Las academias de la lengua culminan el primer diccionario desde 2001. Un esfuerzo panhispánico para compartir 93.000 términos desde la pluralidad
Tres razas:indios, negros y blancos hablamos un idioma común:español con sus variantes locales.Al decir de Neruda: Se llevaron el oro. Pero dejaron el oro: el idioma./elpais.com |
¿Qué puede llevar a subtitular en español una película hablada en
español? La risa. En septiembre de 2000, durante la proyección en el
Festival de San Sebastián de la mexicana La perdición de los hombres,
el productor José María Morales reparó en una paradoja: los españoles
no se reían; los extranjeros que seguían los subtítulos en inglés, sí.
La cinta ganó la Concha de Oro y Morales la llevó a las salas
subtitulándola en español de España. Director de Wanda Films y exvicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (FIPCA),
Morales explica aquella decisión: “Lo importante es que las películas
viajen. A Ripstein [el director] y a Paz Alicia Garciadiego [guionista]
les pareció bien”. Con un recurso tan poco habitual trataba de sortear
la barrera de los arcaísmos mexicanos de la película. “Para el productor
de títulos como La teta asustada (Perú) o XXY
(Argentina), “los modismos son una riqueza; estoy en contra de
uniformar la lengua. ¿La solución? Para las obras más autorales,
subtítulos. Para las destinadas a un público general, promoción. Antes
había más semanas de cine en español. Eso ayudaría a que el espectador
se adaptara”.
El mes pasado, el argentino Damián Szifron llevó al mismo festival Relatos salvajes, escrita y dirigida por él y producida por El Deseo,
la factoría de los hermanos Almodóvar. Sabiendo que su película tendría
una vida internacional, ¿evitó los localismos? “Las particularidades de
los idiomas me resultan atractivas”, responde Szifron. “Mientras
imagino, permito que los personajes se expresen con libertad olvidándome
de que se trata de una película”. Reconoce, eso sí, que cuando la
productora española se involucró en el proyecto, él volvió sobre el
guion: “Lo leí cuidadosamente para cerciorarme de que la incomprensión
de alguna frase central no interrumpiera la fluidez de las historias”.
No cambió nada: “Tanto a Pedro y Agustín [Almodóvar] como a Esther
García [la directora de producción] les pareció que las pequeñas
extrañezas de nuestra forma de hablar incluso enriquecían la experiencia
del espectador”. ¿Y qué le parece la solución de los subtítulos? “No
estaba al tanto de que se hacía”, dice. “Mientras se pueda evitar,
mejor. El cine narra con muchas herramientas. El diálogo es fundamental,
pero hay otras, y las expresiones de los actores, por ejemplo,
completan el sentido de las oraciones. Si bien puede haber alguna
pérdida, me parece tolerable; sucede cada vez que leemos un libro
traducido o vemos una película doblada. Algo ganamos y algo perdemos.
Pero es cierto que cuando se habla muy cerrado o en jerga, el espectador
ajeno a esos códigos lo puede padecer”.
Pese a lo chocante del recurso, los subtítulos son una excepción. Lo
habitual es que los padecimientos de los espectadores queden mitigados
por el contexto gracias a la homogeneidad del español. Cuando el
lingüista mexicano Juan Manuel Lópe Blanch comparó el léxico del DF con
el de Madrid llegó a la conclusión de que el 97% de las palabras eran
comunes. Lo cuenta Darío Villanueva en su despacho de la Real Academia Española.
La corporación de la que es secretario y la asociación que reúne a las
22 academias de América y Filipinas lanzarán el próximo jueves una nueva
edición del Diccionario de la lengua española. La última
apareció en 2001. Con 93.111 artículos (por 84.431 de la anterior)
desplegados en 2.376 páginas y a un precio de 99 euros, será la 23ª
desde que en 1780 el primer repertorio de uso relevara a los seis tomos
del venerable Diccionario de autoridades, de 1726. Dejando a un lado que incluya términos como tuitear, feminicidio, precuela, hacker o externalizar,
¿qué lo hace especial? Al menos tres cosas: que si la RAE nació en 1713
(con 8 miembros, hoy son 46) fue para hacer un diccionario con
criterios modernos, que no será el último en papel, pero sí el último
pensado para aparecer antes en papel que en versión electrónica, y que
será el más panhispánico: 19.000 de sus casi 200.000 acepciones son americanismos.
