Narrativa. Un escritor rumano viaja con un grupo de colegas a París. De ese periplo surge un relato acelerado, que ironiza sobre el campo literario
El título del libro, Las bellas extranjeras , podría dar
la impresión de que estamos ante un relato erótico o un compendio de
estampas sobre hermosas chicas que circulan por los países practicando
el viejo arte del turismo. Pero no. El nombre alude a un viaje que todos
los años hacen un grupo de escritores de algún país a tierras
francesas, para presentar sus obras e intercambiar conceptos entre unas y
otra literatura nacional. Mircea Cărtărescu es un escritor rumano que
participó en una de esas delegaciones bizarras, compuestas por once
tipos que en su país prácticamente ni se saludarían, pero que ahora
comparten el exquisito vino francés y disertan con respeto mutuo en
mesas compartidas de antiguas librerías galas. Cărtărescu entonces viajó
y sobrevivió para contarlo: su relato es un tour de force
vertiginoso, sin aliento, donde convive la narración acelerada con las
impresiones y el humor. Lo que define a la prosa de Cărtărescu es el
tono, que vuelve al acontecimiento microscópico, aparentemente
intrascendente, en un golpe de humor ácido y pesimista. Otra de sus
claves, al menos en este relato largo, está en la voluntad por decirlo
todo; en un mundo tan afecto a las apariencias como el de la literatura
francesa, con sus premios, sus protocolos y su inclinación a lo
ceremonial, el rumano cuenta lo que podríamos llamar la trastienda: las
miserias, el aburrimiento, la demagogia que domina muchas de estas
reuniones entre escritores. Lo mismo sucede con la ciudad de París,
alguna vez meca de los escritores, hoy enorme museo al aire libre.
Escribe sobre la ciudad: “Oh, París. París es París. En verano huele a
pis. En invierno es sombrío y plomizo. El famoso metro es el más
accesible y el más eficiente del mundo, pero es más feo que un dolor. ¿Y
qué más da? Nosotros, los rumanos, tenemos París tan grabado en las
circunvoluciones del cerebro como el sol en los pétalos y en el cogollo
del girasol. Antes se vendían latas con ‘Aire de París’. Y es que París
es una especie de lata”.
Uno de los hechos curiosos que se coteja
leyendo este libro es que el mundo literario es más o menos parecido en
un país como Rumania y en uno como el nuestro. Las rencillas, las
amistades, el posicionamiento... todo lo que describe el escritor de
Bucarest parece salido de una postal de la escena latinoamericana.
Veamos: “Los escritores tienen a su disposición los periódicos y las
revistas y sus broncas se ven amplificadas a través de ellos hasta
dimensiones grotescas (...) En el mundo literario se perdona casi todo,
la falta de talento, la vileza, la hipocresía, la cobardía. Se
consideran pecados humanos y son contemplados con tolerancia. Lo que no
se te perdona jamás, a ningún precio, es el éxito”. Desde ese lugar
penetrante y sin resentimientos, Cărtărescu se ríe un poco de todo.