde la literatura, desde la novela, levanta ese velo. Y lo hace de tal manera que memoria y curiosidad, o memoria y pesquisa se convierten en los trazos de una pasión. Fría, pero pasión. En el fondo, siempre es la pasión el motor de la literatura".

¿Y los libros que remiten a esos dos mundos, al sesentayocho y a la ocupación a la vez? 'Un pedigrí', por ejemplo. El libro se llamaba así porque Modiano dice que tampoco le da para escribir unas memorias, pero que son un relato mínimo de su vida, limpio y distante, un viaje que va del colaboracionismo a los clubs de jazz del barrio Latino y a las noches con Françoise Hardy. Contado todo un poco como si en realidad diera igual.

José Carlos Llop sostiene que Modiano escribe como un impresionista: "Modiano es uno de los escritores europeos esenciales de nuestra época, uno de sus principales retratistas, oculto tras una niebla narrativa. Porque la claridad, en Modiano, reside en la nitidez de su estilo, lo contado se acoge al impresionismo". Y en ese punto, la tentación es acordarse de aquel paisaje que Pissarro pintó del Boulevard de Montmartre, aquel cuadro que enseña los nombres de las calles, los carteles de las tiendas y de los teatros de París, igual que las novelas de Modiano.