Si el futuro de los repertorios lexicográficos es digital —Villanueva
dirigirá en noviembre un simposio internacional sobre lo que él llama
“casi una refundación” del diccionario—, el futuro del español es
americano. Mucho ha llovido desde que a finales del siglo XV Nebrija
incluyera en su vocabulario hispanolatino la primera palabra americana
del castellano: canoa. ¿Cuál ha sido el principal factor de cohesión del
español? ¿Por qué no ha reproducido las diferencias que una lengua tan
cercana como el portugués tiene con su equivalente brasileño? “En
portugués”, explica el secretario de la RAE, “no existe una norma
ortográfica unificada. Además, está la dimensión demográfica. Hoy la
cohesión del español viene de un mundo empequeñecido gracias a los
medios de comunicación y a los movimientos de las personas en ambas
direcciones”.
A los factores del presente se le suman además los del pasado. A
partir de 1820, con las independencias de las repúblicas americanas,
algunos le auguraron al castellano una fragmentación similar a la del
latín. Pese a extravagancias como la de proponer el francés como lengua
oficial para Argentina, lo cierto es que el español sirvió como elemento
de cohesión de los Estados recién nacidos: en muchos de ellos, la
dispersión de las lenguas indígenas hacía necesaria una común. Con todo,
el presidente argentino Domingo F. Sarmiento promovió una ortografía
que reflejara, por ejemplo, el seseo mayoritario en América: en lugar de
ceniza se escribiría senisa. Por entonces, y para
atajar el cisma, la RAE nombró académicos correspondientes al otro lado
del Atlántico y animó la creación de sus academias. La primera, en 1870,
la colombiana. La ecuatoguineana está hoy en fase de constitución en
África. “Con las academias de América”, explica Villanueva, “se
estabiliza la norma gramatical y ortográfica, que luego, y esto es
clave, se difunde en el sistema educativo”.
"La literatura hispanoamericana, su calidad , ha ayudado mucho. Y la televisión. En Salamanca puedes oír chévere por influencia de los culebrones", dice el vicedirector de la RAE
No obstante, el español de España siguió funcionando como patrón de prestigio. Hasta 1934 no se permitió sustituir patata por papa en documentos oficiales argentinos. Tal vez por eso José Antonio Pascual habla de la importancia de las mentalidades. Además de vicedirector de la RAE, Pascual es el responsable del Diccionario histórico,
una obra exclusivamente digital que ha completado 1.000 de sus 75.000
entradas (que podrían llegar a 150.000). La falta de medios hace ser
pesimista a Pascual, un erudito bienhumorado que colaboró con Joan
Coromines en su mítico diccionario etimológico. “En el Histórico
trabajan tres personas”, dice. “A 200 palabras por persona y año,
calcula”. Dado que su trabajo consiste en seguir el rastro a todas las
palabras que han existido en español —“las que encontremos”, matiza él—,
¿podría decirse que ese idioma es más global que nunca? “Sí”. Tras
evocar la globalización de la aldea hispana, Pascual añade una razón:
“Ahora estamos a favor”. Y se explica: “No hay nada en la lengua que no
exija una adaptación mental. Pensemos que la gramática recomendaba en
los años treinta evitar el seseo, ¡el seseo! Yo mismo hace años corregí
en mi ejemplar de una novela de Vargas Llosa la expresión ‘de rompe y
raja’ tomándolo por un error. La literatura hispanoamericana, su calidad
y su difusión, ha ayudado mucho. Y la televisión. En Salamanca puedes
oír chévere por influencia de los culebrones”. La lengua, dice
Pascual, se ha vuelto más homogénea y más “distinta” a la vez: “Hoy la
norma no tiene un solo foco”. Hay además palabras de ida y vuelta.
“Ahora se usa en informática, pero los de mi generación empezamos a oír amigable por las traducciones chilenas y argentinas de las novelas policiacas”, cuenta. “En España se decía amistoso, que es más reciente, lo tradicional aquí era amigable. Como se sabe que coger
es un tabú en ciertos países, muchos hablantes tienden a evitarlo. Por
cierto, es un verbo que se usaba mucho en las definiciones de los
diccionarios y ahora tratamos de corregirnos”.
Al otro lado del Atlántico, Pedro Luis Barcia, expresidente de la Academia Argentina,
reconoce que la política panhispánica da sus frutos: “Se ha aventado la
desconfianza americana acerca de que cada español tenía un emperador
idiomático en el bolsillo, porque hemos superado complejos de
inferioridad y hoy nos sentimos herederos de todo el español. ‘Todo lo
que hablamos lo hablamos entre todos’, diríamos con variante de la frase
que Giner de los Ríos escuchó al labriego. La convivencia de las
diferentes regiones lingüísticas con sus propias normas cultas
diferenciadas ha consolidado esta perspectiva renovadora. En mi pueblo
decimos que somos más desconfiados que un tuerto con dos canastas: hemos
empezado a confiar en todos los partícipes de la ASALE [la asociación de academias]”.
La confianza de Barcia vale el doble si se piensa que fue muy crítico con la Ortografía
académica publicada hace cuatro años. No le gustó que propusiera
opciones en lugar de dictar normas y atribuye al peso de México y España
algunas decisiones polémicas.
Baste pensar en el incendio provocado por el baile de nombre de las
letras: la i griega como ye o la be baja/corta como uve. “Hay”, dice el
académico argentino, “dos imperios, el español y el azteca, que deben convivir sin imponer sus razones:
uno, la histórica, y el otro, la numérica [México es el país con más
hispanohablantes del mundo]. Y en medio estamos los demás. Si no hay
acuerdo, cada cual dispara para su feudo. Si en algo debemos ceder todos
es en favor de la simplificación del código ortográfico, que es, junto a
la rotundez del fonético en español, una afirmación de unidad interna y
un reaseguro para la expansión como segunda lengua”. Pero ¿no es la
opcionalidad una forma de respeto a la diversidad? “La opcionalidad es
el cáncer de la ortografía. La diversidad la podemos mantener en el
léxico, en la fraseología, en las tonadas…”.
"Hoy estamos, en la mayoría de las naciones que
hablan la lengua común, en un 95% de español general y un 5% de local",
afirma el director de la Academia Argentina
Después de apuntar “un detalle erudito desconocido: el primero que usó la voz panhispánica fue Amado Alonso, en 1927, en una revista argentina, El Hogar”,
Barcia admite que el español es hoy más global que antes y que los
hablantes aceptan mejor las variantes regionales que les son ajenas: “El
crecimiento es lento pero firme. El negocio económico de la lengua
empuja a ello (las traducciones, las películas, las telenovelas). Es una
causa interesada en lo suyo que ayuda a todos y beneficia al poder
expansivo del español. El criterio de optar por la voz que usa el mayor
número de hablantes es muy lícito. Hoy estamos, en la mayoría de las
naciones que hablan la lengua común, en un 95% de español general y un
5% de local. La versión en línea de los diarios ayuda. La radio, la vía
más penetrativa, sigue demasiado atada a lo regional, por su impronta
coloquial. Lo probamos cada día que las variantes locales se allanan sin
mucho esfuerzo entre los hablantes”.
La editora Adriana Hidalgo
comparte la opinión de su compatriota sobre la facilidad para sortear
localismos, pero con matices. Lo que en una obra original es riqueza, en
una traducción puede ser un chasco. Y recuerda una versión de Salinger
con la palabra gilipollas en la primera página: “Sabiendo que
el autor no es español, como que me hacía ruido”. Trata de que las
traducciones de su editorial, que a veces vende a algún sello español,
estén hechas en un “lenguaje puro”. De entrada, usan el tú y no el vos. “No se nos ocurriría hablar de tú,
pero sí lo leemos. Pensamos en un término usado en todas partes, no en
uno porteño. Todo sin caer en lo aséptico, porque no suena lindo”.
Según la mexicana Selma Ancira, premio Nacional de Traducción en España en 2011 y Premio de Traducción Literaria Tomás Segovia en México en 2012 por sus versiones
del ruso y el griego moderno, hay textos que piden localismos y textos
que piden neutralidad. Afincada en Barcelona desde hace 28 años, Ancira
trabaja tanto para editoriales mexicanas como españolas y lo primero que
necesita saber es a quién se dirige “para emplear, por ejemplo, el vosotros de ustedes o el ustedes de nosotros”. A veces la diversidad es una aliada. Cuando tradujo Loxandra,
una novela de María Iordanidu que transcurre en Estambul y en Atenas,
usó el español de México para el primer escenario y el de España para el
segundo. “El carnicero a veces ofrecía guajolote, a veces pavo”,
cuenta. “Así el lector en español sentía las diferencias que siente el
lector original con el griego de cada ciudad. Hay que ensanchar las
fronteras del español, no hacerlas más angostas. Si lo encerramos, lo
empobrecemos. A veces una pincelada da alas a la traducción: cuando está
resuelta con sensibilidad no se ve al guajolote”. Hay además un género
con el que tiene especialmente presente al receptor de cada país: el
teatro, donde la naturalidad es innegociable. “Aunque no adaptamos a
Valle-Inclán para representarlo en Veracruz”, matiza. “Algún día le
pasará a las traducciones. Cuando hayamos ensanchado las fronteras”.
Entretanto, el mundo sin fronteras del ciberespacio también tiene sus
leyes. El próximo 29 de octubre, la editorial Planeta publicará en
todos los países de habla hispana After. En mil pedazos,
primera entrega de una tetralogía escrita por la estadounidense de 25
años Anna Todd y traducida por Vicky Charques y Marisa Rodríguez. La
novela, nacida como fenómeno de fan fiction (sobre el grupo One Direction), generó mil millones de impactos en la plataforma Wattpad
antes de convertirse en libro. Para explotar debidamente el filón,
Planeta ha salpicado el primer tomo con números que remiten a una
aplicación en la que el lector debe responder a una pregunta. La
respuesta es una palabra escrita en la página de la que partió. Si
acierta, el lector accede a contenidos extra. La editora María Guitard
cuenta que al seleccionar esas palabras buscaron términos universales: vida, libro, verdad, mensaje… De las 50 de la lista, tan solo uno no pasó la criba del español global: magdalena. En México le dicen panquecito.
Tuvieron que buscar otro para que el invento funcionara. También el
marketing —en castellano antiguo, mercadotecnia— quiere ser
panhispánico. Por eso hablan de los fans del libro como de “la comunidad
que nunca duerme”. Lo mismo podría decirse de las palabras del
diccionario.
"Se les cae la baba hablando de los hispanos en
EEUU, pero ¿que ha hecho el Gobierno español por la Academia
Norteamericana? Nada", dice el director de esa institución
Al español, no obstante, le queda una prueba de fuego. Hasta ahora ha
convivido en España y América con lenguas minoritarias. En Estados
Unidos la población hispana ronda los 52 millones pero tiene como vecino al inglés. ¿Afectará a su homogeneidad la vecindad del gigante? “Todo dependerá de que los hispanounidenses tengan acceso a la educación”, contesta Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española
(ANLE), que se queja del “triunfalismo huero” de los políticos
españoles: “Se les cae la baba cada vez que hablan de los hispanos en
EEUU. Pero, ¿qué ha hecho el Gobierno español por una institución como
la ANLE? Nada”.
De vuelta a la lingüística, y dado que en Nueva York o Los Ángeles
conviven hablantes de español de muchas procedencias, ¿la lengua se
vuelve homogénea limando localismos de origen? ¿Qué idioma resulta?
Precisamente, la Academia Norteamericana tiene una comisión dedicada a
estudiar la posibilidad de crear una norma del español en los EEUU. “Nos
parece un problema fundamental”, cuenta Piña-Rosales. “Por ejemplo,
tratamos de utilizar un español, no diría neutro, pero sí universal. Me
refiero, por ejemplo, al uso del español en los documentos oficiales del
Gobierno de los EEUU, con el que hemos firmado un convenio. A veces el
problema no está en evitar un localismo sino en que el español que se
emplee haga referencia a una realidad cultural estadounidense. En otras
palabras, no traducimos palabras, sino conceptos”. Respecto al
esplanglish, objeto de grandes temores, la anterior edición del RAE —y
todavía su edición digital—
lo definía como “modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los
Estados Unidos, en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y
gramaticales del español y del inglés”. Esa definición, aclara Gerardo
Piña, no es la que propuso la ANLE. En la edición impresa del DRAE que se presenta la semana que viene se ha modificado esa definición: desaparece el término deformándolos.
"Nosotros no hablamos de deformación, porque nos parece demasiado
simplista". Su opinión ha pesado. Como los diccionarios, el español de
hoy tiene miles de voces.
Claves del nuevo diccionario
Palabras admitidas. Precuela, interactuar, tuit, tuitear, serendipia, impasse, multiculturalidad, feminicidio, hacker, externalizar y spa son algunos de los términos admitidos en la nueva edición del DRAE, la 23ª.
Palabras en espera. Link, cronopio, clicar, teocentrismo, identitario, choni, retroalimentar, vintage, pibón y táper tendrán que esperar para, según la RAE, confirmar si su uso es efímero o si se consolidan.
Entradas. El nuevo diccionario tiene 93.111 entradas
(unas 9.000 más que el anterior), recoge 195.439 acepciones (entre
ellas cerca de 19.000 americanismos) y ocupa 2.376 páginas. Costará 99
euros y tendrá, según la RAE, una tirada en España de 55.000 ejemplares.
Su redacción ha tenido en cuenta la Nueva gramática, la Ortografía y el Diccionario de americanismos.
Digital ma non troppo. El DRAE
anterior data de 2001. Desde 2003 tiene una versión electrónica gratuita
que ha sido objeto de 21.000 actualizaciones. Recibe de media 1,3
millones de consultas diarias. La mayoría llega desde España, México,
Argentina, Estados Unidos y Colombia. La nueva edición que se presenta
la semana que viene no estará, por ahora, disponible en la Red, solo en
papel.
¿Por qué ‘cultura’ es la palabra más buscada?
¿Por qué ‘cultura’ es la palabra más buscada?